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VALÈNCIA. Ricardo Dudda quedó finalista del II Premio de No Ficción Libros del Asteroide con un proyecto sobre la historia de su padre, refugiado tras la II Guerra Mundial. Antes de ser un publicista de éxito y enraizarse en Murcia, formó parte de una cultura y un país que dependió, durante décadas de los vaivenes de la historia reciente de Europa. Lo que iba a ser un libro nacido de su testimonio encontró un inesperado giro de guion: su abuelo seguramente habría participado, durante esos vaivenes, en el Holocausto en primera línea de fosa. Eso amplió la ya lúcida reflexión de Dudda sobre la identidad europea y el arraigo en un libro de historia en el que también cabía cuestiones como la herencia de la culpa y el silencio familiar.
El resultado es Mi padre alemán, donde el autor busca, según cuenta en conversación a Culturplaza, ser “un novelista sin ficción”, no renunciar a las herramientas de la literatura a pesar de ser consciente de la responsabilidad de contar uno de los episodios más complejos de la historia reciente. Sobre el proceso, la historia, y la Historia, Ricardo Dudda contesta las preguntas de este diario aprovechando la presentación del libro en València.
- El libro empieza como un proyecto casi genealógico y se transforma en uno de investigación. ¿Cómo afectó al proceso creativo?
- Así fue. De hecho, el proyecto no tenía nada que ver. El premio de Libros del Asteroide de No Ficción es por la idea, y ellos se fían de que vas a terminar haciendo eso. No es que les engañara, pero yo iba a escribir un libro de mi padre como refugiado. Conforme le empiezo a entrevistar, me doy cuenta que, además de como fuente, me gustaba como personaje. De pronto, fallece mi tío y su viuda me trae de Alemania una bolsa caótica con cuatro kilos de documentación, en la que encontré desde lo más banal —listas de la compra, o notas del colegio de mi abuela, del 1917— hasta cosas que me servían para montar una historia familiar. Eso lo cambió todo porque pasé de la huida contada por la memoria de mi padre cuando tenía 5 o 10 años a poder contar la historia de quiénes tomaban decisiones de eso huida, que eran su padre y su madre. Ese archivo me salvó la vida.
- La no-ficción de un testimonio poco tiene que ver con la no-ficción basada en los documentos.
- De hecho, ¡el testimonio puede ser ficción! La no-ficción que yo tenía era memoria de mi padre. ¿Hasta qué punta era fiable y hasta qué punto era una construcción? Algunas escenas de nuestros recuerdos de infancia muchas veces se dan gracias a que nos han contado anécdotas, o nos hemos visto en fotos. Algo tan difícil de cotejar como la huida de un niño de cinco años, la nieve, la guerra… Había mucho margen para que hubiera un punto de fabulación por parte de mi padre.
- Antes de hablar de tu descubrimiento, permíteme preguntarte por el personaje de tu padre. Dentro de esa no-ficción de la que hablamos, tenemos que sumarle que él trabaja en Publicidad.
- La manera en la que contaba esta historia era efectista y fabulada. Le encantaba contar la historia del refugiado que se acaba convirtiendo en empresario de éxito. Yo tenía como duda saber hasta qué punto era real lo que me contaba; fue uno de los principales problemas del principio, que sin documentos solo podía hacer que creérmelo. Cuando recibo todos los papeles es cuando puedo comprobar el día exacto en el que cruzaron un frontera concreta. Lo fuerte fue comprobar que encajaba perfectamente con lo que me había dicho. O mi padre tiene una memoria prodigiosa o cuando se lo contaron, lo hicieron muy bien. Las familias de refugiados tenían que tener todos los papeles consigo, y por eso todos sus pasos estaban documentados.
- Tu acercamiento a la historia es periodístico. ¿De qué manera vas utilizando el lenguaje para ir acercándote y alejándote de diferentes tonos para contar una historia familiar y unas páginas después estás haciendo una crónica sobre la historia de Europa?
- Un amigo me dijo que el libro era neurótico, como yo. Había momentos en los que me aparecía el complejo sobre lo que estaba escribiendo, y entonces me iba a la biblioteca a seguir investigando. Otra veces me apetecía lo contrario: yo escribo diarios, y me gusta desarrollar ese personaje que tengo. Quería hacer un collage de la manera que tengo de hacer las cosas.
- La primera parte del libro habla de la identidad. De un pueblo que ya no es pueblo, de una patria que no existe (Prusia)… Ahora vuelven a estar de plena actualidad estos conceptos. ¿Te crean hastío o interés?
- A mí es un debate que me cansa mucho. Me gustan más las identidades relajadas, la idea de que te vas construyendo sobre la marcha y no tienes algo muy fijo. La historia de Europa es precisamente eso: la historia de una diversidad que se ha intentado acabar con ella y un mestizaje que se ha intentado homogeneizar. Cogiendo el ejemplo del lugar en el que nació mi padre, allí convivían eslavos, judíos, zíngaros y católicos. Alemania intentó alemanizarlo, después Polonia quiso hacer polonizarlo… Todo el proyecto nacionalista tiene esa vocación de homogeneizar. Yo no quiero hacer presentismo y decir que me recuerda a una sitaución de hoy porque me parecería muy fácil, pero es historia de Europa y va a seguir siéndolo así: la diversidad se da por defecto y son los intentos por acabar con ella lo extraordinario.
