Sí, sexy. No me digáis que no. Esa textura aterciopelada, elástica, morbosa. Esos colores empolvados por la maicena. Esa forma redondita, que a veces esconde una sorpresa en su interior. Qué rabia (de la buena) dan los mochis. Y qué vicio.
Claro está que no todos son iguales. No es lo mismo un mochi fabricado en cadena con métodos automatizados, colorantes artificiales y relleno de helado industrial, que uno elaborado artesanalmente -moldeando cada pieza individualmente con las manitas- y utilizando fruta natural y materias primas de calidad. Hay restaurantes japoneses que los elaboran en cocina, y otros que los encargan a obradores especializados. Uno de ellos es Mochi Luxury, una empresa muy joven -arrancaron su actividad hace año y medio- que distribuye sus mochis en restaurantes como Sushi Cru (en el barrio del Carmen), Sushi Market o los de cadenas como Miss Sushi, Little Thai y Kento. También hacen colaboraciones especiales, como la del mochi de yuzu con flor de azahar, creado con la ayuda del equipo creativo del grupo Kabuki, o la del mochi de azafrán, jengibre y shiso que tienen en carta en el restaurante Kamon.
Antes de continuar, conviene hacer una matización. Al parecer, la palabra mochi hace referencia en realidad a la masa espesa de arroz glutinoso, no al dulce en sí mismo. De hecho, el mochi es la base de muchos dulces y postres tradicionales japoneses como el dango, el wagashi o el mochi-gashi. Lo que los occidentales conocemos comúnmente como mochi es en realidad un daifuku, que en la receta original está relleno de pasta de judía roja llamada anko.