VALÈNCIA. València Music City es, actualmente, el único plan estratégico en materia cultural que está desarrollando una institución en la Comunitat Valenciana. El Ayuntamiento de València quiere que la música sea la que ponga la ciudad en el mapa. Por ahora, ya ha aprobado una estrategia hasta 2030 con medidas concretas. Además, para hacerlas realidad, ha creado un Consejo Asesor y ha nombrado un coordinador general.
Juan Pablo Valero es el nuevo gran interlocutor del sector. En esta entrevista, repasa con Culturplaza cuáles son los grandes retos de cada escena musical.
—¿Qué perfil requiere la coordinación de Valencia Music City y por qué crees que ha confiado en ti el Ayuntamiento?
—Creo que el perfil responde a los objetivos estratégicos de la estrategia, que abarcan un abanico muy amplio de todo lo relacionado con la industria musical. Por una parte, está el fomento de la música en vivo en todos sus géneros, así que hace falta alguien que sea músico y conozca el sector desde dentro. Otro de los objetivos estratégicos es la educación, y ahí también es importante tener experiencia docente y en gestión educativa.
Además, hay una vertiente vinculada a la innovación y al turismo, y creo que es valioso que sea alguien relativamente joven, que esté en sintonía con los tiempos. Por último, está la dimensión de gobernanza y gestión administrativa. En mi caso, he estado cuatro años en la Conselleria de Educación. Supongo que la designación tiene que ver con esa trayectoria, y con la solvencia que aporta una carrera académica: la investigación, el doctorado, el paso por conservatorios y universidad... Son todo aristas que configuran un perfil que espero que esté a la altura.
—¿En qué medida la estrategia aprobada condiciona tu labor como coordinador? ¿Hay margen para flexibilizarla desde el comité asesor o a partir de tu propia experiencia?
—Más que un marco rígido, considero la estrategia como una hoja de ruta, algo muy valioso para la gestión. Tener un camino marcado es positivo: no es un corsé, sino una dirección que seguir. Además, esta estrategia no solo está alineada con el mundo de la música, sino que forma parte de una más amplia, la Agenda Urbana 2030. Eso sitúa la música no solo como ocio cultural, sino como un eje estratégico para la gestión urbana.
Respecto al comité asesor, creo que su existencia es muy beneficiosa. En la gestión, cuando el gestor desaparece, suele ser señal de que el sistema funciona bien. Aquí no se trata de imponer un sello personal, sino de canalizar las propuestas del sector. El comité traslada directamente al gestor las inquietudes, necesidades, retos y también las fortalezas del ecosistema musical.
Además, creo que somos la única ciudad en España con un comité asesor de la música. Muchas veces hablamos de colaboración público-privada, pero solemos referirnos solo a lo económico. La verdadera colaboración implica sentarse con la parte privada, con las instituciones civiles, y establecer una mesa de diálogo. Esto es habitual en el ámbito científico-técnico, pero en las disciplinas humanísticas y artísticas ha brillado por su ausencia. Por eso, creo que el comité tiene un valor altísimo y es clave en la gestión compartida de la música.
—La semana pasada se anunciaron nuevos grupos de trabajo que asesoran al comité asesor. ¿Por qué son importantes estos grupos de segundo nivel?
—El comité asesor tiene una visión holística, reúne a todos los actores, pero el mundo de la música es muy diverso. Los grupos de trabajo permiten ganar eficiencia y especialización.
Como el comité reúne todas las sensibilidades musicales, los grupos permiten abordar con mayor profundidad cada sector específico. Por ejemplo, ya se han anunciado los grupos de música moderna e industria musical, así como el de música tradicional. Poco a poco se irán creando más. Uno muy importante que está por venir es el de educación, que es un eje fundamental en la estrategia.
Este grupo abordará desde la educación formal —primaria, secundaria, conservatorios, universidad— hasta la educación no formal, como las escuelas de música de las sociedades musicales, la Universidad Popular o proyectos estratégicos para la ciudadanía. La idea es ir desarrollando estos grupos para aterrizar la estrategia en la operativa real de cada uno de los sectores.
