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TODO DA LO MISMO  

Mucha mierda

2/05/2021 - 

VALÈNCIA. Como me voy a Barcelona a (intentar) firmar (algún libro) por Sant Jordi, las amistades me desean mucha mierda. Al no ser yo capaz de desligar dicha expresión de su contexto original (a mayor cantidad de boñigas a las puertas de los teatros, cuando los coches iban tirados por caballos y no por motores, mayor el éxito), no puedo evitar ver nada más que eso, caca, mucha, cantidades industriales de mierda. El emoticono del sonriente zurullito triangular no consigue distraerme de mi ensimismamiento de mierda. Señoras y señores, veo excrementos por doquier. Tal vez el echo de ser valenciano me predisponga a lo escatológico, una tendencia muy de esta parte del Mediterráneo, zona de caganers y cagones de toda índole, como esa figura tallada en la fachada de La Lonja de la Seda que saluda de espaldas y en cuclillas a los curiosos. Desearme mucha mierda es como abrir la caja de Pandora, en vez de los males del mundo lo que veo son excreciones saliendo a cascoporro. No es una metáfora, no hacen falta metáforas con esta cantidad de mierda que a cada momento es lanzada en todas direcciones, disparada desde tirachinas, cañones y catapultas. Cuánto me alegro de tener a mano Historia de la mierda, de Dominique Laporte, en cuyas páginas leo: “Existe una mierda buena. Indudablemente. No sólo es la que debe depurarse, sino también la que purifica. Purifica porque es espíritu, alma. Y porque como cuerpo volátil que es, el alma no es más que un pedazo del cuerpo que de él se destaca”. ¿Veis lo que habéis conseguido?

Soy bastante esnob, por eso, llegado el caso de desearle a alguien lo mejor, desde siempre he preferido esa expresión que los ingleses inventaron para esas ocasiones tan cargadas de superstición, en las que la palabra suerte no puede ser mentada. Los anglosajones te dicen break a leg, es decir, rompe o rómpete una pierna, una frase con muchas lecturas posibles (la más facilona invoca la creencia de que, al desear un accidente, en realidad lo estás conjurando), que, en mi caso, ya que a lo que me iba era a firmar, hubiese sido canjeable por rómpete un brazo. De momento me conformo con poder salir de València, que no es poca cosa. A Barcelona voy cargado de justificantes, como si saliera de una ciudad ocupada. Tienes más salvoconductos que Victor Laszlo, me dice otro Víctor, en este caso uno que se apellida Gomollón, que es mi editor y ha firmado y sellado uno de ellos. Para el viaje me llevo la última novela que ha publicado en su editorial, La canción de NOF4, de Raúl Quinto. que me viene muy bien para distraerme de esta tormenta de mierda invisible de la que me resulta imposible huir. Con ella salto de un delirio a otro porque Quinto narra la historia de Fernando Oreste Nannetti, quien, recluido en la celda de un manicomio se empeñó en escribir un libro en las paredes de su encierro, con la única ayuda de la punta metálica de la hebilla de su uniforme. Esa incontinencia da qué pensar. El acto de escribir es un acto muy asociado a hacer de vientre. Umbral escribía sobre visiones literarias en retretes en Mortal y rosa, y Rimbaud y Genet los veían como santuarios, lugares de ensoñación que ayudaban a excretar palabras. Pienso en un fragmento de La mirada imposible, cuando Agustín Fernández Mallo hablando de cómo nos contemplan cañerías y tuberías, redes ocultas bajo nuestros pies, menciona “ese arrastre de un volumen de nosotros mismos, un volumen creado en la estricta oscuridad de nuestro cuerpo, que eyectamos para que viva en la luz durante tan sólo unos segundos, antes de ser engullido de nuevo hacia la oscuridad por el estrecho conductor del váter”. Y pienso también en esto que escribe Quinto al poco de comenzar su libro: “Las palabras sirven para conjurar el miedo. Para decir: esto es el mundo, contémplalo. Esto eres tú”. Ese libro que comienza cuestionando (“Escribir para qué. Escribir desde dónde”) la propia escritura. Escribir para quién. Creo que la realidad se lo está poniendo cada vez más difícil a las palabras. 

Hace tiempo, mientras nos tomábamos un vino en Malasaña, la artista Roberta Marrero me dijo: La gente ya estaba loca, pero con la llegada de internet se ha vuelto megaloca. Bueno, pues en medio de este vendaval de mierda que no cesa, sentadito en mi asiento del vagón de tren, me da por alterar la frase de Roberta. Y me sale esto: La gente ya estaba loca, pero con la llegada de la pandemia se ha vuelto megaloca. Como llevamos la mascarilla puesta desde hace más de un año, parece que el asunto no sea tan dramático. Pero lo es. Ya dicen que tenemos que ir preparándonos para celebrar los felices años veinte, la supuesta reacción lógica a este periodo oscuro, a esta tragedia de mierda que nos ha hecho enfrentarnos a lo que realmente somos sin que toda nuestra modernidad haya podido evitárnoslo. Somos poca cosa, vulnerables y engreídos, con una enorme capacidad para mirar hacia otro lado. Los nuevos locos años veinte están aquí, están aparcando, un momentito que enseguida suben. Los felices años veinte ya han comenzado porque tenemos tantas ganas de dejar esto atrás que no vamos a esperar a que el problema esté más o menos zanjado. Voy a firmar a Sant Jordi mientras se escucha el martilleo de otras elecciones a la vuelta de la esquina. Mucha mierda lanzada al aire y gente que se apropia de la palabra libertad como si fuese un bien exclusivo que solamente ciertos iluminados alcanzan a defender.  Matt Johnson decía en su última canción –‘I Want 2 B U”- que la verdad no es más que un punto de vista. Y me acuerdo también de ese verso que Lou Reed escupe en ‘Dirt’: “Comería mierda y diría que está buena si contuviera algún dinero que embolsarse”. He perdido ya la cuenta de la cantidad de paisanos que son mejores españoles que yo. 

Si antes de marzo de 2020 la gente ya estaba loca, Roberta, no hace falta que te explique -a ti, precisamente, no hace falta- el nivel de enajenación en el que andamos inmersos. Los locos años veinte no han comenzado aún de manera oficial, pero van a empezar a celebrarse sea como sea. El alma no es más que un pedazo del cuerpo que de él se destaca. Busco infructuosamente una cita del escritor, traductor, locutor y músico José Luis Moreno Ruíz, que se fue para siempre a la Argentina a principios de este año, qué pena no poder escuchar su risotada al enterarse de lo de estos locos años que se nos vienen encima Durante mi periplo madrileño, José Luis me ayudó a entrar como colaborador en Interviú y su provocadora vehemencia literaria fue muy inspiradora en aquella época de mi vida. Rebuscando entre sus libros desisto de dar con su particular visión de la escatología, pero me encuentro con una hermosísima frase que también le sirvió para titular uno de sus libros: Ángeles en mis cojones. Porque, según escribía José Luis, durante una entrevista que Vila-Matas le hizo a Dalí, este le atribuyó al filósofo Francesc Pujol esta cita: “Los ángeles son una cosa de la que nosotros, los hombres, tenemos los cojones llenos”. Y no sé si será verdad, pero me sirve perfectamente para decir adiós por hoy e irme con la mierda a otra parte.

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