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Nadia El Fani: "Sigo resistiendo a través de mi cine"

2/11/2024 - 

VALÈNCIA. La Mostra de València, que no ha podido completar la programación de su 39º edición debido a la Dana, ha dedicado su sección Focus a la cineasta franco-tunecina Nadia El Fani, ejemplo de cómo cuestionar dogmas y exponer la realidad en primera persona a través del cine. Su documental Laïcité Inch'allah! (2011) suscitó la ira de extremistas al denunciar la hipocresía religiosa en Túnez y abogar por una constitución laica; en Même pas mal (2013) reflejó la persecución por cuestionar aspectos del Islam, coincidiendo con su diagnóstico de cáncer. Estos son solo dos ejemplos de una filmografía maldita en tanto en cuanto ha sido comprometida y coherente con la realidad que ha ido viviendo.

La Mostra ha planteado la primera retrospectiva en España de la cineasta y tal vez una de las más completas en el mundo, digitalizando algunas de sus películas imprescindibles. El ciclo podría servir para revitalizar la voz de una cineasta que ha encontrado en su compromiso una barrera en la industria. Junto al ciclo, Quaderns de La Mostra le ha dedicado su nuevo número. La cineasta, que llegó a venir a València, atendió las palabras de Culturplaza.

- Lo primero que te quería preguntar es por las propias condiciones materiales en las que se ha llevado a cabo esta retrospectiva.
- Ha sido muy complicado para La Mostra porque mis primeros cortometrajes, de hace 30 años, estaban conservados en 35mm y no los tenía digitalizados. Encontré betacams, minidv y todos los formatos posibles, desde mi primer cortometraje hasta que en 2003 empecé a rodar en digital. A partir de entonces, es más fácil hacer los DCP (copias digitales de proyección) de mis películas. Pero lo más difícil fue encontrarlas. Por suerte las tenía todas en casa, aunque me había mudado de Túnez a Francia.

Luego había que ver qué subtítulos tenía cada película. En mis historias, suelo mezclar el árabe con el francés y es muy difícil subtitular. Lo mejor suele ser hacerlo a partir de la traducción en inglés. La Mostra ha tenido que hacer varias de esas traducciones. El festival ha hecho un trabajo extraordinario de digitalización y subtitulación. Luego venía otro trabajo para encontrar las fotos, la sinopsis, los pósters…

Llevamos trabajando en este proyecto desde el mes de mayo. Como anécdota, coincidí con Eduardo Guillot [director de programación de La Mostra] en Cannes. Le pregunté si iba a estar allí y entonces le dije que le llevaría todo lo que había encontrado. Quedamos en la estación de tren, porque él justo se marchaba y yo llegaba. Le di las películas en una bolsa gigante con los originales y le dije: “¡Ahora son tu responsabilidad!”. Eduardo se quedó un poco inquieto, cuanto menos.

- Esto que cuentas, ¿podría ser un reflejo de tu propia manera de hacer y ver el cine?
- Para mí la libertad es de suma importancia. La libertad de ser como soy y de hacer las películas que yo quiero; y sobre todo, poder ofrecer lo que yo hago al público. Si tuviera los medios, pondría hasta las películas gratuitas en internet. Pero bueno, ya sabemos que no van así las cosas.

- En el abanico inmenso de tu filmografía, quería preguntarte de la naturaleza de cada película la determina. Por ejemplo, has hecho cortometrajes, mediometrajes y largometrajes. ¿Te has ido adaptando a lo que te pedía la historia?
- Al principio lo determinaban las condiciones económicas. Lo primero que hice fue un cortometraje de cinco minutos. Vivía en Francia, fue antes de volver a Túnez, y había trabajado como asistente de dirección en diferentes películas. Entonces, en Francia había una ley que fomentaba que los cines compraran cortometrajes de menos de seis minutos para pasarlos antes de los largometrajes. Yo quería hacer un cortometraje que se pudiera ver en el cine.

Entonces tuve la idea de Pour le plaisir. En una entrevista me comentaban que en esa película estaban todos los temas que luego he desarrollado en el resto de la filmografía: el género, la identidad, la homosexualidad, las relaciones entre hombres y mujeres… Todo en cinco minutos. La periodista me hizo ver que siempre he sido muy coherente en mi filmografía. Lo que a mí me guía es la libertad.

- Lo segundo sería tu acercamiento a la ficción o a la no-ficción. ¿Cómo ha ido evolucionando esa balanza?
- A mí personalmente me encanta la ficción y me encantaría hacer solo ficción, pero es que también me gustan mucho los documentales porque me permiten irme yo sola con la cámara. Hay películas que requieren de ese formato documental porque cuando estás en un país bajo la dictadura, cuando hice Ouled Lénine, es importante que la gente crea lo que estás narrando. El problema en los países árabes es que, si hacemos ficción, nos reprochan estar haciendo películas que dan mala imagen y que no son la realidad. Durante la dictadura de Ben Ali, opté por el documental; y después empecé a hacer películas que me implicaran más para que la gente supiera qué era lo que pensaba.

- En Laïcité Inch’allah! das un paso adelante poniéndote como un personaje más del documental. ¿Qué aprendizaje sacaste de esta experiencia?
- Ahí también hablaba de la dictadura, aunque fue justo antes de la caída de Ben Ali, aunque en ese momento no sabíamos que iba a ser derrocado. Yo me había ido de Túnez y me mostraba en contra del gobierno. Quise mostrarlo a través del laicismo, así que quise rodar durante el Ramadán para contar cómo el poder impedía a la gente no hacerlo —cerraban los restaurante, la gente comía a escondidas, etc. Y mentí, dije que iba a hacer una película para contar los placeres del Ramadán y me dieron una autorización para rodar. En la sala de montaje fue cuando hice esta película denuncia, y de repente estalló la revolución contra Ben Ali, y volví allí a rodar. Fue un proceso muy particular. 

