El artista valenciano publica Un inmens i infinit continent, un relato confesional sobre un proyecto personal sin final feliz
VALÈNCIA. Néstor Mir hizo un viaje de sí-retorno que ha materializado en su nuevo disco, Un inmens i infinit continent, el primero bajo su nombre íntegramente en valenciano. Las canciones que lo componen tienen como eje común un proyecto sin final feliz, pero la introspección y la melancolía se reciclan en la música como materia prima.
- El disco tiene un origen muy concreto, un viaje a Canadá. ¿Qué ocurrió exactamente?
- En verano el 2018, me fui con mi familia a pasar unas semanas en verano a Quebec, principalmente por un motivo profesional. Este viaje supuso -inesperadamente- un momento muy especial: en València estaba muy saturado por ciertas experiencias personales y laborales y allí tuvimos una apertura de mente que nos dio aire fresco. Cuando vuelvo, durante el curso 2018-2019 tengo en la cabeza como proyecto familiar el ir a vivir en el extranjero con mi familia. Al final, al ver lo difícil que era materializarlo, decido hacer un disco. Al principio, compongo una canción de descubrimiento, muy optimista, Vestit d'estiu, sentía que ese viaje había sido una puerta que se abría a tener inquietudes nuevas. El resto de canciones, el disco, se crea al mismo tiempo que se deconstruye ese proyecto, y se convierte en un sustituto del viaje real y una realidad en sí misma, que me sirve como justificación real de las letras.
La propia experiencia de viaje surge de una necesidad personal, la de buscar en el exterior lo que no encontraba aquí, sobre todo laboralmente. València está muy bien pero también tenía la necesidad de hacer un experimento y buscar visiones más amplias de la vida.
- ¿Se trataba de un desencanto con València, con lo que te rodeaba, o todo lo contrario, la idea de una nueva ilusión? ¿Qué ha pesado más en el disco?
- Pesa más la ilusión y el descubrimiento de haber encontrado un nuevo motor vital en otro lugar a cierta edad, pero fue la desilusión me sirvió para hacer el primer viaje. Pero el motor del disco es un sentimiento de melancolía desde la incapacidad de hacer posible una ilusión, no de lo mucho o de lo poco que me interesara València entonces. La incapacidad material, que no mental. La realidad es que, más allá del turismo y las grandes multinacionales, cuando quieres viajar, la movilidad social y laboral es muy complicada a nivel internacional.
- ¿Estas letras son fruto de un estado transitorio o de un aprendizaje, de algo más permanente?
- El disco narra un estado transitorio que no se podía mantener en el tiempo. Era un momento de enajenación. Desde fuera, a cada persona que le contaba mi proyecto pensaba que estaba chalado. Ahora las veo con distancia, y me parecen más bonitas; porque son muy románticas, pero, a la vez, estaba viviendo la situación con frustación e impotencia.
Esto se cierra en un periodo de tiempo, se va alejando el sentimiento en el mismo disco. La última canción, Terra, la compuse en agosto de 2019, cuando decidí que ese viaje que me había propuesto se acababa.
- A pesar de esa oda a lo de allá, es el primer disco de canciones propias que editas únicamente en valenciano y te rodeas de profesionales de aquí...
- Tenia ganas de escribir en valenciano desde hacía 15 años, pero no tenía la fluidez para hacerlo con naturalidad. Venía de otro proyecto, Home Gran, en el que traducía e interpretaba en valenciano letras de Neil Young. La primera canción que compongo en este disco, Vestit d’estiu, tenía una carga bastante poética pero tampoco tiene mucho texto, así que, a partir de ahí, empecé a tirar de la cuerda y me di cuenta de que tenía el bagaje suficiente. También quise hacer una declaración casi política y dejar constancia de que soy bilingüe y que ese idioma está presente.
Y en cuanto a las personas implicadas en el disco, cuando ya tienes el andamiaje personal, falta todo lo demás. Yo hice un bolo bajo el proyecto Fantasma Vermell y mi amigo Micalet Landete me dijo que estaría bien grabar las canciones y que él sabría hacer que sonaran bien, así que dije, “prodúcemelo”. Luego, ir a Little Canyon y tener a Luis Martínez a los mandos fue la gran revelación y una solución genial. Un cuanto le enseñé lo que tenía, traspasó las bases en su mesa de mezclas y se implicó mucho. Para la banda, no buscaba a un baterista o a un teclista al uso, buscaba más alguien que fuera capaz experimentar con sonidos, así que tantée a varias personas y finalmente fueron . Para la grabación tampoco hubo muchos ensayos, dos o tres días con cada uno preparando y diciéndolo como funcionaban los temas. Grabaron sin saber lo que habían tocado los demás, pero el resultado es muy bueno porque son grandes profesionales.
- Hablemos del sonido del disco, que suena tremendamente expansivo, haciendo honor al nombre del álbum.
- Yo quería transmitir en todo momento una sensación de viaje, y para eso ha sido muy importante introducir los sintetizadores, porque te da sensaciones mucho más abstractas que con una formación bajo-batería-guitarras, donde el sonido te encierra en un lugar muy pequeño. Mientras componía escuchaba The War On Drugs y sus sintes te trasladan a un espacio muy amplio. Yo he querido también tener guitarras con bastante eco y muy difuminadas.
- La presentación del disco no será un concierto al uso, sino un montaje escénico...
- Yo llevo varios años vinculado al mundo del teatro y quería hacer algo especial. En primer lugar, quería que el disco sonara prácticamente igual que la grabación, y eso era muy difícil técnicamente en una sala de concierto al uso. Quería un espacio en la que pudiera haber mucha producción técnica para acercarse mucho al sonido del disco, así que tocar en un espacio escencio me lo posibilitaba. Hablé con La teta calba, y se pusieron con el guion -que me enviaron días antes del confinamiento- de una dramaturgia que interviene cada dos o tres canciones. Jaume Ibáñez -por ejemplo- hará de un periodista que narraba mi último concierto antes de irme a Quebec (en esta ficción lo conseguía).
- Eres una persona muy activa culturalmente y en varias disciplinas. Me gustaría que dijeras una fortaleza y una debilidad del panorama local pre-coronavirus.
- Ya desde Incrustados en el escaparate, con Malatesta llevo años participando de la agitación musical valenciana. He pensando muchas veces esa pregunta, y creo que el problema está en la base: no podemos construir las cosas por el tejado. Si no tenemos un circuito musical protegido por las instituciones, nunca vamos a conseguir que el músico tenga reconocido sus derechos. Hay que constituir un espacio musical para proteger a los que menos tienen. Debemos buscar proteger un circuito básico y que la gente puede iniciarse y podamos pagar para sostener una escena de artistas que puedan vivir de tocar tres o cuatro veces al mes en toda la Comunitat Valenciana y/o Catalunya. Si no, nunca vamos a poder reclamar que se nos pague bien.
También es verdad que es una cuestión política que los músicos no hemos sabido unirnos para defender nuestros derechos. Falta mucho por trabajar. Todos piensan que van a triunfar, y el voluntariado te aleja de esa figura de estrella del rock, pero hay que entender que para defender mis derechos, tengo que dejar la guitara y aprender legislación. Esta crisis puede cambiar la situación: antes podíamos ir tirando pero ahora, cuando todo se puede ir al garete... Las vacas sagradas a lo mejor empiezan a ayudar a la gente que está peor. El mundo de la música es muy sectario, si no tienes fans, no tienes voz, y el mercado te pone en una situación o en otra. Ojalá los nombres más mediáticos de la música, que no tienen tantos problemas de liquidez, sean capaces de decir “no solo por mí, sino por todos”.