La cantante, guitarrista y compositora valenciana -Gran Quivira, The Umbrellas, Everlastrings, The Backseats- reúne en un libro los testimonios propios y de muchas otras mujeres músicas para poner luz y taquígrafos a las actitudes machistas que todavía se resisten a abandonar el mundo del rock
VALÈNCIA. Dar por hecho que tu criterio musical no es propio, sino la herencia que te han dejado los novios que se han cruzado en tu vida. Juzgar tu vestimenta sobre el escenario como una forma de llamar la atención -y quizás reclamar favores sexuales que puedas utilizar para ascender en la escena-. Un técnico de sonido que se ofrece amablemente a afinar tu propia batería o a ecualizar tu amplificador “para que suene mejor”. Considerar que la expresión “tocas como un tío” es un cumplido, en lugar de una soberana estupidez… ¿Seguimos?
En El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll (Saigón Editorial, 2023), la artista musical, divulgadora, psicóloga y antropóloga Monty Peiró combina la investigación académica con testimonios y anécdotas personales de decenas de mujeres para denunciar y analizar -con mucho sentido del humor- el amplio repertorio de micro-macro machismos que todavía campan a sus anchas en el mundo del rock, a pesar de los importantes avances que ha logrado la cuarta ola feminista para muchos hombres que sí han decidido revisar sus comportamientos tóxicos adquiridos.
El libro, prologado por la escritora María Bastarós y publicado en la nueva editorial de Los Chikos del Maíz -Saigón-, se presenta mañana viernes a las 19 horas en la librería La Repartidora de Benimaclet. La autora estará acompañada de Vera Carrión, vocalista de Mafalda, y Clara Calvo, teclista de Candela Roots.
Monty Peiró es una referencia imprescindible de la escena hard rock y metal en España, aunque también sabe lo que es pagarse los estudios recorriendo pueblos de todo el país como cantante, guitarrista y bajista de orquesta. Además de ser una artista sumamente versátil -capaz de componer tanto para su banda de rock como para un grupo de rap; capaz también de versionar a Mónica Naranjo o sacar a volar su registro gutural y marcarse un “Propaganda” de Sepultura-, Monty es una feminista con agallas. De las que no se callan ni una.
Cuando tenía 20 años anhelaba salir de su pueblo y participar de la promesa de vida salvaje y hermandad que brindaba el rock and roll. Pero en aquellos momentos -la década de los noventa-, se encontró con una realidad muy diferente. A su primer grupo, un combo de hard rock llamado Sweet Little Sister, no las recibieron exactamente con los brazos abiertos. No era la primera banda de mujeres que abordaba este género en España, pero muchos chicos de la escena interpretaron su existencia con desdén y escepticismo. Grabaron dos discos, consiguieron cierto reconocimiento a nivel nacional y por ejemplo tuvieron la oportunidad de telonear a Scorpions. Pequeños hitos que se tradujeron en críticas feroces por parte tanto de compañeros músicos como de una parte del público de la escena. El “fuego amigo” de toda la vida. Apenas había empezado a asomar su cabeza en el mundo del rock, Monty aprendió que nada iba a ser tan fácil como había pensado. Esa primera etapa de sorpresa y decepción despertó en ella y otras compañeras una militancia feminista que era más intuitiva que sustentada por bases teóricas. Hace quince años, internet no estaba lleno de feminismo como ahora y términos como sororidad y mansplaining no estaban a la orden del día.
Conforme la trayectoria de Monty como cantante, compositora e instrumentista se ha ensanchado en muchas otras formaciones -The Sheenas, Interceptor, Femme Fractal, Gran Quivira, The Umbrellas, Everlastrings,The Backseats-, su activismo feminista ha ido adquiriendo una dimensión más pública. Desde el espacio “Pioneres” que dirige dentro del programa Territori Sonor en À Punt Radio, Peiró desarrolla desde hace seis años una importante labor de búsqueda, identificación y recopilación de testimonios de mujeres de distintas generaciones y vinculadas a todo tipo de géneros musicales que después ha agrupado en una web creada por ella misma para que todo el mundo pueda acceder a esa información. La publicación de El diablo vino a mí supone un paso importante en su posicionamiento como una de las principales investigadoras sobre una problemática que no está superada y que no incumbe solo al rock. Que le pregunten a Miley Cyrus o a Aitana.
-Este libro se centra principalmente en situaciones que tú y otras mujeres habéis vivido en la escena del rock, que es de alguna manera tu casa, el entorno donde siempre te has movido. ¿Te preocupan las reacciones que pueda provocar?
