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Parèntesi / OPINIÓN

Niños, héroes, políticos y helicópteros

17/04/2020 - 

No habíamos calculado todo el poder de las redes sociales hasta que esta crisis global las ha reafirmado como el gran instrumento con que moldear la realidad y ha lanzado al estrellato dos términos que apenas teníamos en nuestro vocabulario: bots y fakes, los dos peones esenciales, bien combinados, de la mentira y la manipulación de nuestro tiempo. La extraordinaria repercusión de las redes –siempre sobredimensionada– nos ha permitido comprobar cómo de volcados en ellas viven nuestros políticos, con sus querellas y su alarmante mediocridad, bastante generalizada, pero también ha aupado al estrellato a personajes que han sabido explotar redes y platós (¡más de cinco horas de televisión por persona y día!). Los medios de prestigio, por su parte, desde su posición cada vez más minoritaria pero aún influyente, tratan de poner orden en un tempestuoso océano de desinformación.

Mitjà, Spiriman, momentos de gloria

Fueses catalán o keniata, con el procés sólo podías estar a favor o en contra, sin matices. Con Oriol Mitjà sucede tres cuartos de lo mismo: o lo adoras o, si dices que, como todos, se equivocó eres un neofascista español, ignorante y trasnochado. Con tamaña actividad en medios y redes, dictando sentencias, poco tiempo habrá tenido de ir por el laboratorio, pero ha acabado de asesor del gobierno principatí, tras haberse convertido de facto en el artífice del relato de confrontación permanente de Torra, como si esa estrategia fuese la única forma de mantener vivo un conflicto catalán invisibilizado por el coronavirus. El afán de protagonismo, en todo caso, no entiende de nacionalidades: el andaluz Spiriman, por ejemplo, es otro resabido que ha multiplicado sus seguidores, aferrado a una dialéctica agresiva y maniquea. Otros miles de actores sociales han buscado, con menor recorrido pero idéntico énfasis, su momento de gloria, amplificado por las redes.

¿Decisiones políticas o científicas?

Los testimonios de enfermeros, investigadores, virólogos, cajeros de supermercado, médicos, estibadores, mensajeros, epidemiólogos, gestores o camioneros son valiosísimos, tengan tres doctorados o una FP, pero, por muy ungidos de autoridad que se sientan en la actual coyuntura, por el duro y generoso trabajo que realizan o por los aplausos de los balcones, jamás pueden sustituir a los políticos. Son nuestros gobernantes, más o menos listos y preparados, quienes tienen el mandato democrático de escucharlos, a ellos, al resto de la sociedad y de paso también a nosotros, los periodistas, para hacer una valoración y tomar decisiones contemplando todas las variables. Sería un error de principiante tener en cuenta sólo factores específicos. 

Por ejemplo: ¿como podría decidir Mitjà (y tantos otros científicos, de cualquier espectro ideológico) si se puede o no recuperar el trabajo no esencial sin conocer en qué punto España podría entrar en quiebra o en una espiral económica irreversible? La respuesta la dio el matemático Manuel de León a eldiario.es, cuando le preguntaron si los modelos matemáticos debían marcar las medidas contra el Covid-19: ‘Es una decisión política. Si me preguntas qué es lo mejor, te responderé que cada uno en su casa y sin salir. Pero hay que comer, el agua tiene que llegar, la luz, la fibra óptica…’. De una sensatez aplastante, en medio de tanta charlatanería. El equilibrio es lo esencial y sólo puede ser multidisciplinar: priorizar siempre la vida y la salud sin perder de vista que el músculo de lo que algunos entienden como papá-estado no es ilimitado, ni mucho menos. El equilibrio siempre es difícil de alcanzar, sin embargo.

Niños, runners y helicópteros

Sánchez ha forzado ese equilibrio, pese a las críticas, para amortiguar el impacto de la crisis sobre la economía, con el regreso de la actividad no esencial esta semana, pero son muchas las voces críticas con la falta de sensibilidad para relajar el confinamiento de niños (algo sin parangón en otros países), permitir actividades deportivas (no sólo runners; hay miles de prescripciones médicas de ejercicio suave o paseo para personas con diversas patologías) o para que Marlarska dé instrucciones precisas y firmes que eviten arbitrariedades y abusos en nombre del estado, excepcionales, sin duda, pero más inadmisibles que nunca en la actual situación. 

