Una escena costumbrista en torno a una mesa. En vísperas de Fallas. Un día lluvioso. Una tarde brumosa por los efluvios de las churrerías. Donde el temperamento festivo puede con todo. Con to-do.
Arrancar la entradilla de este artículo, que tiene más de cuento que de pieza periodística, con “una escena costumbrista en torno a una mesa” es un pleonasmo como la falla de Campanar, Na Jordana y el Ajuntament juntas. La descripción de lo que acontece durante una comida, cena o tentempié es siempre una guía para situarnos temporal y geográficamente en un espacio, en una clase social, en un acontecimiento.
De La Regenta (“La cena era breve, pero buena, platos fuertes, buen burdeos, buena Champaña; en fin, como decía el Marqués, primero mar y pimienta, después fantasía y alcohol”) a Gente normal («Cuando cierran la biblioteca por la noche, Connell vuelve andando al apartamento de ella, y por el camino a lo mejor pilla algo de comida, o una botella de vino de cuatro euros») de Sally Rooney, las escenas gastronómicas nos sumergen en las acciones del presente donde transcurren las historias, y nos sirven para caracterizar a los personajes que en ella intervienen.
Nuestro Blasco Ibáñez hizo lo propio a lo largo de sus obras más insignes y también en algunas menos conocidas, como El intruso (1903), una novela de corte social ambientada en Bilbao en la que se respira un ambiente viciado que dibuja la relación entre la burguesía y el proletariado vizcaíno de principios del siglo XX, en pleno auge del socialismo y el nacionalismo.
Pero a lo que vamos. Lo nostre. En estos dos vídeos grabados por Andrea Casino desde un ventanuco indiscreto —a juzgar por el encuadre, no es tan indiscreto, está en una de las principales arterias de Ruzafa— ofrecen una exquisita postal en un par de tomas del espíritu fallero —sus protagonistas no tienen porqué serlo, pero encarnan el espíritu de esa palabra tan asquerosa por el uso indiscriminado de ella en programas mindfulness, hablamos de ‘resiliencia’, y cuando hablamos de resiliencia en estas señaladas fechas queremos decir, ansia festiva—.
Ved los vídeos.
¿Ya?
Bien. Sobran las palabras para estas imágenes que tan bien recogen la esencia con olor a azahar. Los observadores de la condición humana a menudo apuntan a cómo el encuentro, si transcurre en relación a una fuente de carbohidratos y grasas, es más fecundo. Podemos, al contemplar la formación impenetrable de paraguas y manos pringosas por el chocolate, que esta centuria indivisible de merendadores y merendadoras habría salvado al ejército romano de la decadencia.
Nada se opone a la merienda.
Yo veo esta escena y me pregunto, ¿son churros o buñuelos?
Los recetarios españoles del siglo XVI recogen recetas de buñuelos, tanto salados como dulces. Sobre los valencianos se dice que aparecieron esporádicamente como esporádicamente aparecieron los primitivos monumentos falleros confeccionados con trastos de madera. Esto, en termodinámica, es cuando la evolución en el tiempo de un sistema en el cual se libera energía libre, usualmente en forma de calor, alcanza un estado energético más estable. La liberación de energía libre desde el sistema corresponde a un cambio negativo en la energía libre, pero un cambio positivo para los alrededores.
Después llegó la calabaza. O el exceso de la misma, creo, que lleva a seguir consumiendo tan otoñal producto cuando la primavera entra y arrolla y somos más de fresas con las últimas naranjas que de purés y pastelitos.
Por ahí se lee que los buñuelos entraron en la ciudad procedentes de la comarca de la Ribera Alta del Júcar. Lo económico y disponible de sus ingredientes facilitó que se difundieran por todas las comarcas de estas tierras, y de ahí, a todas las esquinas que durante este período de suspensión de la normativa.
Yo pienso que esas personas comen churros en lugar de buñuelos porque han venido de alguna de las comarcas churras (Alto Mijares, Alto Palancia, Los Serranos, el Rincón de Ademuz o la Hoya de Buñol) y endulzan el habla con giros como "voy camino a casa mía". O se preguntan por el noviete o el amiguete.
También dicen que este dialecto debe su nombre a que tiempo ha, tiempo antes de las Fallas, en la entrada norte de Valencia había una churrería que casi se salía de la ciudad. A todo forastero que llegaba de esa dirección se le decía que "venía de la churrería".
Si lo que comían eran porras, prefiero no hacer la búsqueda histórica.