En esos tics que apuntaba sí que había un cambio. Posteriormente, incluso hoy, nadie ha añorado la efervescencia de la Barcelona setentera y su carácter independiente, sino que toda la lacerante peleíta sobre La Movida –palabreja que no aparecía en este texto de Manrique y ya era 1981- consiste en discutir a quién deberían haber dado más minutos los medios públicos y más dinero los ayuntamientos. Siguen saliendo libros con esa disputa estéril, pero nadie se pregunta por el porqué de ciertas dinámicas que ahora son la norma en todo el país. Por otra parte, las crónicas y los artículos que dejó Manrique en Metal Hurlant eran oro en paño. Especialmente, los reportajes como los que dedicaba a la capital y las ínfulas rockeras o poperas por todos conocidas, o entrevistas a personajes del calibre de Ozzy.
No obstante, lo que sí era ciencia ficción para adultos era Frank Margerin, que aparecía pocas páginas después. Este autor francés había debutado en la revista parodiando el género, que es lo más adulto e infantil al mismo tiempo que se puede hacer. En este primer número, su historieta Cuando el amor llama a la puerta… era un sainete con superhéroes, supervillanos y mujeres en cueros que concluía de forma totalmente revolucionaria. Al perder a la chica, Superman se contentaba con acostarse con un vecino, un hombre calvo y con bigote, en cuyo domicilio transcurre la acción. El desenlace no tenía nada de homófobo, todo lo contrario, el vecino seducía al superhéroe de forma totalmente racional: “Quédese aquí, la noche es joven ¡además, no solo hay mujeres en el mundo!” Y dormían felices y abrazados.
Cuando Moebius habló del proyecto de los Humanoides Asociados (Jean Pierre Dionnet, Druillet y él mismo), a lo que se refería no era a nada adulto, él habló de abierto, que es muy diferente: “Encontraremos todo el abanico de opiniones humanas, todos los discursos sociales, la apertura es el único presupuesto”. Lo que sí que podía romper la pauta era que los autores reunidos en estas páginas lo que iban a hacer era expresar libremente cómo percibían el mundo, ya fuese a través de la parodia, de la ciencia ficción estricta o de la fantasía. De hecho, la revista nació en Francia como una rebelión contra René Goscinny, director de la revista Pilote, que era de miras más bien estrechas.
Ese fue el fuerte de esta publicación, obras como Punks del espacio, de Jean-Claude Mézieres, el gran creador de Valerian, que satirizó la cultura imperialista y bélica propia de la Guerra Fría y las fantasías patrióticas. De nuevo, la paradoja fue que ese tipo de contenidos inundó el mercado en los ochenta hasta extremos delirantes, tanto que ahora nos parecen incluso normales.