VALÈNCIA. La vida está hecha de encuentros fortuitos, relaciones casuales que se sienten eléctricas. Un choque entre A y B -a veces también C- que abre caminos inesperados. Algo así se debió sentir en la cena entre el pintor mexicano José David Alfaro Siqueiros, el autor Ernest Hemingway y Josep Renau, por aquel entonces director general de Bellas Artes en el gobierno de la Segunda República. Siete horas en torno a la mesa de un restaurante frente a la playa de la Malvarrosa. Como aperitivo: un debate sobre el anarquismo. Plato principal: una reflexión sobre la máquina al servicio de la destrucción. Entre whisky y whisky, un intercambio de pareceres que derivaron en la creación de una de una pieza icónica: el mural Retrato de la burguesía. Para su puesta en marcha tuvieron que acortar los más de 9.000 kilómetros de distancia que separan València de México D.F., ciudad que acogió a Renau tras la derrota del bando republicano. El país centroamericano se convirtió en su nuevo hogar, un exilio marcado por la ayuda se Siqueiros, quien invitó al valenciano a participar en la confección de un mural colectivo para la nueva sede social del Sindicato Mexicano de Electricistas. La obra, en la que participaron también los artistas Antonio Pujol y Luis Arenal, denuncia el poder destructor del fascismo como arma de exterminio al servicio del gran capital, una pieza marcada por la sombra de la Segunda Guerra Mundial, que Siqueiros sintió durante su visita a España.
Esta relación casual y, también, causal, es en cierta medida el punto de partida de Los exilios de Renau, exposición que inaugura este jueves el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM). Comisariada por Joan Ramón Escrivá y Josep Salvador, conservadores del museo, la exposición fija la mirada en los años de exilio del autor, una muestra que busca reconstruir los contextos históricos a los que tuvo que adaptarse tras la guerra civil española, una vida fuera de “la patria” marcada por dos etapas: en México (1939-1958) y en la antigua República Democrática de Alemania (1958-1982). Entre una y otra, 9.700 kilómetros de distancia. Como eje común, ese entendimiento del arte como “herramienta crítica para analizar el presente y para la construcción de un futuro mejor”, reflejó la directora del IVAM, Nuria Enguita, durante la presentación de la muestra.
Es precisamente una reproducción –a partir de fotografías- de Retrato de la burguesía la pieza que da la bienvenida al visitante, un punto de partida que quiere subrayar esa especial relación con Siqueiros, que no se ha explorado tanto en España, una figura “fundamental” para Renau que marcó esa nueva vida al otro lado del charco. El museo hace una panorámica de esta etapa, un relato que también tiene contradicciones, un debate que también pasa por el mero hecho de estar expuesto en una institución museística. Y es que la relación de Renau con los espacios expositivos clásicos y con los encargados de la gestión del arte era un tanto curiosa, pues era un firme defensor de un arte que busca a la gente, y no al revés. “En la calle no hay jerarquías”, defendía.
Llámelo contradicciones, llámelo supervivencia, la exposición también hace un recorrido por algunos de los carteles cinematográficos realizados por Renau durante esta época, una producción de la que no hablaba demasiado, aunque no por ello es menos relevante. No en vano, llevó a la apertura de Estudio Imagen / Publicidad plástica (1950-1958), un taller a través del que canalizó su obra comercial y en el que formaron parte colaboradores externos como sus cuñadas Rosa y Josefina Ballester y su propia esposa, Manuela Ballester. Esta última tiene un espacio destacado en la exposición, quien fue participe de gran parte de la obra de Renau y desarrolló su propia carrera, aunque, como era habitual en la época, a la sombra de su marido. “No se la ha reivindicado suficiente”, defendió Joan Ramón Escrivá.
Merece un alto en el camino la serie de fotomontajes The American Way of Life, uno de los proyectos más ambiciosos de Renau, en el que se apropió de la iconografía de los Estados Unidos y ese relato del sueño americano para crear nuevos mensajes. Lo hacía, además, en tiempos de Guerra Fría, en los que la maquinaría americana estaba a pleno rendimiento para extender su modo de vida por todo el mundo, un capitalismo voraz disfrazado de anuncios amables con familias perfectas. En estas piezas, que el IVAM expone por primera vez desde 1989, subvierte los iconos pop para criticar el racismo, marginación social, belicismo o grandes monopolios empresariales, una visión que Renau planteaba desde ese México cuya frontera con Estados Unidos ha sido siempre un punto caliente pero, también, con una mirada de esa Europa destruida pendiente del Plan Marshall.
“Hay un universalismo, un internacionalismo, que le viene de lo que es pensado tanto como de lo que es vivido. Y una comprensión de la relación entre fascismo y capitalismo y un conocimiento de sus contradicciones, que es tanto pensamiento como experiencia directa. Porque los exilios mexicano y berlinés son dos exilios en la frontera. Dibujados sobre la línea misma de la confrontación: del México que sufre la presión fronteriza del imperio USA y el Berlín dividido de la guerra fría”, reflexionó Enguita.
“La vida y la política están estrechamente implicadas […] Todo arte es político”, defendía Renau, una tesis que le valía en València, México D.F. o Berlín. Fue en 1958 cuando el autor llegó a la antigua República Democrática de Alemania, siendo este uno de los pilares de la muestra, que dedica una atención especial a la irrupción de la nueva arquitectura socialista alemana y su vínculo con el muralismo al servicio del adoctrinamiento político. De este fenómeno histórico destacarán nuevos proyectos urbanísticos como el de la ciudad de Erfurt o el de Halle-Neustadt, una ciudad modélica construida para los trabajadores de la industria química. “Es aquí donde Josep Renau pudo realizar su obra mural más ambiciosa, comprometida y monumental”, explicó Josep Salvador. Entonces, eso sí, también quedó patente su curiosa relación con el poder, pues las propuestas de Renau no gustaron especialmente por no ser explícito. ¿No querían café? Pues dos tazas. Finalmente firmó un mural de grandes dimensiones coronado por un retrato de Marx. València, México, Berlín... pero, siempre, Renau.