VALÈNCIA. Sus películas estuvieron en Cannes, Venecia y Berlín, y la filial de Fox en Europa le financió otra de ellas. Sin embargo, no hay rastro de él en internet, ni en las plataformas, ni en las filmotecas. La memoria de Edouard Luntz (1931-2009) la ha empezado un cómic, El cineasta, que cuenta la investigación -en primera persona- del guionista Julien Frey por recuperar su filmografía. Sus vidas se cruzaron una vez, pero no fue hasta después del fallecimiento del director cuando Frey se dio cuenta de que la memoria de ese director había sido borrada.
El cineasta en realidad pone de relieve cómo una persona que ha puesto delante de la cámara a actores de la talla como Jeanne Moreau o Michel Bouquet ha caído totalmente en el olvido por el funcionamiento de la industria cinematográfica. Tras el éxito de su debut, Les couers verts, el fundador de los estudios 20th Century Fox, Darryl F. Zanuck le ofreció financiar su siguiente proyecto. Tras varias ideas rechazadas, aceptó un guion llamado Le grabuge, una historia de secuestros y contrabandistas. El rodaje -recoge la novela gráfica- fue uno de tantos malditos, carne de anecdotario de la cinefilia clásica: el presupuesto se duplicó, las localizaciones cambiaron, el guion se recortó, hubo escenas que Luntz se inventaba en pleno rodaje… El metraje original, de tres horas, fue intervenido por el propio Zanuck, y recortado hasta la hora y media.
Esta historia fue el principio de una larga disputa judicial sobre el poder del autor y el del productor sobre el montaje que se proyectaba finalmente en salas. Luntz denunció a Zanuck, ganó, y desde entonces en los estudios se maneja el término final cut para designar estos conflictos. Le grabuge, que se produjo en 1968, no se estrenó hasta 1973, y la propia Fox, que se había gastado dos millones de dólares en la película, saboteó su estreno para que cayera en el olvido. Objetivo cumplido. Sin la simpatía del sistema de estudios, los logros en el circuito de festivales no le valieron a Edouard Luntz para ser recordado.
Toda esta historia, que investiga Julien Frey a través de su búsqueda incansable por la filmografía del realizador y una copia del montaje original de Le grabuge, es la materia prima de El cineasta, que cuenta con los dibujos del castellonense Pep Domingo (Nadar), en su primer cómic en blanco y negro. La historia en primera persona de Frey la lleva al papel, renunciando incluso a algunas de sus señas de identidad: “las metáforas son mérito suyo, a mí me gusta más la sobriedad. El terreno de lo poético me saca de mi terreno habitual”, comenta el dibujante. Los saltos temporales que se suceden a lo largo de la novela gráfica sí que es un leitmotiv de Nadar: “pero el mayor reto, lo más divertido y complejo a la vez, es hacer las evoluciones físicas de los personajes a través del tiempo”.
El cineasta se erige así como la única memoria viva de Edouard Luntz a través de una historia personal, en el que el protagonista viaja “dentro” de sus films para convivir con los personajes. El cómic reproduce algunas de las escenas de las películas de Luntz: “su hijo nos dejó una copia de las películas para que las pudiera verlas y trabajar con ellas”. En el caso de Le grabuge, cuya única copia está en un archivo de Washington, “Julien hizo unas fotos de muy mala calidad de incógnito cómo pudo y eso fue lo único con lo que pude trabajar”, explica Nadar.
La historia de Luntz no es más que la de un cineasta maldito, uno de tantos que vio su obra ahogada por la industria. Pero más allá de lo testimonial, el cómic también nos habla del tratamiento del arte hoy en día: “hay una reflexión sobre la curación del arte, de las películas y del ejercicio de memoria que hacemos como sociedad. Julien (Frey) pone encima de la mesa lo efímero del arte cinematográfico. Y también habla del discurso industrial entre Estados Unidos y Europa”, de la hegemonía del primero sobre las posibilidades del segundo, sobre las prioridades y los espacios discursivos.
Seguramente no lleguemos a ver nunca nada de Luntz. El cómic le sienta bien a su historia y a su memoria, y le deja como uno de los mejores directores que jamás conoceremos, porque así se supone que es el cine: injusto.