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liberalmente / OPINIÓN

Miedo a volvernos locos

30/08/2024 - 

No ha sido distinto este verano de otros tantos en los que un fogonazo en forma de noticia te machaca el alma. Quizá sea porque en un ambiente de sosiego vacacional produce mayor sobresalto aquello que, sucediendo en otro momento, se mezcla con el estrés de lo cotidiano y se disuelve así más fácilmente en la memoria. Esta vez el escalofrío ha sido saber de la muerte de menores a puñaladas a manos de personas que, según todo indica, sufrían graves trastornos de salud mental. Tan graves como no detectados pese al riesgo cierto que suponían.

Da miedo constatar lo sucedido el 29 de julio en Southport, Gran Bretaña, o el 18 de agosto en la localidad toledana de Mocejón. Inquieta que un menor de 17 años allí y un joven de 20 aquí puedan salir a la calle un día y llevarse por delante con un cuchillo la vida de tres niñas y un niño porque en sus cerebros algo ha fallado irremediablemente. Asusta pensar que no hemos sido capaces de detectar lo que pasaba y ofrecer una correcta, eficaz y efectiva atención a quienes son no solo un riesgo para sí mismos sino para toda la sociedad por sus problemas mentales.

Pero el espanto por lo sucedido en ambos casos ha dado paso a otro horror: el de descubrir que hay muchos más enfermos, locos de odio irracional dispuestos a inventar y difundir una mentira porque es su verdad, aunque sea manifiestamente falsa.

La violencia alentada y hasta organizada desde internet frente a los inmigrantes y la comunidad musulmana en Gran Bretaña, al señalarse al autor de los apuñalamientos de tres niñas como un musulmán solicitante de asilo, duró varios días más tras desmentir el tribunal el bulo e identificar al presunto criminal: un menor de 17 años, de nacionalidad británica, nacido en Gales, de religión cristiana y conocido por estar vinculado a las actividades de su iglesia local, aunque de ascendencia ruandesa por el origen de sus padres.

Aquí no llegamos a ese punto en las calles, pero no porque no se intentase. Todos hemos podido leer en redes sociales, desde el día de los hechos, incitaciones directas a hacer algo frente a menores inmigrantes ante la muerte de Mateo, el niño de 11 años de Mocejón, causada, como todo apunta, por un joven español, residente en Madrid y con vinculaciones familiares en el propio pueblo, de 20 años y, una vez más, como ya se ha dicho, con un grave y desatendido deterioro de su salud mental. E igualmente hemos asistido al vómito infame de mensajes, ahora de rabia contra menores extranjeros en nuestro país, desde perfiles anónimos y no tan anónimos, en una loca carrera por provocar, simplemente, venganza ciega. Sin importar la justicia cuando hoy mismo, si damos una vuelta por alguna red social, encontramos a quien todavía pone en duda la investigación judicial y los hechos mismos porque, sí o sí, hay que encontrar algo que conecte a un mena con lo que ha pasado. Y es que la verdad es la que debe ser, según voluntad de algunos, aunque sea mentira.

Da miedo esta sociedad imprudente que no trata adecuadamente a personas con tales problemas de salud mental que suponen un peligro como el que hemos tenido la desgracia de constatar demasiado tarde. Como da miedo esta sociedad indiferente que alberga entre nosotros a otros locos arrastrando tanto odio ilógico en sus vísceras, capaces de generar falsedades sin miramiento alguno y que azuzan su miedo contra quienes no conocen simplemente por eso: porque no los conocen, lo que los hace culpables de todo. Da miedo saber que detrás de esos perfiles, a veces no tan anónimos, identificamos perfectamente a gente a la que saludamos al cruzarnos en un portal o con la que compartimos charla intrascendente en el trabajo.

Y sí, hace solo unos días ocurrió de nuevo en Alemania, en Solingen, con otras tres personas muertas acuchilladas por un confeso yihadista, procedente de Siria y asilado en esta Europa de los derechos y las libertades. Y claro que ello debe hacernos reflexionar, también, sobre cómo controlamos a quien entra por nuestras fronteras, porque pueden ser asesinos o, simplemente, enfermos. No tenemos exclusiva alguna en cuestiones de locura, que ignora culturas, religiones o colores de piel.

Claro que tenemos miedo a un enfermo con un cuchillo, pero debemos tenerlo también a que algún día haya locos al teclado de un ordenador o de un teléfono móvil que nos convenza de que estos enfermos no pueden vivir entre nosotros solo por serlo y porque hay cuchillos en las cocinas de las casas. Asusta pensar que el miedo y la ignorancia nos haga un día aceptar que tengan razón si hubiera sido lo que ellos querían que fuese.

Miedo me da que consigan que nos volvamos todos locos.

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