-No he pensado mucho en eso porque mi entorno cercano es muy seguro. Toco y comparto espacios con muchos hombres y tengo muchas amistades masculinas dentro del rock que me conocen de sobra, me apoyan y de hecho me consultan muchas dudas sobre estos asuntos. Que se ofenda otro tipo de hombres no me preocupa mucho, porque es algo que ya ocurre de forma habitual cuando las feministas publicamos cualquier cosa en las redes sociales.
-¿Cómo ha cambiado tu manera de sobrellevar las faltas de respeto y los ninguneos en tu condición de música a lo largo de los años?
-En mi caso, cuando tocaba con 21 años en Sweet Little Sister, atravesé una etapa de sorpresa y de decepción. Pensé inocentemente que los chicos tendrían ganas de ver lo que teníamos que aportar o decir en una escena donde apenas había mujeres. Lejos de eso, lo primero que nos llamaron fue “zorras”. Recuerdo el impacto cuando me metí por primera vez en un foro de internet donde se estaba hablando de nosotras. De ahí pasé a una segunda fase de muchísimo cabreo por mi parte, en la que estaba empeñada en que dejasen de ocurrir esas cosas. A día de hoy me sigue dejando anonadada que, con todo lo que ya hemos explicado las mujeres, todavía haya tantos hombres que no sepan lo cansinos que son con el mansplaining, pero ya no me duele como en el pasado. Estoy en un momento en el que acepto que eso siempre me va a ocurrir. Diría incluso que los machismos me dan una especie de gasolina. Enfadar a señores a los que pretendo enfadar, me gusta porque significa que mi presencia es disruptiva. Y, al fin y al cabo, el rock and roll es en esencia subversión.
-Has vivido la transición desde una época en la que la deconstrucción de las masculinidades tóxicas no estaba en el discurso social a otra marcada por la cuarta ola feminista ¿Cómo describirías la concepción del feminismo que había en la música cuando eras adolescente?
-La evolución dentro de feminismo ha sido un viaje muy interesante que he compartido con muchas compañeras. En Sweet Little Sister sabíamos que éramos feministas, pero no teníamos el acceso a la formación que hay ahora. Cuando nos declarábamos públicamente como feministas, teníamos que aclarar enseguida que eso no significaba que odiásemos a los hombres. Entonces era muy valiente denunciar el machismo, porque enseguida te atacaban más y te acusaban de querer victimizarte. Conforme fue evolucionando a nivel social el feminismo pudimos ponerle nombre a cosas que habíamos vivido, como por ejemplo el slut-shaming [neologismo que hace referencia a la costumbre de tildar de facilona o promiscua a una mujer por su manera de vestir]. Además de ensayar, componer y tocar, teníamos un trabajo extra que consistía en salir a defender nuestra autenticidad y nuestra dignidad en los foros de internet, cosa que no tenían que hacer los chicos que tenían grupos. Eso te quita muchísima energía. Al aprender sobre el feminismo, entendimos que esa frustración que sentíamos era legítima, real y estaba bien fundamentada. Y ya a principios de los años 2000 fuimos uniéndonos entre nosotras y hablando con libertad. Todo lo contrario a la competitividad que desde fuera nos habían hecho creer que existía de forma natural entre las mujeres.
-En el libro, la compositora y multiinstrumenista Virginia Rodrigo hace una reflexión muy potente: “Nos han robado la espontaneidad”. ¿Qué implica esto?
-Cuando yo era adolescente pensé que el rock era el vehículo que me permitiría cumplir todas mis fantasías. Creía que era un espacio seguro donde la gente podía actuar con naturalidad, dando rienda suelta a su creatividad y donde podías comportarte y vestirte como quisieras. Pero pronto me di cuenta de que esa libertad no es igual para ti que para ellos. Todo lo que hagas en relación con tu cuerpo será visto desde la sexualización, cosa que no le pasaba a mis ídolos, como Axl Rose o Sebastian Bach. A la hora de hacerte fotos, de rodar un videoclip o incluso cuando estás tocando a mil grados de calor y tienes que decidir si te atreves a quitarte la camiseta y quedarte en bikini o no… siempre tienes que darle vueltas a cosas que deberían ser espontáneas.
-En el libro hablas en varias ocasiones de una doble vara de medir en relación a la competencia técnica en la música. ¿Por qué hay más permisividad con los músicos mediocres, o con pocos conocimientos técnicos, que con las mujeres?