El Gobierno ni puede ni debe presuponer, blandiendo las armas del estado de alarma, que todo vale, que la ciudadanía resistirá lo que le echen. Los cuerpos de seguridad tienen la misión de tutelar el desconfinamiento con firmeza, pero es esencial que se ejecute con sensatez, comprensión y proporcionalidad. Puede llegar a entenderse la importancia de lanzar mensajes simbólicos como requisar 30 kilos de cítricos (no se va a permitir ni el mínimo hurto) o descender de un helicóptero para multar a una mujer que pasea un perro lejos de su radio de acción (todos somos iguales), pero el perjuicio es tal vez mayor: genera en la población la terrible sensación de estar sometidos a un poder sin límites y al tiempo arbitrario. Especialmente si Rajoy sale de forma impune a practicar marcha atlética.

Madrid no se toca

Desde el minuto uno de la crisis el Gobierno se negó a aislar Madrid, algo que deberá razonar. ¿Por qué no se confinó como los focos originarios de Wuhan y Lombardía? La explicación es previsible: se optó por blindar el valor simbólico de la capital, el centro de la actividad gubernamental y política (no como en el caso de China e Italia), aún a riesgo de perjudicar al resto, un argumento que seguro será mal encajado por una mayoría de los ciudadanos. El mal ya está hecho, en todo caso. Lo peor es que, de cara al futuro, ante la insistencia de algunas autonomías para planificar un proceso de desconfinamiento específico, en función de sus circustancias particulares, se vuelve a torcer el morro y a negar esa posibilidad, cuando es el propio gobierno quien podría y tal vez debería planificar esta estrategia conjuntamente con las autonomías. Aplicar las mismas medidas para el mundo rural y el urbano, para la población mayor y de riesgo que para el resto, para todas las autonomías no parece lógico, teniendo en cuenta el abismo de datos entre ellas: Madrid registra 101 muertes por cada 100.000 habitantes; les siguen Castilla-La Mancha, con 86, y La Rioja, con 78; mientras tanto siete autonomías están por debajo de 20 muertes por 100.000 habitantes: Valencia, Galicia, Asturias, Baleares, Andalucía, Murcia y Canarias, además de Ceuta y Melilla, que juntas suman el 48% de la población. Si echamos un vistazo al planeta la estrategia unitaria del gobierno de Sánchez apenas tiene referentes internacionales.

Un estado de alarma adictivo

No sorprendre la natural tendencia de algunos políticos a cogerle el gusto al estado de alarma, olvidando a menudo, como han recordado algunos juristas, que la propia Constitución establece límites a las situaciones excepcionales. Es sonrojante que, con el pretexto de esquivar el alud de fake news en que vivimos inmersos, se trate de controlar a los medios o de desautorizarlos indiscriminadamente, invitando a la ciudadanía a atender sólo fuentes oficiales. Lo del No-do y el pensamiento único de toda la vida, vaya. En vez de reafirmar el paper imprescindible de los medios rigurosos, se aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para intentar librarse de la fiscalización periodística durante una temporada.

Cualquier político del planeta firmaría una orden de confinamiento total hasta que no quedara ni rastro del Covid-19, pero todos saben que en unos meses tampoco quedaría ni rastro de su credibilidad ni probablemente del país que gobiernan. La tentación de firmar una prórroga tras otra, mientras se consiente el trabajo no esencial, queda poco creíble, si no se anuncia también una hoja de ruta de desconfinamiento que permita a la ciudadanía, en la medida de lo posible, planificar su vida y su forma de conseguir ingresos de forma inminente.

Es posible que haya un punto de no retorno para que esta crisis llegue a ser un peldaño más traumática de lo que ya de por si va a ser. Y está más próximo de lo que Sánchez calcula. Tal vez haya que devolver al pueblo parte de la confianza ciega que ha depositado en sus gobernantes. Todos los españoles no tienen un chalet en la sierra o una casa con jardín desde donde superar esta situación. Hay miles de niños sin ventanas, de familias en cincuenta metros. Hay muchas personas y situaciones al límite, además de los sanitarios. En muchas circunstancias dificilísimas. Que los balcones no nos hagan perder de vista que no existen países de héroes. El heroismo es una excepcionalidad, tan plausible como extraña. Exigirla al conjunto de la ciudadanía es una mala idea,  algo que muchos otros países parecen haber entendido.

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