Algo muy preocupante debe de estar pasando en la sociedad española y valenciana, en concreto, cuando después de la que nos ha caído y nos continúa cayendo nos pasamos tantos días hablando de un espectáculo de música ligera, pero bien regado con fondos públicos. Porque de otra manera no se entiende que le demos más importancia a una canción que sólo dice incoherencias pasajeras frente a los verdaderos problemas sociales y económicos que atraviesa y sufre nuestra sociedad. O sí.
Hasta el extremo de que sindicatos y partidos políticos, e incluso tertulianos sesudos y analistas, terminen arrastrados intelectualmente por esa campaña mediática llamada Benidorm Fest y nuestra televisión pública lo haya convertido en el gran hito de una España desorientada y altamente manipulada por redes sociales, medios de comunicación públicos y privados cómplices o “regados” y representantes políticos de mucha vacuidad. Será que aquí se lo reparten todo mientras el burgo aplaude.
Hay que ver lo trasnochada y absurda en que se ha convertido esta sociedad para reivindicar un concurso de canciones como debate nacional y hecho sin precedentes. Así nos va. Ya no creo que sea siquiera una provocación para desviar la atención de otros asuntos, sino más bien que es fruto de nuestra idiosincrasia. Nos han convertido en memes de redes sociales.
Por suerte, no fui testigo directo de ese bolo que nos ha salido por varios millones de euros, salvo de los minutos y minutos con los que desde un espacio público, cuyo agujero económico es más grande que una sima del Himalaya, y nuestra Generalitat Valenciana tanto ha disfrutado siendo principal patrocinador.
Se quejan los músicos locales y autonómicos de las malas condiciones que sufren después de la pandemia de la que aún no hemos salido y desconocemos de qué forma lo haremos, pero nuestro autogobierno, tan dado ya a los saraos, se apunta al reparto generoso con un fin de promoción turística que aún no he logrado entender en sus hipotéticos resultados de progreso pero que no devuelve rédito tangible.
No lo esperaba de los sindicatos, aunque últimamente están algo desorientados, pero del resto de nuestro “trellat” me ha costado un poco más. Como también me cuesta aún de partidos políticos. Pero ese es el nivel. Se han retratado. Pasan de la carne de vaca y el choped, a las alubias, el tarquín y ahora las canciones como paso previo a un alud de elecciones en las que ya todo vale. Hasta el uso de las algarrobas. Y todo por un simple concurso hortera, caro y trasnochado que nos quiere devolver el sentimiento patriótico de un país entregado a la causa de la música ligera, pero incapaz de avanzar en asuntos de mayor solvencia.
Pero lo que más me sorprende es que para hablar de la cita lo hagan de España y los españoles en concepto nacionalista cuando si a alguien representa no es a una sociedad global sino a un medio de comunicación llamado RTVE que es a quien supuestamente defiende la candidatura elegida a base de juegos malabáricos, pero eso sí, pagamos entre todos. Una cadena pública a la que para colmo le estamos buscando una nueva sede en Valencia. Será porque su programación es tan amplia que necesita de mejores instalaciones pero se podría conformar con un pisito o aprovechar algunos de los rincones que nuestra administración autonómica está comprando a precio de nuevo rico. Total, para una conexión desconectada.
Con el paso del tiempo, a nuestras autoridades se les está viendo la vena. Por aquí, el pago de una gala de cine; por allá, unos festivales musicales que nos retrotraen a los años de esa España del Desarrollismo con tufo agrio/agrario que supuestamente nos iba a convertir en sociedad referente europea de la vacuidad. O sea, la fiesta y las suecas. Como lo es querer convertir los festivales de música privados que llenan nuestra autonomía en sello de calidad, pero con financiación pública. O como en su día, los socialistas tiraron de la llamada OTI como motor económico o cultural del progresismo lermista. Y ojo, que ya nos están advirtiendo que esto no ha hecho más que empezar. Que irá a más. Pura fantasía emocional.
Hemos dejado de lado un mero negocio con dinero público como fue aquel concurso denominado Operación Triunfo que hizo millonarios a unos cuantos para convertir a nuestra sociedad mediterránea en adalid de una nueva realidad social y “cultural”, como lo llegan a denominar algunos con auténtico desparpajo.
Esa es la España patriótica que actualmente nos representa. Mucho postureo. Un espectáculo de pura frustración. Canciones de una profundidad aplastante como la “ganadora” y de un contenido léxico reflejo de nuestra deriva mental. Ya pueden ir aprendiendo la letra inconexa de la denominada canción para no perder comba ante lo que nos espera
Aún nos pasa poco. Pero tranquilos. Estamos, dicen, en buenas manos y nadie se quedará atrás. Menos aún, nuestro turismo que no necesita de tanto barullo cuando es producto de años de trabajo y otras realidades. Pero ahora lo llaman progreso y nos ha costado un millón de euros de subvención. Reflejo de identidad y otras ocurrencias de supuesto salero y gracia.
Por cierto, RTVE cuya audiencia cae en picado, subirá en 2022 un déficit del 61,5% para rondar los 600 millones, según los propios PGE. Estamos pues para muchos festivales. O más bien, visto lo que se avecina, para masticar algarrobas crudas.