-Sobre los crímenes que cometieron los aliados y el sufrimiento de la población derrotada en la Segunda Guerra Mundial, citas a Stig Dagerman: "El sufrimiento merecido es igual de duro que el inmerecido, se siente igual en el estómago, en el pecho y en los pies".
- La frase me llama mucho la atención porque, en primer lugar, la hizo un periodista en 1946, cuando todavía el triunfalismo por la victoria de los aliados y no se había aún mirado los daños colaterales. Él viaja a Berlín, después de viajar por toda Alemania y se da cuenta de que no se corresponde el discurso que se estaba contando en Europa con la realidad. Yo veo una empatía en él que creo necesaria cuando vemos que una víctima puede ser verdugo, y viceversa. Incluso la persona que ha decidido colectivamente ser culpable tiene su parte de inocencia. Esto es muy importante porque tendemos a pensar que la víctima no tiene capacidad de acción ni de voluntad (es solo víctima, solo ha padecido). Pero por supuesto que una víctima puede haber hecho daño. Esto es esencial cuando hablamos de las víctimas alemanas que eran civiles y murieron por los bombardeos de los aliados. Se intenta justificar y decir que precisamente eso es lo que hizo ganar la guerra. Es cierto, pero también es horrible. A mí las culpas colectivas me parecen siempre horribles. Claro que había un apoyo al nazismo brutal, pero no creo que la mejor respuesta fuera el bombardeo sistemático sobre civiles. Y esto se puede trasladar a muchísimos conflictos.
- Por eso, aunque son conceptos que sobrevuelan el libro, no hay una contraposición exacta entre la responsabilidad, o la culpa, y aquello que haces por supervivencia. Lo primero que esperas escuchar cuando le revelas el secreto familiar a tu padre es “es que tu abuelo era un mandado”. Y eso puede ser una justificación parcial, pero el sentido de la supervivencia también tiene un límite moral.
- Ahí es muy interesante la diferencia entre culpa y responsabilidad. Evidentemente, haber seguido unas instrucciones no te hace menos culpable. Los juicios de Nuremberg estaba lleno de personas diciendo que simplemente seguían órdenes de una moral superior. Yo ya no puedo hablar de esto con mi abuelo, pero me imagino que se justificaría igual.
Por eso después de 1945 se crea el marco de Derecho Internacional en cuanto al genocidio y los Derechos Humanos, porque ellos respondían a una legislación y no había una Convención de Ginebra o unos Derechos Humanos. Muchos se justificarían porque realmente creerían que no estaban haciendo nada malo.
En cuanto a lo que planteas: ¿lo hacían por sobrevivir y, de hecho, sobrevivieron gracias a eso? Sí, pero si para sobrevivir tienes que implicarte en eso… Y no sé si mi abuelo se sentía culpable o no. Sé que mi padre y yo sí la tenemos por herencia, porque no ha habido ni fiscalización ni rendición de cuentas de lo que hizo mi abuelo. Nuestra culpa quiere compensar todo eso.
- La manera de llevar esa culpa por parte de tu abuelo es ocultárselo a tu familia. Ese silencio permanece hasta tu descubrimiento, y entonces decides publicar este libro. ¿Es un golpe de efecto para romper con ese silencio?
- Muchas veces me he preguntado qué me legitimaba a escribir este libro más allá de la vanidad de saber que es una historia buenísima. Supongo que, al escribirla, me quito algo de culpa por ese silencio y que hay algo de reparación moral. Nada más: son crímenes proscritos, que se produjeron pero de los que no hay pruebas… Tal vez si estuvieran vivas más personas de aquella generación habría sido más difícil, pero han pasado 80 años.
- El libro fue finalista del II Premio de No Ficción Libros del Asteroide. ¿De qué manera amplia esta etiqueta, la de no ficción, las fronteras editoriales para que te sintieras cómodo presentando este proyecto?
- Precisamente lo que me gusta del premio es que quiere desafiar la idea de que toda narrativa tiene que ser de ficción, una concepción que tenemos más en España que en otros países. Por ejemplo, la tradición anglosajona cuenta con muchos periodistas escritores que mantienen en sus libros la misma tensión que si fuera ficción. En España, por defecto, pensamos que la novela es ficción, y que el ensayo es una cosa aparte, académico y divulgativo. Yo he bebido mucho de otra tradición, de la de periodistas que hacen una investigación durante años y luego escriben una novela de no ficción en la que no existe nada inventado y, sin embargo, tiene una convicción principalmente narrativa. Hay que reivindicar la idea de ser un novelista sin ficción.