- ¿Entonces lo consideras un momento clave en tu filmografía?
- Para mí, en esta película era muy importante que la gente a la que estaba grabando se sintieran cómodos. Por eso decidí ponerme yo también delante de la cámara, para que los otros tuvieran menos miedo de hacer sus reivindicaciones. Lo contrario sería muy hipócrita, que otros hablaran y yo me quedara detrás de la cámara. Empecé a buscar una forma de mostrarme que acabo de encontrar en Même pas mal, donde vuelvo a participar intentando explicarme a través del cáncer. 

- ¿La cámara, la puesta en escena, debe ser diferente si es un documental o una ficción?
- Eso es precisamente lo que resulta interesante del documental: lo básico es poder contar la historia. Para mí, no cambia mucho si se trata de ficción o no. Si es ficción tenemos que ir inventando la historia mientras avanzamos. Mientras rodamos, elegimos lugares, personajes, y reescribimos en la fase del montaje. Capitale Parenthèse es la película favorita de mi filmografía para la gente que más me conoce. Encontré la línea entre aparecer delante de la cámara y hacer una autoficción sobre lo que viví en mi día a día del confinamiento. 

Encontré una poesía y una intimidad que a lo mejor ya estaba en mi filmografía anterior, pero la gente no la llegaba a captar. Yo escribo mucha ficción, tengo tres guiones que no he podido materializar porque no hemos encontrado la financiación. Ahora estoy trabajando en una comedia con una productora francesa, y ojalá tengamos suerte. ¡Lo que realmente me gusta a mí es poder contar historias!

- Tú que conoces el sector en Francia y en Europa, ¿qué prejuicios tenemos hacia el cine hecho en países árabes y africanos?
- El marco que afirmas es lo que yo pienso: el hecho de que mucha financiación y distribución venga de Europa o al buscar selecciones en festivales como Cannes, Venezia o Berlín, los cineastas árabes y africanos están encerrados y dependen de la mirada de los demás e intentan corresponder a lo que esperamos de ellos.

Yo tengo unas ideas políticas muy claras y tengo un espíritu crítico. Soy capaz de reconocer los destrozos de la post-colonización en nuestro país. Por otra parte, como cineastas tenemos que poder tirar de nuestra propia libertad de expresión. En mi caso, creo que mis películas no son lo que se esperaría de una cineasta tunecina —aunque sea mitad francesa.

De hecho, la única vez en la que me han reconocido en Francia es cuando hice Laïcité Inch'allah! porque estaba de acuerdo con la historia del país. Los festivales me decían “Nadia, ¡lo que cuentas ahí es verdad!”. Pero yo no había cambiado nada, había cambiado su mirada sobre mí. En todo caso, eso no duró mucho tiempo. Siempre he tenido problemas para distribuir mis películas.

'Bedwin Hacker'

- Es muy interesante ver Bedwin Hacker porque ya es casi una rareza en tu propia filmografía. Venías de ser ayudante de dirección y parece que hay una pulsión de proponer pero también de rechazar algunas dinámicas de Hollywood. ¿Es así?
- Para empezar, era una película lúdica que, a su vez, aborda un tema muy político. La idea era desmontar todas las ideas que tuviéramos de una persona que viviera en el norte de África: es una mujer ingeniera, que ha estudiado en la Politécnica, que en vez de irse a vivir a Francia, decide quedarse siendo hacker en Túnez. La rodé en 2001 y ahora que la veo alucino. La revolución iba a llegar así, la manera de contradecir a los políticos es a través de esos hackers.

Al mismo tiempo, la película quería mostrar otro universo con una familia tolerante, con discotecas e intelectuales, parejas bisexuales… Cosas que nunca veíamos en aquella época. Ni en los países árabes ni en su cine.

Me rechazaron en todos los festivales franceses. Pude participar en algún festival en España e Inglaterra. Luego, en Estados Unidos tuvo cierta repercusión… Hace un año una televisión francesa la compró y se ha vuelto a ver. Y es genial porque hoy en día se puede entender perfectamente esta película porque ahí está el género, la política, la post-colonización, las migraciones…

- Viendo el mundo de hoy, que desesperanza incluso a gente muy politizada… ¿De qué manera te posicionas?
- Cuando hice Même pas mal y nos galardonaron en FESPACO, hice una declaración en una época en la que los países árabes estaban en plena revolución (aunque Burkina Faso seguía en una dictadura). En mi discurso dije: “Espero que muy pronto África sea libre, democrática y laica”. Justo unos meses después, hubo una revuelta que derrocó el gobierno de Burkina Faso —ahora, como en otros países donde hubo esas revoluciones, hay regímenes que son incluso peor.

Aunque esté desesperada del mundo, a veces siempre vuelvo a la idea de la resistencia durante la II Guerra Mundial, cuando había una completa desesperación y no había ningún motivo para la esperanza. Mussolini, Hitler y Franco son ahora (tal vez) Putin y Trump. Hay que seguir haciendo la resistencia. Yo sigo resistiendo a través de mi cine.

En una proyección reciente de Bedwin Hacker, la sala empezó llena y, una hora después, estaba vacía. La mayoría de espectadores eran hombres jóvenes que no soportaban ver a una mujer heroína. Un crítico me dijo que lo que pasaba es que las imágenes sobrepasaban y se impregnaban en el cerebro. El cine es un arma. ¡Cojan una cámara y sírvanse!

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