—Te quería preguntar por el objetivo de esta estrategia. A veces, cuando se habla de “poner en valor” la música, se hace mucho hincapié en el turismo musical. Eso puede ser una vía de negocio atractiva para el sector turístico, pero quizá al músico amateur no le afecta del mismo modo. ¿Hasta qué punto el turismo musical es una prioridad o simplemente una línea más dentro de la estrategia?
—El turismo musical es una línea más, no está por encima del resto. De hecho, los objetivos operativos están definidos en líneas estratégicas que no están jerarquizadas: todas son importantes.
Es cierto que el turismo musical goza de muy buena salud en la Comunitat Valenciana: somos una de las comunidades autónomas con mayor número de festivales y que más público recibe. El impacto económico es enorme y genera retorno económico y mucho empleo.
Eso le da un peso específico muy grande que, por supuesto, hay que cuidar, potenciar y mantener de forma sostenible. Pero no es más importante que la línea educativa, por ejemplo, o que la profesionalización del sector. Tampoco es menos importante la gobernanza, que es muy necesaria para la industria. Al final, son todas piezas del mismo puzle: si falta una, el puzle está incompleto. Cuidar cada parte beneficia al conjunto.

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- Foto: DANIEL GARCÍA-SALA
—Aunque acabas de aterrizar, ¿cómo está siendo la implicación de otras instituciones como el Institut Valencià de Cultura, el Palau de les Arts o la Diputación? Lo pregunto porque, por ejemplo, la Conselleria de Cultura no tiene una estrategia específica para la música, y habrá iniciativas que solo podrán ponerse en marcha si otras instituciones también desarrollan sus propias políticas.
—Todas esas administraciones que tienen competencias en la gestión cultural y musical en València están representadas en el comité. Si una de las riquezas del comité es que el sector esté representado, otra es que también lo estén las distintas administraciones con competencias. Y todas con la actitud más colaborativa posible, con ganas de remar en la misma dirección.
Es cierto que, a nivel provincial o autonómico, no existe algo equivalente a València Music City, porque es más difícil orquestar ese tipo de redes. Aunque no tengan una estrategia como la nuestra, estoy seguro de que cada institución tiene sus propios proyectos ejecutivos. Y lo que sí comprobé con alegría en el comité fue esa buena disposición.
—Uno de los primeros objetivos de la estrategia es fomentar la excelencia en la programación. Pero muchas instituciones culturales ya tienen sus propios equipos artísticos: el Palau de la Música, Les Arts, el Certamen de Bandas… ¿Qué puede aportar València Music City ahí? ¿Coordinar, reforzar, visibilizar?
—València Music City no trata de crear una nueva programación ni de inventar nada desde cero, sino de coordinar y ofrecer una visión integrada de la oferta musical. Un espacio común que sirva tanto al sector como a la ciudadanía.
De hecho, una de las cosas que ya se están haciendo muy bien en València es precisamente eso: alcanzar la excelencia en la programación. La nueva temporada del Palau de la Música, que es magnífica. Eso ya es València Music City. Lo mismo con Les Arts. Salvando las diferencias entre instituciones, también es parte de la estrategia.
En música clásica, València es un referente. Hay camino ya andado que no necesita más que coordinación. Además, estas instituciones forman parte del comité asesor de la música, lo que refuerza aún más esa coherencia. Así que no venimos a inventar nada, sino a poner en valor lo que ya funciona bien y a analizar otros ámbitos para extender esa excelencia a más sectores musicales.
—Hay otros géneros musicales que dependen más de espacios privados, y quizá conviene también poner el foco en esas programaciones.
—Efectivamente. Uno de los temas que queremos abordar tanto en el grupo de música tradicional como en el de música moderna es ese: cómo apoyar programaciones que no dependen directamente de la administración pública, sino que son del ámbito privado. Queremos estar atentos a sus necesidades y ver en qué podemos ayudar para alcanzar una programación excelente, también en ese ámbito.
—La principal preocupación del sector festivalero es la falta de espacios. ¿Es esa también la urgencia que te han trasladado a ti?
—Sí, València Music City tiene muchos puntos fuertes, pero también retos importantes, y uno de ellos es la falta de espacios. Hay limitaciones orográficas, porque València no tiene mucho margen de expansión: no estamos en la España vaciada, y el perímetro urbano está rodeado de municipios colindantes.
