Castilla y León, una de las comunidades autónomas españolas más castigadas por la despoblación, tiene un programa en su televisión autonómica sobre ciudadanos que han decidido dejar al urbe y volverse al pueblo, lo que los periódicos denominaron como el fenómeno de los neorrurales.
VALENCIA. Los que tenemos a nuestros orígenes y familiares en pueblos que tienen los días contados, por la sencilla razón de que no hay niños, solemos bromear con que estamos parpadeando. No con los ojos, sino como en los recreativos cuando el personaje de un juego tenía muy poca vida en la barra de energía. Solo con el cambio de siglo España se dejó un millar de pueblos. La mayor parte en el noroeste del país, entre Asturias y Galicia, pero también muchos en Andalucía y, por supuesto, en las dos castillas.
El panorama es desolador y parte el alma visitar pueblos en decadencia con la cuenta atrás en marcha, como en la canción de Europe que tanto gustó en las discotecas del agro español en los ochenta. O al menos así lo creíamos. Hace unos meses salió en El País una noticia que apuntaba a lo contario. Hay un nuevo individuo, joven, emprendedor, proactivo, dinámico, multidisciplinar... todas esas cosas para ligar en linkedin, al que le gusta el campo. Tíos que están volviendo a los pueblos. Se llaman los "neorrurales".
Tratando de investigar un poco esta tendencia de la única manera que sabemos en esta columna, viendo la tele, llegamos a 'Me vuelvo al pueblo' , un programa de Radio Televisión de Castilla y León que entrevista a gente joven y preparada que decide vivir en pequeñas localidades y elogia su decisión.
En la última entrega se iban a Briviesca, en Burgos. En los escasos segundos musicales que antecedían a las entrevistas se pudo escuchar al excelente grupo valenciano Betty Troupe. No llegaba a escucharse la voz, pero servidor como ha perdido mucho el tiempo a lo largo de su vida sabía que la canción era "El vinilo". Muy apropiado, ciertamente, para hablar de la gente que decide vivir en pueblos poner una canción cuyo estribillo reza así "Son seres extraños, vienen de otro mundo". Pero habrá sido todo casualidad.
En Briviesca hablan con una chica que ha montado una parafarmacia con servicio de óptica. No tiene mucho mérito, porque la chica es natural del lugar y, después de estudiar en Madrid, se ha establecido allí. Lo apasionante está en los conocimientos que demuestra la reportera de la comunidad extranjera más presente en Castilla y León. Hablando con unas señora de 92 años, comenta trivialidades con su vecina rumana hasta que aparece su sobrino, que se llama Claudiu, algo que la periodista no puede entender y le dice al chico que ese nombre "es más romano que rumano". Extraigan ustedes sus propias conclusiones si saben lo que significa Rumania.
Pero Briviesca no tiene mérito. Tiene siete mil habitantes. Más trepidante resulta la aventura de la familia que sale a continuación, que toda entera, madre, padre e hija, se han mudado a Val de San Lorenzo, de quinientos habitantes. Pero han montado una posada, o casa rural, que tampoco tiene mérito. La señora dice que la vida no tiene ni punto de comparación en la ciudad y en el pueblo, que en la urbe te creas necesidades solo con salir de casa.
La espiral descendente les lleva luego a la provincia de Salamanca, en Grandes. Allí una mujer ha decidido regresar para ser ganadera. La presentadora pronuncia unas palabras que demuestran que la vida allí tiene que ser apasionante: "en Grandes, a falta de vecinos, visitamos Villanueva de los Gamitos para comprobar lo bien que se vive en la zona".
Ahí, en Villaseca se encuentran con un señor que cruza el pueblo en una furgoneta. Le preguntan si está currando y responde: "Qué va, qué va, no trabajamos, pasamos el tiempo nada más". Le preguntan si conoce mundo y dice que sí, pero que no va a revelar en qué países ha estado porque si no "la gente se entera de muchas cosas" ¡Qué gusto de vecindad! Este simpático señor comparte al final un refrán muy descriptivo: "Pueblo chico, infierno grande".
En Grandes, donde la entrevistada cuenta que volvió para hacerse cargo de las vacas de su padre cuando enfermó, viven tres personas. No deben estar muy mal si ella decidió estar un año de prueba con lo de las vacas y al final lleva catorce. Ahí un caballero, que ha ido a ver a su hijo, uno de los tres habitantes suponemos, dice: "Aquí los ladrones no vienen porque no hay nada para robar".
En otras entregas anteriores, en Granja de Moreruela, de trescientos habitantes, hablan con una pareja que trabajaba en Madrid y lo dejó todo para montar una empresa de reparto de hielos. Alterna la venta de cubitos con un curro en una gasolinera y tira.
Otros lugareños después hablan de su hijo, que tiene dos carreras, Económicas y Empresariales, y "se ha quedado de labrador". Luego una tal Pili a la que abordan desde la otra acera le hacen decir sobre su pueblo "lo que veis es lo que hay, no hay nada más".
La cruda realidad aparece cuando hablan con un vecino que se cruzan por la calle con una carretilla y les recibe con el amable alarido de "no me saques". Él les señala todas las casas de la calle y las va enumerando: "Cerrada, cerrada, cerrada, cerrada". El pueblo está también, como decíamos antes, parpadeando. "Quedamos cuatro gatos", se queja el hombre. Aunque, por lo que ha indicado otro vecino anteriormente, tienen tres bares. Ahora no son más de ochenta vecinos, cuando el hombre era mozo eran trescientos. Este señor también cuenta que eran emigrantes en Portugalete durante treinta años y en el 85 regresaron. "Cuando estaba en Bilbao soñaba cada noche con el pueblo".
Lo paradójico de todo esto es que en un documental de 'En portada', en Televisión española, sobre Rumanía, aparecía el mismo fenómeno. Mostraban todos los hogares rotos por la emigración, pueblos en los que solo vivían ancianos solos deseando que llegase el momento de poder comunicarse con sus hijos por Skype. Señal de que los pueblos del sur de Europa compartimos todos el mismo destino. Y hoy por hoy no mola mucho.