Lo de los cupcakes y el yogur helado no era más que el principio. València le ha dado ya la bienvenida a los taiyakis, los bares de cereales y los chimney cakes. Dulces pensados para comer… y para fotografiar
El pecaminoso universo de los excesos azucarados ha dado varias vueltas de campana desde aquellos tiempos en los que no había merienda más “top” que una caracola de chocolate chorreante, un frágil milhojas de repostería francesa o las magdalenas recién hechas del horno de la esquina. Esos clásicos siguen y seguirán ahí, manteniendo el tipo en sus vitrinas de cristal; imperturbables ante el nacimiento y el ocaso de modas y la aparición constante de nuevas intolerancias alimentarias.
Pero una cosa es resistir, y otra triunfar. En los tiempos de Instagram, los caprichos que se llevan todas las fotos son los taiyakis, los tés con bolitas y los polos artesanales con frutas de verdad. De un tiempo a esta parte, lo que manda es el espectáculo de color y la posibilidad de juego. Además de rico, el producto tiene que ser llamativo y prestarse a la customización. En otras palabras, tiene que ser divertido. Estamos ante lo que podríamos llamar la era de las meriendas-juguete. Una masa de gofre con forma de pez en cuya boca abierta se embuten varios tipos de helado y se rocía el conjunto con cuatro tipos de topping. Complicado de comer, sí, pero qué derroche de fantasía.
Muchos de estos inventos proceden de Estados Unidos, la tierra prometida de los golosos desprejuiciados. Allí, muy a pesar de Michelle Obama, no se andan con chiquitas con el tema del azúcar. Una especie de horror vacui inclina a los norteamericanos a rellenar de nata o helado cualquier oquedad que encuentran en un bollo. Así nacieron muchas fusiones internacionales como los cronuts (mezcla de donut y croissant), los donnoli (mitad donut, mitad cannoli siciliano relleno de queso de ricota) o los brookies (matrimonio de brownie y crujiente galleta con pepitas de chocolate). Todo esto es cierto, pero ¡ojo! Desde el otro lado del Atlántico somos muy dados a criticar los excesos yanquis con la comida, pero luego bien que importamos sus ideas en cuanto tenemos ocasión.
El último rey del porno dulce son las chimney cakes, que llegan a València por primera vez de la mano de Roll in Wood. Este establecimiento –que abre sus puertas este sábado en el barrio del Carmen, muy cerca de la antigua Casa de los Caramelos- es la avanzadilla de una nueva tendencia que no sabemos cómo enraizará entre el público valenciano. Hay modas importadas que echan raíces y se extienden como un virus -como el caso de los yogures helados- y otras que no llegan a cuajar del todo en la ciudad, como los bagels. La idea es sencilla: no es más que una masa enrollada y rebozada en azúcar (con un sabor similar al de un donut) que se cocina sobre un palo de madera que gira sobre sí mismo.
El resultado es una espiral crujiente en el exterior y suave y esponjosa en su interior. En la receta actual, el interior de este cilindro hueco con ligera forma de chimenea (de ahí su nombre en inglés) se unta con chocolate, se rellena con helado y se remata con confeti, dulce de leche, coco rallado, etcétera, etcétera. Las chimney cakes son la versión evolucionada de un dulce típico de países centroeuropeos como Hungría, República Checa y Eslovaquia, aunque su origen se encuentra concretamente en la región transilvana de Rumanía. La primera receta documentada de este “pastel” (conocido también como kürtöskalács o trdelnik) data del siglo XVIII, época en la que se hizo muy popular entre la nobleza húngara. Hoy en día es un producto muy extendido; cualquiera que haya visitado Praga habrá pasado por delante de algún puesto ambulante de trdelnik rodeado de turistas.
El boom de los bares de cereales
El pasado verano, València sucumbió también a otra tendencia “postureo” dulce: los bares de cereales. En apenas un mes se inauguraron dos franquicias de Cereal House (Avenida de Francia, 36) y su competidor Cereal Hunters (Conde Salvatierra, 21), empresas que toman prestada la idea del Cereal Killers londinense, que a su vez no deja de ser una importación norteamericana. Quizás no entendías a qué se debían esas colas que llegan a girar la esquina de Cirilo Amorós durante los fines de semana. Sí, son hordas de adolescentes ansiosos por probar alguna de las 160 variedades de cereales y veinte tipos diferentes de leche (con seis colores a elegir) que se ofrecen en este tipo de locales.
El gancho aquí es doble. A los más jóvenes se les deslumbra con la fiesta de colores que te llama desde el mostrador y la inabarcable variedad de productos que se ponen a tu disposición. A los más mayores se los gana por la nostalgia de volver a esos reconfortantes momentos de la infancia delante del tazón de leche con “crispis”.
Además, la práctica totalidad de los cereales de la carta vienen de Estados Unidos (los más azucarados), Latinoamérica o Reino Unido (algo más “sanos”, y con más atención a las opciones veganas). Por ejemplo, los Special K de vainilla y almendra o los cereales de manzana horneada y canela no se pueden encontrar en los supermercados españoles. ¿Cuáles son los súper ventas? Al parecer, los Froot Loops (un clásico norteamericano que has visto en más de una película), los cereales de Oreo y los Fruity Pebbles.
Taiyaki, el gofre japo con forma de pez
La introducción en València de los taiyakis ha sido tímida, pero… demos tiempo al tiempo. Este dulce japonés con forma de pez, situado a medio camino entre un gofre y un bizcocho, era en origen un pastel de alubias dulces (frijoles azuki). Es una referencia fija en la carta de postres de la taberna Tora, pero en una versión mucho más clásica y sencilla que la que causa furor en Madrid desde que el verano pasado se inauguró La Pecera en el barrio de Malasaña. Aquí preparan una adaptación propia del taikayi neoyorquino, que se sirve calentito, se rellena con helado soft y se adereza con todo tipo de caramelos, frutos secos y trocitos de chocolate. Un despiporre de calorías, texturas y colorines.
Los bubbles teas
Los establecimientos de “tés con bolitas” forman parte de nuestro paisaje urbano desde el año 2013. Es uno de esos inventos traídos de fuera que no sabemos si triunfan por su sabor o por ese plus de diversión que hoy se le exige también a las cosas del comer. En València lo comercializan cadenas como InfraganTea y Wowble, pero no olvidemos que su origen es taiwanés, y por tanto es fácil (e incluso más barato) encontrarlo en los barrios de comunidades asiáticas (por ejemplo, en las inmediaciones de la calle Pelayo).
También en este caso, la receta original de los años ochenta del siglo XX –que consistía en una mezcla de té negro caliente, perlas de tapioca, leche condensada y sirope o miel- sufrió sucesivas modificaciones para adaptarlas al gusto occidental. Después de ganar adeptos en Canadá y Nueva York, llegó a Europa en la forma que hoy conocemos.
Básicamente son bebidas con base de té (líquido, granizado, con o sin leche) que vienen con “regalito”: el cliente puede escoger entre bolitas rellenas de zumo, bolitas de textura gelatinosa con diversos sabores o perlas de tapioca, un almidón extraído de la yuca. La consumes con una pajita más ancha de lo habitual, que permite aspirar las “burbujas” y experimentar el extraño placer de aplastarlas sin piedad.