VALÈNCIA. Este sábado fue un día soleado en València, plagado de actividades en todas partes, y muy especialmente los actos relacionados con la Virgen de los Desamparados. Miles de personas por las calles de la ciudad. Bajé al cauce del río y había gente y más gente: turistas en bici, una carrera popular, un montón de gente debajo del puente de la Peineta haciendo aerobic (o algo: ejercicio con música, no sé si esto acepta otras denominaciones). La gente, en fin, salía por todas partes, en una marea humana incesante.
Salvo en un lugar: el mitin central de Ciudadanos, donde no había apenas gente. Y no quiero decir que no llegasen a las mil personas, o a las 200 personas. Siendo generosos, había allí 75 personas, y eso contándome a mí y a los demás periodistas que cubrían el evento. 75 personas organizadas en un círculo en torno a un atril desde el que hablaron las candidatas de Ciudadanos. Lo cual, como es obvio, es ilustrativo de la situación en la que se encuentra el partido.
Ciudadanos fue un partido fundado en unas circunstancias y un contexto muy específicos; un partido surgido como rechazo del independentismo y del catalanismo que veían complaciente con el primero, creado por determinados representantes de las élites urbanas de Barcelona afines al PSC. Casi diez años después de su lanzamiento, Ciudadanos decidió dar el salto de Cataluña al resto de España para aprovechar la oportunidad del estado comatoso del bipartidismo en 2014. Si Podemos parecía que podía comerse al PSOE, ¿por qué no hacer lo propio Ciudadanos con el PP?
Sin embargo, así como el crecimiento de Ciudadanos en Cataluña, y su proyecto político, tuvieron un recorrido y un despliegue natural, paulatino, no puede decirse lo mismo de su implantación en España, donde Ciudadanos creció como un partido de aluvión, con militantes, cuadros y votantes que llegaron en masa a Ciudadanos merced a su desafección con otros partidos, en particular el PP. Es decir, que sus bases eran endebles, y su programa político, su discurso, también.
Esto tampoco tenía por qué constituir un gran impedimento para alcanzar el éxito: por dos veces, Albert Rivera estuvo a punto de ser vicepresidente con un Gobierno de Pedro Sánchez; en el medio, fue vicepresidente de facto con un Gobierno de Mariano Rajoy. Pero en 2019 no supo aprovechar su oportunidad. Por un lado, decidió mantenerse firme en no pactar con el malvado sanchismo, si bien dicho pacto habría desbloqueado la situación política en España y le habría dado muchísimo poder durante la siguiente legislatura; por otro lado -y esto fue mucho más incomprensible que la anterior decisión-, teniendo la posibilidad de darle el golpe de gracia a un PP en horas bajas que podría haber perdido casi todo su poder autonómico y local, Ciudadanos, el partido que aspiraba a sustituir al PP, decidió ser el salvavidas del PP y apuntalarlo en el poder, incluso en lugares donde el PP llevaba gobernando más de veinte años y acumulaba escándalos de corrupción y un desgaste evidente (como la Comunidad de Madrid, Castilla y León o Murcia).
El resultado, cuatro años después, lo tenemos ante nuestros ojos. Y no fue, hay que decirlo, responsabilidad de las personas que ahora mandan en Ciudadanos. A ellos, bien al contrario, hay que reconocerles, al menos, la coherencia y la dignidad de quedarse en el partido en estas horas muy bajas, más que probable preludio del final. A mí, personalmente, me parece mucho más admirable quedarte en el partido por el que casi nadie da un duro que irte de mala manera a otro partido (casi siempre, a la "casa madre", la "nave nodriza" de la derecha, el PP) para seguir con algún carguillo en los próximos años.
El resultado es que Ciudadanos ha quedado amortizado, a ojos de casi todo su electorado potencial, como opción política, y las dinámicas del voto útil terminan por laminar sus apoyos. Y Ciudadanos, a diferencia de Unidas Podemos, ni siquiera se puede consolar con un suelo electoral sólido, aunque sea muy pequeño (cada vez más), urdido a base de décadas de actividad política, cuadros del partido y travesías del desierto (el suelo que siempre ha tenido Izquierda Unida, hoy por hoy la tabla de salvación de Unidas Podemos). Ese suelo, de haberlo, para Ciudadanos sólo existe en Cataluña.
En la Comunitat Valenciana (donde Ciudadanos estuvo a punto de superar al PP en abril de 2019) y en València, hoy por hoy, el partido no puede congregar apenas militantes y simpatizantes en lo que en teoría era su acto central de campaña. Y con ello el acto quedó capitidisminuido, no sólo porque apenas hubiera gente, sino porque duró veinte minutos de reloj.
Primero habló Mamen Peris, candidata a la presidencia de la Generalitat. La candidata es animosa y parece inmune a tantas señales desalentadoras. Hasta se deja llevar por una frase hecha en su discurso ("os digo un secreto, ahora que no nos oye nadie") que, dadas las circunstancias, tiene tintes tragicómicos. Luego presentó a la cúpula nacional del partido, de entre los cuales habló Patricia Guasp, candidata en Baleares y portavoz de Ciudadanos. Ambas reivindican la importancia del centro político en España, la necesidad de tener algún instrumento equidistante de PP y PSOE, que vigile sus excesos y ponga coto a la corrupción, etc. El problema es que ese discurso ya nos lo conocemos, porque es el que hacía Ciudadanos en sus inicios en la política nacional, y ya sabemos lo que ha dado de sí.
El minimitin duró unos quince minutos, seguidos de una minirrueda de prensa improvisada de otros cinco minutos. En la parte final de la minirrueda de prensa se acerca una turista, de los muchos paseantes que bordearon el acto de Ciudadanos (pero no se quedaron). Mira a los protagonistas: "ah, no es la Arrimadas". Y se va.
Es el drama del centro político en España, llámese CDS, UPyD o Ciudadanos. Una tragedia en dos actos. Primero, el centro político, tras lograr asomar la cabeza en la política española, llega a la conclusión de que, después de todo, su opción de centro es más cercana a la derecha. Luego, sus votantes, sus cuadros y su espacio político acaban subsumidos en la derecha. Fin.