MADRID. Judith Gilbert define la economía circular como aquella que se sustenta en el aprovechamiento “de los residuos que generamos en la sociedad. Estos son reciclados y transformados en productos para volver a tener uso en esa misma sociedad. Es una solución sostenible que reduce nuestra dependencia y explotación de los recursos finitos del planeta”. Bajo esta premisa, la empresa social de Judith Gilbert, Start Act, creada dentro de la organización Factor Escucha, propone recolectar los residuos de café en las ciudades para transformarlos en combustible sólido y devolverlos a la circulación en forma de energía limpia.
Para hacernos una idea de lo que se puede conseguir con los posos de los 195 millones de tazas de café que consumimos al año, sólo los españoles y fuera de casa, servirían para llenar 9 piscinas olímpicas con las casi 22.000 toneladas de residuos que se generan. “Afortunadamente el café es un combustible excelente, la biomasa sólida hecha a partir de estos residuos, puede usarse en estufas o calderas de biomasa, domésticas o industriales. Si lo comparamos con la madera, tiene 1,6 veces más poder calorífico, por lo que necesitaremos menos cantidad para calentar lo mismo, genera menos cenizas por lo que nuestras estufas se mantendrán en mejor estado y el CO2 que emite a la atmósfera es neutro, como todo elemento orgánico. Para calentar un piso de 70m2 bien aislado en una zona fría, se necesitan casi 2Kg de café por hora. Con los residuos de 1 semana, la podríamos calentar durante 923 años ininterrumpidamente y con los residuos de 1 año se podrían calentar todos los hogares de La Rioja durante los 3 meses de invierno”, cuenta Judith. La startup aprovecharía, asimismo, todo el proceso de recolección y producción de biomasa para la integración sociolaboral de jóvenes migrantes no acompañados.
El ejemplo de Start Act sirve para demostrar la interconexión que suele repetirse en este tipo de empresas en una triple vertiente: el aspecto medioambiental, social y económico. Ninguna empresa se va a dedicar a recoger residuos, tratarlos y devolverlos a la cadena de valor sin recibir nada a cambio. Sería insostenible, pero, además, este temor parece infundado. Según la consultora Accenture la economía circular podría aportar a la economía mundial algo más de 4 billones y medio de dólares en 2030, “cuatro veces el tamaño de la economía española”.
Algunas empresas que se han anticipado, han encontrado ya una ventaja competitiva en la economía circular. Podría ser el caso de Phenix, una compañía de origen francés presente en los mercados de Dinamarca, Alemania y España, donde llega de la mano de Miguel Die González, director de Phenix España. En un modelo de negocio B2B, lo que hace esta plataforma es conectar a empresas que sufren desperdicios o generan residuos con otras organizaciones que pueden aprovecharlos. Como plataforma, cobran un porcentaje a éxito y asumen las tareas de gestión y logística.
Enfocados sobre todo a las industria agroalimentaria, donde “1/3 de la producción mundial se acaba tirando”, según los cálculos de Diez González, Pnenix trabaja con todo tipo de empresas que generen residuos, sobre todo productos finales. Uno de ellos es el sector de los eventos, donde se encargan de devolver al circuito de la economía todas aquellas arquitecturas, muebles y decorados efímeros que se construyen para un evento puntual. Para la conexión entre la oferta y la demanda se valen del uso de las tecnologías con un sistema de alertas a tiempo real. En casos de excedentes pequeños, se procura un servicio de proximidad, para que sean los interesados quienes se pongan de acuerdo. El servicio no está disponible todavía en España a la espera de cerrar acuerdos con grandes cadenas de distribución y otras empresas. No obstante, la empresa cuenta ya con oficinas en Madrid y Barcelona, e interés en expandirse pronto por Valencia, Bilbao o Sevilla.
También en los grandes distribuidores halló un nicho Chantal Camps de Gispert, responsable del supermercado Good after donde, según ella, se nutren “de la ineficiencia en la gestión del stock de los proveedores y los fabricantes”. Radicado en Portugal, aunque Chantal Camps es española, ha creado un supermercado que llama de oportunidades en el que no se venden ni productos frescos ni los sometidos a fecha de caducidad. “Sí vendemos productos etiquetados como de consumo preferente, porque lo único que indica esta fecha es el compromiso que asume el fabricante de que el producto mantiene todas las propiedades en las que lo pone a la venta, no que su consumo entrañe riesgo alguno para la salud”, aclara.
Además de productos alimenticios Goodafter, vende productos de higiene o belleza que se retiran del mercado en perfecto estado. “Suelen descatalogarse por motivos como el lanzamiento de una línea nueva o por un simple cambio de packaging, de etiquetado, de gramaje o de logotipo y no quieren que convivan los antiguos con los nuevos en las mismas estanterías”. Sus proveedores son los fabricantes y los distribuidores de marcas que, en principio, persiguen que sean todas conocidas para así popularizar el supermercado y ganarse la confianza y credibilidad de los clientes. Los artículos se adquieren a través de la página web con descuentos que oscilan de un 30 a un 70%. Lo que sí obliga a los clientes es a estar atentos, “porque el mismo lote que ven un día, puede haber desaparecido al día siguiente”.
En todos los sectores y en cada empresa habría que analizar aquellos bienes susceptibles de ser reutilizados, pero pensar en las redes abandonadas en el mar para fabricar gafas requiere ya ciertas dotes de imaginación. François van den Abeele, las tiene, además de una profunda pasión por los océanos y la naturaleza. Con esta idea fundó Sea2see, una startup ubicada en Barcelona.
François se propuso reconvertir las redes abandonadas por los pescadores en el mar como materia prima para hacer unas gafas que se diseñan y fabrican íntegramente en Italia. Gracias a su perseverancia y la inversión en I+D, François ya ha conseguido instalar más de 100 contenedores a lo largo de 22 puntos de la costa catalana donde, con la colaboración de los marineros locales, recoge redes de pesca y cabos abandonados para reciclarlos y elaborar un material resistente que le permite fabricar gafas de sol de alta calidad. Las gafas ya se vende online y en ópticas de diversos países europeos.
François cree que cada gota cuenta para mejorar el estado del planeta y que volver a imaginar el diseño de productos, sus usos y sus proveniencia, es un deber y uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo.