VALÈNCIA. Paellas familiares, cumpleaños grabados a pulso, vacaciones en 8 mm y tartas de cumpleaños delante de la cámara. El cine doméstico lleva más de un siglo registrando escenas de una intimidad compartida. No nació con vocación artística ni con intención de exhibirse en grandes salas, pero en sus imágenes hay una crónica paralela del siglo XX y una pregunta abierta sobre cómo se contará la vida privada en el siglo XXI.
El cine doméstico no está medido comercialmente, ni responde a ninguna lógica de mercado, y eso genera una especie de transparencia que fascina. En todo caso, parece que al verlo como material de documental o en un museo se le da un valor mayor que cuando se acumulan sin cuidado en cajas de un rincón de casa. Es por eso que el el grupo de investigación de la Universidad de Navarra El cine doméstico en España: preservación, difusión y apropiación ha impulsado la exposición [REC]UERDOS. La vida a través del cine doméstico, que recorre en CaixaFòrum la historia de este tipo de cine desde los años veinte hasta nuestros días.
Aunque las cámaras de 16 mm y 8 mm comenzaron a popularizarse en los años veinte, no fue hasta los ochenta y noventa cuando el ámbito académico y archivístico empezó a tomarse en serio la importancia de estas imágenes. “En Estados Unidos, en los ochenta, algunas bibliotecas regionales comienzan a conservar cine doméstico, y en Francia se publican obras pioneras como Le film de famille, que ya lo consideran un patrimonio con valor histórico, antropológico y estético”, señala Efrén Cuevas, catedrático de la Universidad de Navarra y líder del grupo de investigación.
En paralelo, cineastas como Jonas Mekas lo reivindicaron desde lo artístico. “Mekas lo considera un cine auténtico, casi antagónico al cine profesional. Reivindica ese modo de mirar de lo doméstico como algo radicalmente verdadero”, explica. La defensa de la potencia del cine doméstico no tiene nada que ver con la nostalgia; sino que es una apuesta estética y ética por una forma de ver el mundo desde lo cotidiano.
Cámaras, fiestas, silencios
A medida que ha evolucionado el cine a través de las décadas, fragmentos de películas familiares han empezado a infiltrarse en documentales autobiográficos, ensayos fílmicos o piezas experimentales. A menudo, con una mirada que interroga el material: ¿qué esconde esa celebración grabada hace treinta años?, ¿qué permanece cuando la memoria cambia?
Cuevas habla de una “crónica histórica desde lo íntimo”. Su concepto de documental microhistórico parte de ahí: “A veces, en lo que parece una escena típica, como unas vacaciones o una boda, hay una historia mayor si la contextualizas. Por ejemplo, en The Maelstrom: A Family Chronicle (Péter Forgács, 1997) una familia judía holandesa filma su vida sin saber que serán exterminados por el nazismo. El metraje no lo cuenta, pero el espectador lo sabe. Eso cambia por completo la lectura”.
El cine doméstico no es neutro, aunque lo parezca. “Hay quien dice que es un cine mentiroso. Yo prefiero decir que es parcial. Solo graba lo feliz, lo celebratorio. No porque quiera engañar, sino porque es lo que uno tiene ganas de recordar”, matiza Cuevas. Esa selección produce, sin embargo, un tipo de verdad que interpela. “La gente se fascina porque esas imágenes, al no tener pretensiones, parecen más sinceras. Más transparentes. Pero al mismo tiempo, esa ingenuidad nos obliga a interrogarlas”.

- Dolmen de la cueva de Daina, 1965-1970. Fotograma de filmación 8 mm -
- Foto: Ajuntament de Girona. CRDI (Jordi Bosch Mollera)
Cuevas distingue al menos tres formas de acercarse al cine doméstico: la de la propia familia, la del espectador externo y la del cineasta que lo reinterpreta. En todos los casos, dice, opera una sensación de cercanía y de reconocimiento. “Aunque no seas de esa familia, puedes conectar. Porque hay algo muy común: una manera de reír, de mirar, de celebrar. Esa forma de estar ante la cámara es muy reveladora”. Esa es también la base sobre la que se han construido obras contemporáneas que rescatan materiales olvidados. “Hay cineastas que buscan lo contradictorio, el reverso de las imágenes felices. Pero también hay miradas de homenaje y de reencuentro emocional”.
Entre el archivo y el zapping
En los años noventa, programas como Vídeos de primera o Olé tus vídeos transformaron el cine doméstico en contenido de entretenimiento. Cuevas distingue entre dos tipos de reutilización: “La más seria, que da al metraje valor histórico o etnográfico, y la más efímera, que busca simplemente la risa o la sorpresa. Ambas existen. Pero la segunda es más instrumental, más fugaz, y no genera necesariamente conciencia de preservación”.
La conservación es uno de los grandes retos. Cuevas reconoce que es un tema sin resolver: “Con el VHS ya hay un problema enorme. Nadie sabe qué hacer. La mayoría de filmotecas no lo han conservado sistemáticamente. Y los soportes magnéticos están empezando a deteriorarse”. El digital, por su parte, presenta nuevos desafíos .”La cantidad de material es tan ingente que no hay manera de gestionarlo. Ni siquiera los archivos profesionales saben qué hacer con todo esto”.
A esa dificultad técnica se suma la confusión conceptual. “El límite entre lo doméstico y lo público se ha vuelto muy borroso. Si grabo a mis amigos en un viaje para subirlo a TikTok, ¿eso es cine doméstico? No hay una definición clara. Nosotros hemos intentado buscar ejemplos actuales que sigan grabándose para la familia, no para redes sociales. Pero cada vez es más difícil trazar esa línea”.
La pregunta entonces, un siglo después del nacimiento del cine doméstico es “¿Quién va a contar la historia de la España del siglo XXI dentro de 50 o 100 años? ¿Se conservará algo de todo lo que estamos grabando ahora mismo?”.
Cuevas insiste en que la mayoría de vídeos domésticos actuales siguen grabándose para el entorno cercano, pero el cambio de usos, de soportes y de intenciones dificulta cualquier previsión. Lo que sí permanece, por ahora, es el poder emocional de estas imágenes. Escenas comunes, muchas veces repetidas, pero que condensan una forma de vivir y de recordar.