¿Quién iba a pensar que en una ciudad como València cupieran tantas cafeterías, verdad? Diría tantos Panarias, pero esa ocurrencia ya la tuve en 2014. O 2015, a saber, porque recuerdo que la tuve y soy tan simple que debí tuitearla. Con 2018 a los postres, ya no tuitería que "no hay València para tanto Panaria". A día de hoy, las réplicas, sucedáneos, alternativas mejoradas y supra low cost de esta franquicia valenciana –que ya era réplica de otras– son legión. Allí donde había una gestoría contable, hoy hay una cafetería. Allí donde había una escuela de judo, hay otra cafetería. Allí donde alguien extinguió su finiquito en un comercio de cigarrilos electrónicos, cachimbas y shishas, también hay un Panaria. ¿Quién iba a pensar en tiempos de Paco Camps que había València para tanto 'Panaria'?
Me dice un bartender al que admiro más que a Messi que València no era ciudad para cafeterías por una razón patriótica: l'esmorzaret. Si el personal había cogido por costumbre arrearse la principal comida del día a media mañana, parecía tener poco sentido dedicarse al cruasán sobre barra de pino lacado. Sin embargo, como pueblo provinciano al que todo lo que venga de fuera le resulta mucho más interesante, el sarpullido de cafeterías perfectamente homogéneas ha pasado a marcar el espacio público de nuestras intrascendentes vidas. Y ahí es a donde voy, porque en estos tiempos en los que el espacio público parece definir la intención de voto de cualquier julián, qué poco hablamos de cómo la actividad privada y la individual influyen en nuestros días.
Le doy vueltas al tema porque asisto fascinado a la defensa apasionada y empalamiento simultáneo del concejal de movilidad. Giuseppe Grezzi se ha convertido en el italiano más influyente por estas tierras desde que los potentados nos impusieran a Amadeo de Saboya. Dicen sus defensores –los del regidor napolitano– que un día València le dedicará una calle por la transformación que está provocando (hete aquí el único verbo acertado de todo el artículo). Dicen sus detractores que sería deseable inventar el teletransporte y probarlo con él. Mientras se deciden –que, en verdad, yo les digo: mayo de 2019–, aceptemos que Amadeo reinó menos tiempo del que Giuseppe lleva en el cargo y que al primero ya le otorgamos una avenida. Con su Panaria actualmente, faltaría menos.
Pero aquí parece que lo que sucede en el espacio público lo deciden casi siempre otros, y, bueno... Este viernes se presentaban las votaciones de la plataforma DecidimVLC. De 540 proyectos va y resulta que el más votado es la ronda de carriles en Cardenal Benlloch, Tres Cruces, Maestro Rodrigo y la continuidad de lo mismo en Patraix. ¡Con la que (le) está cayendo (a Grezzi)! Nada, que lo de la participación ciudadana es un lío y no refleja el sentir de la calle con derecho –se intuye– a programar su ciudad . Eso parece desde fuera, porque el que les escribe vota a nueve kilómetros del centro de València, en un pueblo sin tren, ni tranvía, ni metro, con más de 30.000 habitantes, pero cuya conexión con la ciudad escapa a las inquietudes electorales del actual concejal actual y de todos sus predecesores.
Estoy con aquellos que descreen de la participación ciudadana y contra ellos. Los motivos de mi oposición y del beneplácito se intuyen tanto que aburren, por lo que quisiera aprovechar sus últimos segundos de atención para volver a los 'Panarias' como supuesto para mirarse por dentro. Decía anoche Hugo Más que en su estupenda película Nosotros (Felipe de Vera, 2017) lo que le interesaba como guionista no era reflejar "la política, sino lo político. Cada pequeña acción, todo lo que hacemos contiene un gesto político". Y trascendente. Nos desahogamos con el concejal de movilidad de turno desde tiempo inmemorial, le atribuimos a él (o ella) y a la participación ciudadana nuestra bilis más pura, ¿pero qué hacemos de 8am a 10pm y que acaba influyendo en el escenario público en el que nos desenvolvemos?
Les propondré un caso en paralelo: a mí me gustan los juguetes [volantazo]. Y les confieso que de todas las cosas que suceden en el espacio público, una de las que peor llevo es la extinción de las tiendas de juguetes. Me gustan mucho los juguetes y pocas cosas me aproximan más a un estado de aislamiento creativo que pasear por una tienda de juguetes. Nada de centros comerciales por Reyes. Tiendas de juguetes en mayo. Pues no las hay. Las decisiones a corto de los individuos como usted nos han llevado progresivamente a confiar nuestros regalos a Media Markt, Worten, Carrefour o a la FNAC. Pantallas que distraen y que abstraen a la chiquilla mientras come o al chiquillo mientras hacemos cualquier otra cosa (como trabajar). Pequeñas decisiones independientes e individuales han acabado con la necesidad de sostener a las tiendas de juguetes en el espacio público.
¿Qué necesidad había en València de tanto 'Panaria'? La que le viene a la cabeza. Sin embargo, pequeñas decisiones independientes e individuales han metamorfoseado la ciudad hasta convertirla en una terraza constante de cafés con leche de soja. La ciudad, su fisonomía, el ritmo al que late y el aspecto que tiene no depende en exclusiva de posiciones ideológicas (que claro que las hay; las que quedan). De tanto en cuanto se nos olvida que cada pequeño gesto, cada paso rutinario una vez hemos puesto un pie en la calle, desencadena una serie de acontecimientos en el terreno de lo público. Y no es solo votar cada cuatro años ni abrirse un perfil anónimo en Twitter y creerse poco menos que Rodrigo Díaz de Vivar. Tomarse un café, cada mañana, también habla de nosotros y de cómo deseamos al día siguiente el lugar en el que vivimos. Consuma con responsabilidad.