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el muro / OPINIÓN

Monumentos vacíos

Recorrer  Valencia y visitar sus monumentos y museos en tiempos de pandemia ha sido una experiencia insólita pero muy gratificante. Sin tanto turista, todo se ve con otros ojos

28/06/2020 - 

Aunque a lo largo del año sea un habitual de salas de exposiciones, museos y monumentos, lo bien cierto es que vivirlos en estos días de pandemia ha sido una experiencia muy diferente que animo a vivir.

No son nuestros museos, centros culturales y monumentos espacios en los que nos movamos -me refiero a los ciudadanos de esta ciudad- con soltura y normalidad. Todo ello pese a que tenemos espacios y jardines históricos que todavía son auténticos “desconocidos” para muchas generaciones y urbanitas: empezando por el Botánico o Monforte y terminando por la Casa Museo Benlliure, por poner ligeros ejemplos de espacios más que recomendables para huir de la realidad.

Ayudando esta desescalada en la que apenas teníamos horas para salir o podíamos movernos con cierta “anormalidad”, muchos espacios culturales o monumentales han sido reabiertos sólo para nosotros. Nada de turistas, grupos de visitantes y, por desgracia, ni siquiera grupos de escolares. Es lo que ha dado un plus muy especial a algunos de ellos. Y un servidor se queda con el Museo de Ciencias Naturales, ubicado en Viveros, La Lonja o el Centre del Carme más allá del mediodía.

Escuchaba estos días que la Torre Eiffel abre sus puertas aunque sólo para los parisinos o los franceses de su entorno. Y que de los siete millones de visitantes habituales, los números iban a decaer considerablemente este año por la pandemia. Pero también que era una suerte para los parisinos poder visitarla sin colas ni agobios.

Pero la mejor experiencia después de cruzar el Mercado Central sin banderitas, paraguas y grupos de cruceristas guiris corriendo entre sus puestos con toda prisa y cámara en mano, fue recorrer La Lonja en solitario, como si la hubieran abierto para mí solo. Fue una sensación única y mágica. Me permitió huir por una hora de estos meses de zozobra y retroceder al siglo XV, como si fuera un personaje más de la época y aquella mi residencia.

Después de entrar y cumplir con las normas sanitarias obligadas, pregunté a los trabajadores qué tal iban  las cosas. Confesaron que muy tranquilas. Apenas tránsito. Si en un día normal de junio el número de visitantes rondaba sin bicho conocido las dos mil personas, ahora costaba llegar al centenar. Y eso que el acceso, además, era gratuito.

Así que tuve por primera vez en mi vida el monumento al servicio de un servidor que la ha visto como zona de intercambio de monedas y billetes, espacio de ágapes y encuentros multitudinarios a simple zona turística, pero jamás en silencio.

Gracias a esta situación pude detenerme y descubrir elementos arquitectónicos y decorativos que jamás había conocido e imaginado, sentarme en sus bancos de piedra junto a las balconadas, sorprenderme con los artesonados y sentir un sensación de regreso al pasado pero estando en un presente condenado, algo a lo que me condujo un guardia de seguridad que rompió mi viaje en el tiempo en silencio. Hasta pude comprobar cómo de la placa conmemorativa de la restauración de la sala del Consolat del Mar habían rallado, hasta casi borrado, el nombre de la ex alcaldesa Rita Barberá. Un detalle miserable cuando se trata de un monumento, quizás el más importante, pero que tampoco se escapa del vandalismo ni del descuido durante las fiestas falleras, pese a ser Patrimonio de la Humanidad y una de las grandes obras arquitectónicas del gótico civil mediterráneo.

Pero el hecho de recorrer museos y monumentos durante estos días casi en solitario me llevaba a una segunda lectura. Apenas valoramos lo que tenemos a mano y seguramente ni atendemos porque está ahí y sabemos que allí seguirá. Pasamos de lo que tenemos al alcance de la mano, pero viajamos a espacios y ciudades que ofrecen mucho menos de lo que nosotros tenemos.

Y si no, cuando tengan un hueco vayan por ejemplo a la Cárcel de San Vicent, la propia Lonja, el Museo de Historia ubicado en el primer depósito de aguas potables de la ciudad y construido a mediados del XIX, las Atarazanas, o a alguno de los refugios restaurados O al Museo Catedralicio. Incluso al Museo de la Ciudad/ Palacio de Berbedel donde un día escuche a una pareja decir que si ese edificio estuviera en Madrid habría cola para acceder. Estos días es una experiencia.

Pero háganlo con otros ojos y mirada exterior, no como si formaran parte de esos grupos eclipsados por el ritmo y el calor que comen paella de franquicia o son visitantes de un museo pero valen únicamente un número estadístico. Se llevarán una sorpresa.

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