Haber cursado la EGB es motivo de orgullo para millones de españoles. Su inventor fue el valenciano José Luis Villar Palasí. Aquella enseñanza obligatoria, de seis a catorce años, sirvió para abrirnos paso en la vida.
El exministro de Educación, José Luis Villar Palasí, fue padre de familia numerosa: millones de españoles, de distintas generaciones, figuran entre sus hijos. En 2012, año de su fallecimiento, nos quedamos huérfanos del padre de la EGB, el BUP y el COU. Estas siglas pertenecen al patrimonio sentimental de aquellos que fuimos niños y adolescentes en las décadas de los setenta y ochenta.
El recuerdo de la EGB ha dado pie al negocio de la nostalgia, con la publicación de libros, documentales y de hasta una gira de conciertos. De todos los que estudiaron con la Ley General de Educación (1970) no creo que haya ninguno que la haya criticado, o la tenga en mal lugar. Somos criaturas orgullosas de una norma que estableció la enseñanza obligatoria entre los seis y los catorce años. También puso en marcha la Formación Profesional.
Yo cursé la EGB entre 1974 y 1982. Aún vivía el general cuando mis padres me matricularon en el colegio salesiano de Albacete. El primer día ya tenía los libros en el pupitre. La mayoría de las asignaturas las estudiábamos con Santillana, la editorial de Jesús de Polanco, luego propietario de El País. Con el dinero de su emporio editorial, levantado a la sombra del franquismo, Polanco fundó el periódico del nuevo régimen. Como se ve, fue un empresario hábil y dúctil, capaz de adaptarse, sin problemas éticos o de otra índole, a las siempre volubles circunstancias políticas.
De mi paso por los Salesianos de Albacete me acuerdo de algunos maestros. Me imagino que bastantes habrán fallecido. Muchos eran valencianos o alicantinos. Entre ellos mi memoria rescata a don Francisco Ortiz, valenciano, que fue director del colegio; a Rosendo, alcoyano; José Antonio, navarrico; el Luises, maño; el Topo (como ahora, era frecuente ponerle motes a los alumnos); doña Margarita, la profesora de inglés, y Severiano Landete, que fue mi maestro de 1º a 5º de EGB y con quien, después de tantos años, he tenido la suerte de reencontrarme en 2023.
Estos profesores ofrecieron lo mejor de sí mismos para formarnos como personas. Estudiábamos un poco de todo: ciencias naturales, sociales, matemáticas, Lengua, pretecnología, religión; practicábamos la educación física en un colegio con excelentes instalaciones. Rosendo nos llegó a enseñar el funcionamiento de las elecciones. Era el año 1980 o 1981. Aquellos curas eran bastante liberales para la época.
Me acuerdo de la foto que nos hicimos con don Francisco Ortiz, en la escalinata del colegio, al terminar el curso 1981-1982, nuestro último año en la EGB. Luego cada uno emprendió su camino. Yo me fui a estudiar el BUP a un instituto público, en el que también recibí una formación exigente. El PSOE echó a los salesianos del colegio en 1985 al no renovarles el contrato de arrendamiento. Los salesianos no eran propietarios de la escuela. De aquel colegio, luego convertido en centro público, no queda nada. Fue demolido para levantar unos juzgados.
Las promociones de alumnos de la EGB y el BUP —muchas de ellas formadas por hijos de familias modestas— pudimos prosperar en la vida gracias a la Ley General de Educación. No hay nada más democrático que eso: una enseñanza que te permite labrarte un porvenir. ¿Sucede esto con la ley de la abuela Celaá? Por supuesto que no. Esta ley forma al ciberproletariado que servirá al hijo de la ministra Alegría y a otros cachorros del progresismo gubernamental. Cualquier alumno de la EGB —y no digamos de BUP— tiene mayor nivel de conocimientos que un estudiante del actual 2º de Bachillerato.
Cada noche, en prueba de agradecimiento, le rezo a san Villar Palasí, hombre que hablaba hasta doce idiomas —entre ellos, tres dialectos del chino—, recitaba de memoria, en castellano antiguo, Las Siete Partidas del rey Alfonso X el Sabio, y aún tenía tiempo para practicar el kárate y el jugo. ¡Qué tío! Era valenciano; nació en 1922, el mismo año que mi padre y Joan Fuster.
Varios colegios de la Comunidad Valenciana llevaron su nombre hasta que la izquierda analfabeta se lo quitó en aplicación de la Ley de Desmemoria Histórica. Con todo, la memoria de Villar Palasí —uno de los grandes valencianos del siglo XX— sigue viva pese a ese intento por condenarlo al olvido. En gran parte, sus hijos somos lo que somos gracias a quien fue ministro de Educación entre 1968 y 1973. Es extraño que guardemos un buen recuerdo de un político pero, por extraño que parezca, es así.