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políticos al habla / OPINIÓN

Miserables

19/11/2018 - 

19-11-18. No es para menos. Seguro que alguno de ustedes ha pensado que, en ocasiones, parece que como sociedad perdemos el rumbo y que la dignidad, la decencia y la humanidad son arrasadas por el interés político o económico, por las búsqueda desesperada de notoriedad, por la persecución del titular del día siguiente, por un desordenado sentido de las prioridades, por las prisas, la torpeza, o simplemente, por la maldad.

Termina una semana en la que, en el terreno político, se ha llegado a plantear por el Gobierno valenciano la prohibición de incineración de las personas fallecidas con obesidad mórbida o enfermos oncológicos para intentar reducir la emisión de agentes contaminantes. Y no, no era una de las famosas fake news. Tan real como la vida misma.

Algo va mal cuando el respeto a la voluntad de una persona fallecida y el acompañamiento a sus familiares se mezcla con fríos debates sobre el combustible que se emplea en la incineración del difunto, el tiempo que tarda en quemarse y las emisiones contaminantes. Nuestro compromiso con el medio ambiente ha de ser firme, pero el titular no puede hacernos perder el norte. La política debe ser lo suficientemente empática, sensible, justificada y oportuna para plantear determinados debates, especialmente si hablamos de la salud y la muerte.

La consellera de Sanidad, Ana Barceló. Foto: KIKE TABERNER
La repercusión social de la ocurrencia de turno obligó a la Conselleria de Sanidad a rectificar: se podrán incinerar a los obesos mórbidos pero no se permitirá incinerar a personas que hayan recibido tratamientos contra el cáncer mediante inserción de agujas radiactivas. La reacción de asociaciones de pacientes dejó al desnudo la justificación de la iniciativa, hasta el punto de rectificarse. El común denominador de las reflexiones botánicas practicadas en la intimidad era un aliviado “¡menos mal, que hemos rectificado!”. La conclusión es clara: no era necesario, ni oportuno. Faltó sensibilidad.

De otro lado, la semana ha estado marcada por la indignación de una ciudad que clama respeto por quien fuera su alcaldesa durante 24 años, Rita Barberá. Cierta iniciativa privada lanzaba la publicidad de uno de sus conciertos empleando para ello una imagen de la Alcaldesa en unos carteles publicitarios tremendamente irrespetuosos. Todo ello en el aniversario del fallecimiento de una de las políticas más reconocidas y relevantes de este país y, sin duda, de nuestra Comunitat. Una cruel falta de respeto.

El rechazo unánime de las instituciones propició el consenso en la declaración institucional de condena propuesta por el Partido Popular durante las sesiones plenarias. Una vez más, la repercusión social obligó a la entidad privada a retirarlos. Faltó decencia, dignidad y principios. Faltó humanidad.

Cartel de la polémica. Tras el revuelo, el grupo pidió disculpas y suspendió el concierto
Y lamentablemente en este caso, tal vez fuera eso lo perseguido: la maldita publicidad. Hay quien no duda en acudir a la polémica para vender, aunque sea miserable. Se persigue el trending topic a la desesperada, se ansía lo efímero del momento, se veneran las causas que hacen que “hiervan las redes”. La malnacida controversia, el escándalo, la provocación. Qué asco.

Me rebelo frente a quienes intenten blanquear las estrategias de publicidad diciendo que a los españoles nos falta sentido del humor. Argumentan que somos una sociedad acomplejada que, por ejemplo, todavía ve la muerte como tabú o que no entiende la “inteligente” gracia de los irónicos. Se les suele reconocer rápido a estos elevados ciudadanos que sobrevuelan las cuestiones cotidianas banalizándolas. Por lo general se arrogan el buenismo y el buenrollismo y levantan las banderas de la tolerancia aunque no toleren a quien no piensa como ellos y los traten con ira, odio, resentimiento y venganza.

Pero por excusas que aporten las cosas son como son: cuando un acto carece de sensibilidad, hay un error implícito. Cuando algo es ofensivo, hay que darle la espalda. Cuando algo es inhumano no hay que callarse, hay que rebelarse. Las cosas están bien o están mal, no caben requiebros.

Por suerte, la decencia suele ser el común denominador, por suerte nuestro país sigue discriminando lo que procede y velando por los límites éticos. Por suerte la provocación sólo es terreno de minorías. Por suerte lo miserable suele rechazarse. Por suerte las personas siguen siendo lo primero. Por suerte.

María José Catalá es portavoz adjunta del PP en Les Corts

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