Un hogar para Simone Fattal
El IVAM explora la idea de narración en Suspensión de la incredulidad, la primera exposición en España de la artista
VALÈNCIA. Todavía no había cruzado las puertas del IVAM y el proyecto ya estaba ahí. En el propio proceso de creación, tras los muros de la sala de exposición. Continente, contenido y camino en uno solo. Un proceso intelectual, sí, pero también muy físico. Y es quizá por esta conexión tan física con los materiales por lo que a Guillermo Ros no le gusta especialmente la etiqueta de ‘artista’. Prefiere ‘escultor’, una palabra que remite más a las labores manuales, a la artesanía, a la tierra, una palabra que casi se puede tocar la yema de los dedos. Cuestión de palabras, pero qué importantes son. El escultor, ahora sí, presenta hoy en el IVAM su primer gran proyecto para el museo, Un ejercicio de violencia, una inauguración que no se antoja tanto como un inicio sino como un final de trayecto (o, al menos, una pausa), un alto en el camino tras un año de duro trabajo en el que el creador ha dado forma a un proyecto específico para la galería 6 del centro, una de las más complejas por su arquitectura. ¿El reto? Habitarlo, romperlo, enfrentarse a él.
El camino no ha sido fácil, o al menos eso se intuye en su discurso. Batalla, lucha, violencia, hostilidad. Las palabras que usa para hablar del trabajo -otra palabra clave- que ha hecho para el museo siempre nos remiten a la idea de conflicto, de tensión, con uno mismo y con la propia institución museística, entendida no tanto desde lo explícito, sino por lo que puede llegar a representar. El punto de partida de Ros pasa por reflejar la violencia que implica para el creador exponerse durante el proceso artístico o en el mismo acto de exhibir, una batalla con la arquitectura institucional que explota desde el propio corazón del sistema artístico. “[Guillermo Ros] plantea el diálogo, o más bien la batalla, del escultor con y contra la institución, en varios niveles, tanto físicos como intelectuales, conceptuales o afectivos”, explica Nuria Enguita, directora del IVAM y comisaria del proyecto.
La muestra, por cierto, supone una de las primeras exposiciones bajo su mandato, una muestra que abre el camino del IVAM hacia una nueva generación de creadores que tendrán cada vez más espacio en el centro. “Me interesa mucho ese discurso que mezcla unos saberes populares con saberes contemporáneos. La creación joven tiene que tener una cabida muy importante en el IVAM. De hecho, una gran parte de nuestro programa va sobre que este museo acompañe una escena joven y esté pendiente de lo que pasa”, explicaba Enguita en una reciente entrevista con Culturplaza. Con Guillermo Ros se abre una puerta o, más bien, se derrumba, un golpe sobre la mesa que ha sacudido los cimientos del museo, una propuesta que ha retado directamente a un IVAM en el que ha generado una tensión en la que ahora entra el espectador.
Esta suerte de ‘combate’ se plantea casi como si de un videojuego se tratara, una de las referencias clave en el trabajo de Ros. La primera pantalla se sitúa en la propia puerta de la sala, un símbolo de lo que supone para el escultor entrar en la propia institución, un umbral que le lleva a una sala que no se lo pone nada fácil. “El punto de partida es enfrentarse a una arquitectura que no te deja exponer”, relata Ros. Round 2. En esta primera sala, antes desnuda, dibuja ahora un campo de batalla que se vincula con Berserk, el mítico manga de Kentaro Miura, en el que el protagonista es citado en una sala hipóstila donde no podrá utilizar adecuadamente su espada a causa precisamente de las columnas. Para ello ha replicado las cuatro columnas reales de la sala hasta llenar el espacio con una veintena de piezas que se confunden con las originales, con la única diferencia de que las nuevas han sido atacadas, se muestran rotas, incompletas, y mostrando sus órganos internos, fragmentos de piedra que remiten a los materiales que encontramos en la Lonja.
La planta superior desvela el misterio de esos ataques y aparece invadida de diez ratas rodeadas por restos de columnas y piedra, protagonizando una escena de ruina y derrota, animales que devoran las paredes y que “acaban parasitándose del propio material del que se están alimentando en la sala”. En esta segunda sala se pone negro sobre blanco esta violencia que se intuye en la primera, una violencia que se presenta material, dura, robusta, pero que también va más allá de lo físico. Esta lucha en la que se enfrenta al sistema del arte, un espacio de “hostilidad” o “abuso”, también habla de la propia naturaleza del artista –o escultor- como sujeto de una cadena de trabajo. “Esto también es una autocrítica, soy un adicto al material, a trabajar, a convivir con ello, yo me retroalimento con todo esto”. En definitiva, Un ejercicio de violencia.
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