Es difícil minusvalorar el impacto de la trayectoria política de Mónica Oltra en el devenir de la izquierda española. Partiendo del ala minoritaria de un partido a su vez minoritario (Izquierda Unida) que acabó aliándose con otro partido aún más minoritario (el Bloc), Oltra lideró un proyecto, Compromís, que está detrás de los principales éxitos de la izquierda valenciana en los últimos treinta años (por "principales" véase "únicos" éxitos en este período). Compromís, con Oltra al frente, se convirtió en el principal partido de oposición al PP hegemónico de 2007-2015, y contribuyó mucho más que el PSPV a socavar dicha hegemonía. Compromís pasó de entrar por los pelos en las Cortes coaligado con Izquierda Unida a entrar en solitario (2011). Cuatro años después, en 2015, a punto estuvo de superar al PSPV y desde luego fue una formación decisiva para movilizar al electorado y obtener, para la izquierda, la victoria globalmente más clara (en escaños y en votos) desde (si no me equivoco) 1983.
En todos estos éxitos, el papel central de Mónica Oltra es indiscutible. Además, Oltra consiguió tener visibilidad en los medios nacionales, algo que ningún político valenciano de izquierdas, que yo recuerde, había logrado nunca en el actual periodo democrático, salvo por su acción en los Gobiernos de Felipe González. En definitiva, Oltra ha estado detrás de la victoria de 2015, no sólo en la Generalitat Valenciana, sino en el ayuntamiento de València (y en otros muchos) y dos de las tres diputaciones provinciales. Por supuesto, no es sólo mérito suyo, pero si tuviéramos que pensar en cuál fue la persona más determinante para lograr estos objetivos seguro que su nombre es el que saldría a colación.
Por todo ello, cabría pensar que Mónica Oltra era un activo electoral valiosísimo para la izquierda valenciana, e incluso española, y que lo normal sería que sus acólitos cuidasen de ella y tratasen de preservar su carisma y su tirón entre el público; de protegerla. Pero no es esto lo que pasó cuando el caso de abuso sexual de su exmarido comenzó a salpicarla, a ella y a su conselleria. Bien al contrario, los supuestos aliados de Oltra, en su mayoría, buscaron protegerse ellos (buena parte de sus socios de Compromís) o, directamente, aprovecharon la "oportunidad" de librarse de una peligrosa rival (que es lo que hizo el PSPV). Por no hablar del papel estelar de los "simpatizantes" de los medios de comunicación de ámbito nacional, que fueron quienes focalizaron con mayor eficacia el argumento de que Oltra debía dimitir "para evitar males mayores", por el bien de la izquierda en España y sobre todo en la Comunitat Valenciana.
Casi dos años después, y a menos que Carlos Mazón y María José Catalá puedan considerarse los nuevos líderes de la izquierda valenciana, la verdad es que no parece que esta apuesta "estratégica" de la izquierda haya salido muy bien. Por no hablar, naturalmente, de lo que nos dice que un caso creado e instrumentalizado desde el minuto uno por determinados personajes nocivos de la ultraderecha española fuera acogido por medios y políticos supuestamente progresistas, llevándose por delante la presunción de inocencia, un proyecto político y, en fin, sus propias expectativas de seguir mandando en las instituciones, que ahora han vuelto al PP.
Fue la del PP una victoria muy clara, que quizás también se habría producido si Mónica Oltra hubiera seguido en el Consell hasta el último momento. Pero fue, sobre todo, una victoria por incomparecencia e incompetencia de lo que quedaba del Botànic, más que por méritos propios. Una victoria que los compañeros y socios de Mónica Oltra pusieron en bandeja del PP por su afán en eliminar a la "competencia" que les hace ganar elecciones (para variar).
De manera que ahora, cuando el juez ha decidido archivar el caso en el que estaba siendo investigada Mónica Oltra, buena parte de los que hace dos años exigían su dimisión con distintos grados de entusiasmo, ahora parecen interpretar el reverso de esa postura, tal es su justa indignación por este ejemplo palmario de lawfare, instrumentalización de la justicia para lograr objetivos políticos (y no parecen detenerse a pensar que, si esto ha sido un ejemplo de lawfare, ellos fueron partícipes del mismo).
La cuestión es ahora qué sucederá. Qué hará Mónica Oltra, en el supuesto de que quiera hacer algo en el campo político. Personalmente, dudo que haga movimientos, en el corto plazo, y no sé si le quedarán muchas ganas de retomar su carrera política visto el final abrupto que le obligaron o condicionaron a aceptar hace menos de dos años. Lo que sí que parece claro, o así lo indica la lógica y la justicia más elemental, es que, si su dimisión era una forma de expurgar supuestas responsabilidades políticas y en el camino ayudar al "bien común" (de la izquierda valenciana y española), el retorno de Mónica Oltra debería producirse en condiciones similares a las que atesoraba en el momento de salir, esto es: el liderazgo de Compromís y una posición relevante en el panorama político nacional. Pero claro, habrá que ver si la gente que pedía su dimisión inexcusable y ahora parece suspirar por su vuelta en realidad lo que quiere es una especie de premio de consolación donde tampoco moleste demasiado, como por lo visto les molestaba cuando mandaba y tenía un tirón electoral del que ellos también se beneficiaron.