Aun así, estamos estudiando propuestas porque es una necesidad clara que el sector ya ha trasladado. Hay novedades, como el Roig Arena, que aunque pertenece al ámbito privado y tiene un enfoque más hacia el concierto que hacia el festival, va a suponer un balón de oxígeno muy potente para la industria de la música moderna.
Y también estamos explorando opciones para espacios al aire libre que permitan que los festivales sean sostenibles. No me refiero solo a lo económico, sino a la sostenibilidad en términos de convivencia.
—A veces, incluso con voluntad política, los límites están en los conflictos vecinales. ¿Cómo abordar la tensión entre el desarrollo de la actividad musical y el derecho al descanso?
—Es un reto complejo. A la falta de espacios se suma la necesidad de compatibilizar la música con la vida de los vecinos. Ahí hacen falta dos cosas: pedagogía y sostenibilidad. Por un lado, debemos acostumbrar a la ciudadanía a que la música es cultura, y como tal, merece respaldo y apoyo. Y por otro, tenemos que garantizar que esa expresión cultural no afecte negativamente a la salud ni al bienestar vecinal. Hay sentencias judiciales avaladas por informes médicos y psicológicos que demuestran el impacto de la contaminación acústica.
Desde el grupo técnico vamos a abordar este tema, pero también desde el futuro Consejo Local de la Música, que será un espacio de debate y diálogo. Queremos hablar directamente con los vecinos, encontrar puntos de encuentro, y también dialogar con todos los grupos políticos del Ayuntamiento. Creo que en el término medio está la virtud: tanto el sector musical como los vecinos tendrán que ceder un poco. Y en ese proceso será fundamental una buena estrategia de comunicación que ponga en valor el papel cultural de la música.

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- Foto: DANIEL GARCÍA-SALA
—En el ámbito de los festivales, la colaboración público-privada tiene una tercera pata: los consumidores. Cada año hay varias denuncias de asociaciones de consumidores por abusos de los festivales. ¿El consumidor va a tener un espacio en la estrategia de València Music City?
—Por supuesto. Cuando hablamos del impacto económico de los festivales, a veces ponemos el foco solo en los gestores. Pero el verdadero motor es el usuario: la persona que compra la entrada, que se desplaza, que consume.
En 2023, más de un millón de personas asistieron a festivales en la Comunitat Valenciana. Solo por ética profesional, deberíamos tener en cuenta sus demandas. Y también por sostenibilidad del modelo: si el público percibe prácticas abusivas, se genera desafección.
Las restricciones de entrada de comida o bebida, por ejemplo, son temas que afectan directamente al consumidor. Por eso, será una cuestión central en el grupo de trabajo específico sobre festivales. Estoy convencido de que la responsabilidad de los gestores pasa por cuidar a su público. Al final, son ellos quienes sostienen todo esto.
—En el informe se destacaba la excesiva dependencia de los festivales dentro de la industria musical. Te quería preguntar por las salas de conciertos, que también forman parte esencial del ecosistema. A menudo, cuando pensamos en industria musical, la primera imagen es la de un festival, pero el día a día lo sostienen las salas, y tradicionalmente han recibido menos atención. ¿Qué te han trasladado desde ese ámbito?
—Es una tendencia global, no es algo que se haya marcado desde aquí. La propia globalización ha empujado al público hacia modelos megalíticos: grandes festivales, grandes conciertos multitudinarios. En paralelo, el público de las salas ha ido disminuyendo.
Muchos de los músicos que hoy llenan macrofestivales han empezado tocando en salas pequeñas. Y mientras que los festivales se concentran en unos pocos meses, quienes sostienen la oferta cultural durante todo el año, a pie de calle, son las salas. Comparto plenamente la preocupación del sector: hay que trabajar en pedagogía, valorar más el papel de las salas y atender con atención sus necesidades. La administración no puede limitarse a apoyar lo más grande o lo más visible: tiene la responsabilidad de salvaguardar aquello que tiene un valor cultural profundo, y eso incluye, sin duda, a las salas de música en vivo.
—Y si hablamos de valor cultural, es imposible no pensar en las bandas de música. Son, de algún modo, lo contrario a las salas: han gozado de un fuerte apoyo institucional, por la red que forman y su presencia en muchos pueblos. ¿Qué necesitan hoy las bandas? ¿Más apoyo o simplemente un mayor reconocimiento?
