Así como el movimiento LGTBiQ+ vino a cuestionar lo establecido acerca de la sexualidad, la orientación sexual o el género; así como el feminismo ha venido para cuestionar las estructuras de poder derivadas del género, las no monogamias hacen lo propio con las estructuras relacionales.
A estas alturas, todos hemos oído historias de alguna chica que tiene dos novios, de tres personas que viven juntas y revueltas o de que tal pareja tiene una relación abierta y tienen sexo con otras personas. A muchos estas historias les parecen exóticas, estrafalarias o propias de gente con valores muy diferentes a los suyos. "Yo no podría" dice la mayoría.
Una mayoría que, como digo, ve con cierto escándalo que un matrimonio decida abrir sexualmente su relación de forma libre y consensuada, pero ve como mucho más normal y "asumible" que su amiga Maripili lleve 3 años poniéndole los cuernos a su marido.
En nuestras sociedades, la infidelidad está a la orden del día. Según los últimos estudios, el 42% de españoles y el 31% de españolas reconocen haber sido infieles alguna vez. Reconocen. Lo cual significa que existe una "infidelidad sumergida" difícilmente cuantificable que algunos sociólogos miden en otro 40% aproximadamente. Vamos, que entre el 70 y el 80% de la gente ha sido o es infiel.
En nuestra vida cotidiana la infidelidad se conoce, se sabe, se asume, se normaliza. La infidelidad produce engaño, dolor, traición... el 70-80% de la gente la ha perpetrado, el 70-80% de la gente "sí podría" y de hecho puede, ser infiel a la persona a la que ama. Sin embargo, la mayoría de ellos afirman que "no podrían" hacer lo mismo sin engaño, sin dolor y sin traición y lo ven como algo escandaloso y fuera de su escala ética. ¿Se empieza ya a entender que lo que está operando aquí es la asunción sin cuestionamiento de maneras de relacionarnos que nos han sido dadas y que son socialmente asumidas, pero que no por ello son mejores para tener una vida y relaciones sanas?
Vivimos en un mundo donde hemos encumbrado la relación de pareja, la hemos colocado por encima de las relaciones de amistad o las familiares y, en cambio, es en las relaciones de pareja dónde se producen los comportamientos más tóxicos. La mayoría de la gente entiende que sus amigos son libres de quedar con ellos en función de si les apetece o no, la mayoría de la gente entiende que su amigo/a ande liado y esté más ausente, la mayoría entiende que su amigo/a puede tener otros amigos/as y que eso no significa que le quiera menos a uno. ¿Por qué con las parejas no es así? ¿Por qué al mismo tiempo que consideramos la relación de pareja como jerárquicamente superior a la de amistad, tratamos a nuestra pareja como un objeto, como una posesión nuestra a la que podemos marcar límites, impedir ver a otras personas etc.?
No, a pesar de lo que cree la mayoría, las no monogamias no van de follar mucho, ni de follar con mucha gente. De hecho, las no monogamias no van de follar. Van de cómo nos relacionamos con los demás, van de asumir conductas de relación más sanas, menos hipócritas, más acordes con nuestra manera natural de ser y de amar que con los patrones establecidos por la hegemonía cultural judeocristiana. Va de aprender a amar y ser amados sin dejar de ser libres y felices.
Es por ello que cada vez más gente se identifica como no monógama en cualquiera de sus formas. Las no monogamias son la revolución que viene y como otras revoluciones civiles, pondrán encima de la mesa la conquista de nuevos derechos, derecho a matrimonios polígamos o derecho a que se reconozca como padre/madre a más de 2 personas, cosas que, de entrada, a ojos del gran público pueden resultar aberrantes pero que responden a realidades que existen en nuestras calles y en las casas de nuestros vecinos. Realidades libres, sanas, consentidas y con mucha ética y reflexión detrás. Bienvenido sea el debate.