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'Diamante en bruto': La dictadura de la imagen en la era 'influencer'

VALÈNCIA. El viaje de Liane en Diamante en bruto se revela como una de las propuestas más lúcidas y demoledoras sobre la juventud atrapada entre el deseo de reconocimiento y el vacío de la apariencia digital. Lejos de la complacencia, Agathe Riedinger, en su debut en el largometraje, arma un manifiesto incómodo sobre una generación naufragada en el espejismo de las imágenes.

Desde los suburbios, la protagonista (interpretada por la gran revelación que supone Malou Khebizi) se enfrenta a las reglas despiadadas de la cultura de los followers: si logras la atención del gran público, puedes transformar tu destino, aunque el precio sea la autonegación.

La directora evita los discursos altisonantes y se sumerge con una cámara breve y asfixiante en la intimidad herida de su personaje, cuya vida ha estado marcada por el abandono materno, la sobrecarga de responsabilidades familiares y una necesidad irrefrenable de ser vista.

Todo en Liane es superficie, performance, huida; la cirugía estética y el maquillaje construyen una barrera entre ella misma y el mundo, pero, al mismo tiempo, funcionan como último recurso para afirmar su voluntad de existir en una sociedad que la ha dejado al margen.

En consonancia con el tono sórdido, realista y sensible del cine de Andrea Arnold, Diamante en bruto despliega una mirada que no teme la incomodidad ni la contradicción. La película se atreve a desmenuzar el funcionamiento de la telerrealidad y la dictadura de lo aspiracional, evidenciando cómo estos universos seducen y arrastran a jóvenes como Liane a un ciclo de idolatría y desprecio. Riedinger no se conforma con el diagnóstico superficial; va más allá para mostrar cómo las jóvenes pueden, en ocasiones, revertir la lógica de la ‘objetualización’ y emplear sus cuerpos como herramienta de defensa y revancha ante un contexto hostil.

La autenticidad atraviesa todo el relato, tanto a nivel formal como emocional. La directora busca una narrativa orgánica, cruda, donde el sufrimiento físico de Liane se mezcla con la apariencia perfecta de las redes sociales, planteando al espectador preguntas incómodas sobre el valor real de la belleza y el significado de la fealdad. No hay espacio aquí para los cuentos de hadas convencionales: la brillante superficie digital es una máscara, y la supuesta libertad de elección, otra cárcel.

Esta primera película encuentra en su modestia y su audacia un retrato generacional tan certero como desolador, capaz de incomodar sin caer en el sermón ni el sentimentalismo. El resultado es una obra que interpela sin concesiones, radiografiando con precisión la angustia, el deseo y la impostura de un tiempo en el que la identidad (y el dolor) solo parecen existir si se muestran. Diamante en bruto es mucho más que una película de denuncia: es una experiencia genuina sobre la necesidad de ser vista y los peligros de buscarse en el reflejo de los otros.

 

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