Sí al Brexit. Sí a Trump. No a Sarkozy. No a la reforma de la Constitución italiana. Estos son algunos de los resultados que parece han sorprendido a la opinión publicada, que no pública.
En los últimos tiempos, una serie de votaciones, elecciones o referéndums han tenido un resultado distinto del que indicaban los mass media, es decir, los grandes medios de comunicación (prensa, radio, TV) que desde hace algún tiempo, más que canalizar la opinión pública, la conforman, moldean y condicionan. De ahí esa especie de sorpresa colectiva ante resultados que “contradecían” lo que periodistas, analistas y columnistas habían publicado y pronosticado. Uno echa en falta cierta autocrítica, en lugar de buscar justificaciones para mantener una postura y analizar los comportamientos sociales a la hora de votar desde el realismo y no desde el elitismo cultural.
A finales de junio los británicos decidieron por un 52% que abandonaban la Unión Europea, una decisión que generó sorpresa en la mayoría de países occidentales que tenían claro que lo bueno era quedarse. Curiosamente quienes tenían que votar y decidir no opinaron lo mismo. Aún hoy leemos artículos que intentan colocar esta decisión como algo de “otro planeta”, alguno lo tildó de ‘planeta Trump’. Creo que sería más práctico buscar el porqué y no desautorizar constantemente las decisiones de la ciudadanía cuando no son las que los políticos y burócratas europeos tienen en mente.
La realidad es que el pueblo británico reaccionó a estímulos humanos que no por no estar refrendados por estudios y estadísticas, tienen que significar la vuelta a la caverna. La prueba es que según avanza la lenta desconexión, iremos viendo como las relaciones personales y profesionales con la UE las mantienen. Al respecto este diario publicó un interesante artículo de Mariam Camarero donde pese a exponer la idea de que todos perdíamos con esta decisión, Reino Unido hará lo posible para mantener una especial relación –por interés de ambas partes– con los países y los ciudadanos de la UE.
En el caso del presidente electo de los EE.UU. los medios estadounidenses, europeos y españoles han apoyado con la ‘razón’ a la candidata demócrata y han aupado con el ‘sentimiento’ al republicano. Pues muchas de sus salidas de tono, eran objeto de parodia pero al mismo tiempo le daban un especial protagonismo a Donald Trump. Pocos artículos o reportajes analizan la sociedad americana que no es sólo Washington, Nueva York y Hollywood –como Reino Unido no es sólo Londres– y buscan entender los motivos por los que los mensajes del candidato republicano conectaban con el americano medio.
En estas situaciones donde el imperio de la corrección política y social, aniquila siquiera el mínimo atisbo de criticar o poner en duda los dogmas oficiales, debemos preguntarnos cuántas veces hemos usado la expresión: “Eso en público no se puede decir”. Cuando dejamos de tuitear, de hablar con los compañeros en la oficina o con los amigos en una cena, y subimos al coche de vuelta a casa, en esa soledad ¿nunca piensan ¡qué sociedad tan hipócrita!? Parece imposible hablar de verdades incómodas sobre todo cuando la maquinaria mediática genera una verdad oficial.
Italia pretendía modificar su constitución, dándole más poder al Estado frente a las regiones, suprimiendo el Consejo Nacional de Economía y Trabajo, premiando en escaños al partido que obtuviera más del 40% de los votos. Probablemente, muchas de las reformas podían argumentarse desde criterios lógicos y pragmáticos, pero últimamente se nos olvida que el comportamiento humano, tanto el individual como el colectivo está repleto de contradicciones y confusiones, a veces denominadas miserias humanas.
Los italianos –de diferentes edades e ideologías– han dicho no. Ante una pregunta enrevesada y una clase política de la que no se fían, han preferido mantener el statu quo. Nuestro sabio refranero dice aquello de ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’. Aquí habría que matizar que en este tipo de decisiones ni lo conocido es a veces tan malo, ni lo que está por conocer tan salvífico como lo presentan. Y una vez más el pueblo soberano ha elegido, quizá equivocado o quizá acertando, el tiempo y la historia juzgarán.
Y en este panorama de elecciones, votaciones en primarias –nadie apostaba por Fillon en Francia– y referéndums, España ya tiene un gobierno (frágil sin duda) pero ni histriónico, ni fuera de la UE, ni salimos a casi un gobierno por año. Presentamos un equilibrio social, político y económico que a puertas de 2017 no es para mantener el clásico y castizo discurso de la autoflagelación. Y eso pese a que la corrupción política se haya convertido en el tema central, quizá porque vende más que la aburrida y burocrática gestión de las administraciones.
La estabilidad política e institucional tiene como marco normativo global y de referencia la Constitución española de la que conmemoramos recientemente sus 38 años de vigencia. Una edad, como todos saben, para retirarse y jubilarse, ¿verdad? Ni la realidad social, ni las estadísticas que muestran los temas que preocupan –los cuales varían en 24hs si sucede algo inesperado como un atentado o una catástrofe natural– ni la actividad institucional requieren de la tan manida reforma constitucional. No al menos la reforma global que pretenden algunos.
El argumento de la “edad” de la Carta Magna es de aurora boreal, ya habrán leído que países serios y democráticos tienes leyes fundamentales más antiguas y el de adaptarse a los nuevos tiempos me provoca cierta sonrisa. Si el referente son las nuevas tecnologías, redactemos una Constitución cada año porque ya saben a qué velocidad va esto. Y también se dice que nos encontramos en un escenario político similar al de 1978, permítanme que me sonroje. Si una foto vale más que mil palabras busquen alguna de la época y comparen, la que sea.
Ni venimos de una dictadura, ni estamos fuera de la política internacional, ni se vulneran los derechos humanos en nuestro territorio, ni presentamos índices de subdesarrollo. Bien al contrario todo el desarrollo que hemos alcanzado ha tenido como base la vilipendiada Constitución. Entre las opiniones de juristas, políticos y expertos de todo tipo y condición se cuela una palabra: prudencia, esa virtud que la RAE define como cautela, moderación, sensatez o buen juicio. Si la reforma que todos reclaman requiere consenso, más necesario será una buena dosis de prudencia. Y si alguien se atreve de cumplimiento de la ley, empezando por la Constitución.