—El otro día hablaba con Cristóbal Soler [director de la Banda Sinfónica Municipal], antes del concierto que dieron en los jardines del Palau, y me hizo una reflexión muy bonita. Me dijo: “Viena tiene la ópera como seña de identidad. Berlín, la sinfónica. ¿Y València?”. La respuesta es clara: lo que tenemos son las bandas. Cuidarlas es cuidar la gran aportación de la cultura musical valenciana al mundo. Es un faro visible que nos singulariza.
Pero falta todavía un relato potente que las sitúe en el lugar que merecen. A menudo se tiene la percepción de que las bandas son un fenómeno rural, poco profesionalizado o de escaso valor artístico. Y no es así. El apoyo institucional debe servir para combatir esa imagen y posicionar a las bandas donde les corresponde: al mismo nivel que otras grandes tradiciones musicales europeas.
Además, hay que valorar su trazabilidad cultural: el arraigo territorial, su historia compartida, su capilaridad. Se va a celebrar el 137 Festival de Bandas. No tenemos nada más antiguo o con tanto peso simbólico. Y dicho esto, también creo que cuidar a las bandas no significa desatender otros sectores. Hay recursos y atención suficientes para todos. No se trata de vestir a un santo para desvestir a otro. La internacionalización y valorización del mundo bandístico es perfectamente compatible con el impulso a otros ámbitos musicales que merecen el mismo reconocimiento.
—El Ayuntamiento de València cuenta con una herramienta muy interesante como Sonolab, pero muchas veces la experimentación sonora y la creación artística y experimental en la música se desarrollan en circuitos underground sin visibilidad institucional. ¿Cómo se traslada a espacios como el Palau de la Música la necesidad de apoyar también este tipo de creación?
—Aprovecho para destacar primero el papel del Certamen de Bandas, que cada año incorpora encargos y estrenos, fomentando así la creación contemporánea desde una perspectiva muy sólida. También hay que valorar la figura del compositor residente en el Palau de la Música, que es algo único y que apuesta por lo nuevo.
Pero estoy completamente de acuerdo contigo: Sonolab es una herramienta con un potencial enorme que no ha recibido aún la visibilidad que merece. Pasa lo mismo que comentábamos antes: falta pedagogía. Las instituciones tenemos el deber de velar por manifestaciones musicales que quizá se consideren underground, pero que tienen un altísimo valor creativo.
Uno de los retos es precisamente posicionar Sonolab, darlo a conocer, porque la población no es consciente de que existe un laboratorio de creación sonora abierto al público. València Music City puede servir para visibilizarlo a través de medios, redes y una futura web. Quiero que su visibilidad sea una línea estratégica importante.
Además, Sonolab ya está trabajando muy bien en el ámbito pedagógico. Tiene proyectos educativos, y hay más en camino, dirigidos a la infancia. Porque educar a un público adulto que ya tiene gustos musicales formados es complicado, pero abrir la sensibilidad hacia la creación contemporánea desde pequeños es mucho más efectivo. Así que tiene un gran campo de acción tanto en el ámbito educativo como en el de la visibilización, y desde València Music City lo vamos a cuidar con especial atención.

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- Foto: DANIEL GARCÍA-SALA
—He planteado la entrevista casi por escenas musicales, pero el ámbito educativo ha estado presente todo el tiempo. Me da la impresión de que es una preocupación personal tuya. ¿Qué propuestas concretas te gustaría llevar a cabo desde València Music City en el ámbito educativo?
—Sí, es una preocupación muy personal. Como València Music City es una estrategia transversal a muchas concejalías, ya estamos trabajando con la Concejalía de Educación en el diseño de proyectos específicos. No puedo anunciar nada aún, pero sí habrá líneas de trabajo concretas dirigidas a distintos niveles: por un lado, la educación formal obligatoria, es decir, primaria y secundaria. Por otro, las escuelas de música de las sociedades musicales, que representan el ámbito de la educación no formal. Y por último, los conservatorios, es decir, la enseñanza reglada musical.