-Eso ocurre muy a menudo y creo que es una de las estrategias del patriarcado para seguir impidiendo el acceso de las mujeres a los instrumentos. La mayor parte de músicos de rock que yo conozco se han terminado de formar sobre los escenarios. Es decir, empiezas a tocar siendo un músico malo, y poco a poco vas aprendiendo. La técnica nunca ha sido un requisito imprescindible en las músicas populares. Sin embargo, en el rock, cuando eres una mujer, parece que la única manera de que te acepten es que destaques por encima de la media. Si no eres muy buena, tu legitimidad queda comprometida. La realidad es que la igualdad implica que haya mujeres en todos los estratos de calidad. Mujeres que sean muy malas y que no aporten nada; mujeres que no sepan tocar bien, pero consigan llegar al corazón de la gente porque sus canciones son muy buenas, y por supuesto también mujeres virtuosas.
-Reconoces que tú misma has sufrido el síndrome de la impostora que está muy relacionado con esa presión por tener que ser excelente para que no te critiquen.
-En casi todas las mujeres músicas que he conocido a lo largo de mi vida he detectado una falta de autoestima estructural musical. Nunca he conocido a una tía que me vacile diciéndome todo lo que sabe, cosa que hace cualquier hombre que se compró una guitarra antes de ayer. Cuando todo lo que haces se siente como un examen, no puedes crecer con naturalidad. No sabes la de chicas que conozco que han dejado de tocar por esta presión. De todos modos, también te digo que cada vez tengo más claro que el problema de fondo es el exceso de autoestima de los hombres. Están sobre empoderados.
-Hablemos del canon y el peligro de creer que corregirlo consiste en destacar solo a las pioneras en un género o en una competencia técnica.
-El hecho de destacar siempre lo anecdótico, la excepcionalidad o exótico del estilo “la primera mujer guitarrista negra”, lo que consigue es reducir mucho el espacio de visibilización que nos queda. Es una manera de perpetuar el problema porque se dejan de reconocer los méritos de muchas otras mujeres.
-De un tiempo a esta parte vemos muchos más artículos, libros o documentales centrados en mujeres destacadas en la historia del rock, pero comentas que de alguna manera hay un daño que ya es irrecuperable, porque la historia del rock ya se ha construido sin las mujeres.
-Claro, porque ya nos hemos criado con unas antologías del rock en las que se nos ha excluido. Nos han contado una historia incompleta y falsa, además de machista y racista. Y la verdad es que no sé cómo se puede reescribir el canon. La musicóloga Sakira Ventura, que sabe mucho de esto, opina quizás la única solución pase por destruir el canon, porque como herramienta no sirve. Puede que la gente joven que se acerca al rock, pero que tiene como referente a grupos y artistas mucho más recientes dentro del género, no sufra tanto este problema. Pero aún así creo que es muy importante que entiendan de dónde venimos.
-En cuanto a las letras de las canciones. Me da la impresión de que se ha utilizado el reguetón como chivo expiatorio de un machismo que viene de mucho, mucho más lejos.
-La falta de autocrítica en estas cuestiones me alucina. Hay gente a la que le molesta mucho Bad Bunny, pero no tiene en cuenta que Kiss, Mötley Crüe o Manowar -que ojo, me encantan- compusieron letras que eran auténticas barbaridades. Quizás en su momento no las entendíamos, o que al traducirlas no sonaban tan bestias, pero la realidad es que escuchas el “Lick it up” o “Rock Bottom” de Kiss y luego una de Bad Bunny y nos las distingues.
-¿Y qué hacemos las feministas con esas canciones machistas con las que nos hemos criado? ¿Debemos sentirnos culpables por seguir escuhándolas?
-Me fastidia muchísimo cuando alguien se cree con derecho a exigirme coherencia en este asunto y me pregunta cómo se puede ser feminista y que te gusten Mötley Crüe. Lo siento, pero eso forma parte de mi acervo cultural y las canciones que te acompañan cuando eres adolescente tienen una carga emocional muy potente. Reivindico disfrutar de esa música sin ningún tipo de remordimiento aunque, eso sí, con conciencia. Eso es diferente a que ahora apareciese un grupo despreciando o sexualizando a las mujeres. Eso no me parecería bien. Creo de todos modos que ahora por suerte la gente que está componiendo trae otro chip. Luego está también el tema de la resignificación de canciones machistas. Un buen ejemplo es el grupo tributo a Mötley Crüe formado por mujeres. Cuando las vi en directo me di cuenta de que al apropiarse de esas letras estaban desactivando su carga machista. Del mismo modo que cuando yo versiono “Hail and Kill” de Manowar lo estoy parodiando y disfrutando al mismo tiempo. Lo primero que tenemos que hacer las feministas es dejar de buscar la perfección y disfrutar de la música como nos dé la gana. Del mismo modo que tenemos derecho a ser excesivas, vulgares y sexuales sin que ello condicione la percepción que los demás tienen de nuestra música.