Es viernes, es viajero y hedonista. ¿Qué cómo? Te damos una pista: nos quedamos en España, la de mujer perfumadita de brea y copa de vino en mano después de besar su aldea.
Porque vamos a dar paseíto de norte a sur con el Mediterráneo jugando en su playa y a nuestra vera, la más verdadera. De tinto en tinto buscando algo distinto escondido tras las cañas… que no de cerve. Desde Barcelona y su Penedés, donde duerme el primer amor. El de rambla arriba, rambla abajo y atravesar el túnel del Garraf tocando el techo con los dedos. Montañitas moderadas dadas a dar cava y mucho más, verás. Como con el Collita Roja 2015 (Pardas), que es sumoll de alma profunda y sin pena ninguna. Porque nos alegra con su jugosa frescura de fruta restallante y sabrosura que perdura. Todo bien hecho y en su sitio hasta que nos sitúa frente una escudilla. Puro disfrute.
Continuamos en el Priorat, paisaje de pizarras y monasterios dibujados sobre la colina. Promesas de amor, juegos y penas encerradas en muros de piedra que protegen de sus largas noches de invierno. Labranza de campos bajo el duro sol con resultados tan bien nacidos como queridos y que crecen como el Pissarres 2018 (Costers del Priorat). Samsó y garnacha unidas que reflejan los suelos más oscuros y penetrantes. Poderío que camina con brío por pinares bien frondosos. Peso de medicina curativa con estructura y tan feliz con una truita amb suc.
De pronto estamos en Valencia y empezando por Utiel y Requena. Ríos oscuros y piscinas que refrescan los veranos. Atardeceres rojos de contrastes que cortan como navaja si te acercas y te vas. Ánforas y aljibes de tiempos remotos que siguen causando terremotos. Y esas botellas que, bien cuidadas, pueden estar de cuidado, como La Bobal 2018 (Dussart – Pedrón). Balsámicos en monte intenso. Frutas negras con tanino de ciertopelo. Salida otoñal entre bichos pequeños de cazar o frente a chimenea que da el justo calor. Confort que sabe a hogar con un buen plato de morteruelo.
Sin movernos de provincia nos acercamos a Fontanars dels Alforins. Población mesetaria entre serranas y sus jamonas. Replanez que va del biruji al sofoco, pero que afecta poco a poco. Lugar donde el cereal da un recital, pero deja paso a los viñedos, su luz y su olor. Porque todos pueden ser compañeros y bien acompañados nos bebemos El Cordero y las Vírgenes 2016 (Fil·loxera & Cia). Monastrell, garnacha tintorera, tempranillo y malvasía de profundidad que te envuelve en matas de hierbas de las de cocina con chupchup. Personalidad impetuosa con fuerza y textura ideal con unos gazpachos de liebre y perdiz.
Ya en Alicante nos subimos a la Marina más Alta para encontrar triásicas rebeliones. Con Jalón de telón, cartujanos y una memoria más cercana a la de hace muchos años. Con amplias playas, chiringuito arrocero amontonado en su arena y esa fuente, que ojalá de Viña Ulises 2018 (Gutiérrez de la Vega). Giró y garnacha con la ligereza y la frescura de frutales lozanos. Directo y con austera sencillez, se contiene con la discreción de los que tienen buen fondo. Como con el que está hecha la olleta que nos zampamos.
Y terminamos en la que nos falta y a donde hay que ir sin falta: Mallorca. Isla con la claridad de blanca luz. Palacios y ruinas de aquellas que dejan huella precisa y duradera. Tradición poco contada que susurra tramontana porque nos da la gana. Sueños y que nunca nos falten, como el Cható Pqta 2018 (Sistema Vinari - Elio Cedó). Mallorca callet, mantonegro y monastrell con resultado jugoso, irreverente y con la cara al relente. Acidez de bayas chiquititas y recreo en barco de cala en para recoger alunas florecillas silvestres para decorar la mesa que presidirá frit mallorquín. Y así, sin más ni menos hacemos chinchín. Hasta prontito, amiguis.