A todo esto se suma algo que a mí me interesa especialmente: la relación con la universidad y la investigación. La música ha sido durante años la “hermanita pobre” dentro del sistema de investigación, y eso debe cambiar. Por suerte, tanto la Universitat de València como la UPV y el ISEACV están dando pasos importantes en este sentido. La nueva ley estatal de enseñanzas artísticas, recientemente aprobada, abre la puerta a que los conservatorios superiores desarrollen programas de máster y doctorado mediante convenios con universidades.
Me parece fundamental impulsar esa colaboración entre educación superior, universidades y conservatorios. Todas estas líneas formarán parte del grupo específico de educación que queremos poner en marcha dentro de València Music City, y creo que la participación de todos los sectores va a ser muy enriquecedora.
—Una gran brecha en el ámbito musical, que atraviesa todas las escenas, es la que separa lo amateur de lo profesional. El informe de la estrategia de València Music City habla de las condiciones materiales de los músicos y de su precariedad. Es fácil dirigirse a empresas del sector, pero no tanto llegar a quienes, siendo grandes músicos, no logran vivir de ello. ¿Cómo se puede abordar esto?
—Hay bastante precariedad laboral entre los músicos. Tenemos ese alma de artista que nos empuja a ganarnos la vida con lo que amamos, pero la vida del artista es muy dura. Yo mismo oposité en su día para tener un sueldo fijo que me diera estabilidad, y eso me ha permitido compaginarlo con la actividad artística.
Muchos compañeros, sin embargo, viven exclusivamente de los conciertos, de que una administración los contrate, de ir encadenando oportunidades. Luchan por encontrar su hueco en la industria, pero no es fácil. Ojalá tuviéramos una varita mágica para garantizar ocupación a todo el mundo, pero hay que avanzar poco a poco. La nueva ley de enseñanzas artísticas, de la que hablábamos antes, se ha desarrollado en paralelo al Estatuto del Artista, que introduce garantías para el desarrollo profesional. Y desde las instituciones queremos facilitar también el acceso al mercado laboral.
Por ejemplo, desde la futura oficina técnica —que espero que esté en funcionamiento pronto— queremos habilitar una ventanilla única que no solo gestione reservas de espacios, sino que también canalice ofertas de trabajo. La idea es montar una especie de oficina de empleo musical, un nexo que ayude a los músicos a encontrar oportunidades laborales de forma más eficiente y que vigile para que las condiciones sean dignas. Sé que es solo un granito de arena, pero al menos queremos remar en esa dirección.
—La precariedad va más allá de lo municipal, pero una de las medidas que recoge la estrategia es muy concreta: la creación de espacios de ensayo. ¿Es realista pensar en algo así a corto plazo?
—Es otra de las cuestiones que tenemos sobre la mesa. La búsqueda de espacios es siempre un reto, y en una ciudad como València, con su configuración, no es sencillo. Pero sí, nos hemos comprometido a estudiar el tema. Queremos hacer un análisis exhaustivo de las dependencias disponibles, priorizar aquellas que puedan adaptarse y buscar opciones viables. Ya estamos barajando algunos espacios concretos, aunque es algo que requerirá tiempo. Aun así, es una de las demandas del sector y vamos a intentar darle respuesta.
—La anterior estrategia de València Music City acabó en un cajón, pero aquella tenía una cronología a cinco años, esta no. ¿Cuándo crees que empezaremos a notar con hechos la implementación de la nueva estrategia?
—Yo creo que ya se está notando. La constitución de los dos comités es un hecho concreto, y van a tener resultados inmediatos, porque nos permitirán dar respuestas al sector. A corto plazo, también lo notará la ciudadanía. En cuanto lancemos nuestras redes y pongamos en marcha la web —algo que ocurrirá muy pronto— el impacto será visible.
A largo plazo, la estrategia está alineada con la Agenda Urbana 2030. No quiero decir que haya que esperar a 2030, ni mucho menos, pero sí creo que dentro de un año podríamos hacer ya una primera evaluación. Me gustaría, de hecho, establecer una temporalización clara, con metas anuales que permitan rendir cuentas a la ciudadanía. Creo que si la estrategia se implementa bien y se visibiliza, habrá que acompañarla de evaluaciones periódicas. Más allá del horizonte a largo plazo, necesitamos hitos concretos que nos permitan valorar el estado del ecosistema musical año tras año.