Dicen que los muertos, por muy mal que lo hayan hecho, siempre salen a hombros. No será el caso de Rita Barberá, para quien su familia ha pedido un discreto funeral sin capilla ardiente, sin autoridades y sin políticos, incluidos los excompañeros del PP que la echaron y ahora la ensalzan. En resumen, sin hipocresía.
La exalcaldesa de Valencia ha tenido un final que no merecía, no por el óbito en sí, que es ley de vida, sino por las circunstancias. Sola, señalada por los medios de comunicación, vilipendiada en la calle y en las redes sociales, apartada del partido al que tanto dio. E inocente, porque se ha ido con la presunción a la tumba, mal que nos pese a los que esperábamos que la Justicia se pronunciase.
Quienes viven instalados en el odio dicen que merecía eso y más. Quien aspira a ser el muerto en el entierro vuelve a dar la nota negando a la finada el minuto de silencio que a nadie se le niega. Ni los hooligans se comportan así cuando el muerto es del equipo contrario. Al paso de su féretro tampoco se descubrirán porque el respeto al duelo o lo de dejar que el enemigo entierre a sus muertos en paz es para ellos educación del pasado, ¿o quizás de fascistas?
En este sentido, me quedo con la nobleza mostrada por Joan Ribó, que ha estado a la altura ante la muerte de la enemiga política que tuvo el feo gesto de dimitir la víspera de ser investido alcalde, para no tener que entregarle la vara de mando. Nobleza es no ser revanchista con quien cometió tal deshonor.
Empecé mi carrera de periodista poco después de que Barberá lograse la Alcaldía de Valencia con mi errático voto, como confesé en un artículo el pasado mes de febrero. En más de 25 años no recuerdo haber escrito apenas nada bueno sobre ella a pesar de que alguna loa debió merecer en sus primeros mandatos. Mi aversión a ser palmero de los gobernantes –nunca les faltan– y mi desencanto como votante ocasional me lo impidieron.
Hoy tampoco es el día, no seamos hipócritas. Por ello, hago mía la frase de Ribó en la moción municipal: Fue alcaldesa durante 24 años y forma parte indiscutible de la historia de la ciudad de Valencia, en la que dejó su huella. El juicio sobre su buen o mal hacer queda para la historia, que, como siempre, necesita perspectiva.
La entrevisté dos veces y en las dos discutimos porque no le gustaban las preguntas –"parece que te las ha dictado el PSOE", me espetó en una de ellas–; en su etapa de alcaldesa agradecí que siempre diera la cara, no siempre amable con los periodistas críticos, y consideré un síntoma de su definitiva decadencia que en las últimos meses evitase a los medios. Su entrada y salida del Tribunal Supremo el pasado lunes fue la de un alma en pena.
Barberá pagó con el descrédito el no saber irse a tiempo. De haberlo hecho, por ejemplo en 2011, habría sido recordada por sus obras y no por sus errores, como todos los alcaldes. Pero no quiso dejarlo ni cuando sus más estrechos colaboradores fueron imputados. No quiso asumir su responsabilidad política, creyendo, como tantos, que había que esperar a una sentencia. Acabaron echándola del partido y acabó de hundirse.
Hablan los peperos de "cacería de los medios de comunicación", lo mismo que los podemitas cuando los medios publicamos los chanchullos de sus líderes. ¡Qué casualidad! Que prueben a dejar sus cargos y verán como pierden interés para el público y los medios.
Nos piden desde diversos ámbitos una reflexión a los periodistas porque algo habremos hecho mal. El firmante de este artículo, director de Valencia Plaza, ya ha hecho la reflexión y la conclusión es la siguiente: Seguiremos informando con rigor de las causas judiciales donde haya políticos implicados, sin ánimo de cazar a nadie, y continuaremos pidiendo la dimisión de todos los responsables políticos de estos casos, con el ánimo no de cazarlos sino de que se vayan.
Requiescat in pace