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La nave de los locos / OPINIÓN

Menos mal que nos queda Portugal

Portugal es nuestro salvavidas. Después de las últimas elecciones no cabe hacerse la más mínima esperanza. España, a merced de socialistas y nacionalistas reaccionarios, será un país inhabitable en esta legislatura. Y de la Comunidad Valenciana, mejor no hablar. La cordura aconseja exiliarse a Lisboa o Coímbra, hasta que el temporal amaine

3/06/2019 - 

Se cuenta que el emperador Carlos V, en la hora de su abdicación, aconsejó a su hijo, el futuro Felipe II, que fijase la capital de España en Lisboa si no quería perder Portugal. El llamado Rey Prudente, que de prudente tenía más bien poco, ignoró la advertencia del padre y fijó la capitalidad en Madrid, un poblachón manchego que sigue emperrado en votar a políticos monárquicos y conservadores.

El augurio de Carlos V se cumplió fatalmente: en 1640 los portugueses se levantaron contra la monarquía hispánica, con tal eficacia y convencimiento que lograron la independencia. Ese año los catalanes, azuzados por sus élites, hicieron lo mismo, pero cayeron bajo la órbita de unos franceses que llevaban ya, por aquel entonces, sangre jacobina en sus venas. Esta circunstancia hizo a los catalanes reconsiderar su decisión de separarse de España, así que regresaron con el rabo entre las piernas, hasta que, como acostumbran, esperaron mejor ocasión para montarla. Son incorregibles.

Portugal, al que los españoles siempre hemos dado la espalda, víctimas de un complejo de superioridad, se adivina como la solución para todos aquellos que nos tememos lo peor en esta legislatura que ha comenzado en el Congreso de los Diputados y en las Cortes Valencianas.

Las elecciones generales, municipales y autonómicas nos han dejado un panorama desolador, con las tres derechas cautivas y desarmadas, un PSOE fortalecido gracias al presidente maniquí y unos nacionalistas, los de aquí y los de allá, aguardando su próxima oportunidad para desguazar el Estado. No parece que lo vayan a tener difícil debido a la cobardía de nuestros gobernantes timoratos.

La pesadilla del Botànic II

En Valencia imaginar otros cuatro años de gobierno del iaio Ribó y su clown italiano, cercados los ciudadanos por la basura acumulada en los barrios y con el riesgo de ser atropellados por un ciclista, se nos antoja una pesadilla. Lo mismo si pensamos en la reedición del siniestro Botànic, en la desgracia de volver a ser cogobernados por el triste exalcalde de la bella Morella y la bruja del cuento.

Ante el erial que tenemos a la vista, hay que rescatar la vieja canción Menos mal que nos queda Portugal, de Siniestro Total, para consolarnos. La banda gallega compuso, en los años ochenta, temas memorables como Ayatollah, no me toques la pirola y Cuánta puta y yo qué viejo. Es de suponer que han sido retiradas del repertorio para no acabar sus autores en la cárcel. Son malos tiempos para el humor (y para la lírica).

Para los que somos de derechas sin ganas, Menos mal que nos queda Portugal nos ofrece argumentos para el exilio temporal al país de Pessoa y Camões, de Oliveira y Cris Ronaldo, de Dulce Pontes y Sá Carneiro. Un país que, estando tan pegado a nosotros, se parece muy poco a España, por su saudade, su tempo lento de vida, su vocación atlántica y la sencillez y la educación de la gente.

Si acabo exiliándome, cosa más que probable después del verano, no tengo claro aún adónde ir: si a Lisboa, que visité en 1998, a la ciudad mestiza de las palomas, los tranvías, las plazas con estatuas ecuestres, la que esconde su hermosura en barrios como la Alfama y la plaza del Rossio; a Oporto con sus bodegas y cabinas rojas de teléfono, o a Braga en busca de la quietud de sus iglesias. Tal vez me incline por Coímbra, patrimonio de la Humanidad, y me matricule en su renombrada universidad para estudiar Filosofía.

Puente de plata para huir de este país gagá

Portugal es el puente de plata para fugarnos de este país gagá y en progresiva balcanización, un país que vive del crédito de sus acreedores (por eso está en quiebra) y no se ha percatado de que su régimen político, nacido del miedo y la concesión inteligente en 1978, no da más de sí. La fantasmagoría autonómica está acabada.

Como los carlistas catalanes, necesito desconectar de España, aunque por distintas razones. Ser español es una tarea agotadora que conduce a la decepción

Uno siente envidia del patriotismo de los portugueses, de cómo aman a su país y respetan sus símbolos. Quizá sea tarde para aprender de ellos. Aquí a los niños se les enseña a ser indiferentes a España, cuando no a ser abiertamente hostiles a ella.

Si tuviera una segunda vida, sería portugués. Mientras llega ese momento, conservaré la nacionalidad española pero residiré en Portugal. Como los carlistas catalanes, yo también necesito desconectar de España, aunque por distintas razones a ellos. Ser español es una tarea agotadora e injusta que conduce, la mayoría de las veces, a la decepción y el desconcierto. Desde Carlos V nos hemos creído mejores de lo que somos. Los portugueses, más realistas, conocieron siempre el peso de sus límites.

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