Hoy es 7 de octubre
Contemplo horrorizada que España será sede del Mundial masculino de fútbol de 2030. Un escalofrío me recorre la espalda. El horror se arremolina en mi estómago. Otro gran evento. Un evento enorme, de hecho. No, por favor. Otra vez no. ¿Es que no hemos sufrido ya bastante? ¿No nos ha vareado la vida lo suficiente el lomo con más acontecimientos desmesurados de los que un simple humano puede soportar? ¿Es que no podemos estar tranquilitos un rato ocupándonos de nuestras movidas, que no son pocas?
Porque a estas alturas de la existencia ya todos sabemos lo que supone alojar cualquiera de estos descomunales saraos. No, no me refiero a los mil billones de trillones de euros de los que, según los sospechosos habituales, se beneficiará la economía anfitriona. Unas cifras que, por lo que sea, luego nunca repercuten en el bienestar de la ciudadanía. Hablo de esas otras consecuencias con las que estamos más familiarizados. Por ejemplo, infraestructuras pagadas con sus buenos palazos de dinero público que quedan abandonadas a los 20 minutos y convertidas en fantasmagóricos esqueletos urbanos. O más especulación con la vivienda (sí, todavía más. Cuando se trata de jugar con nuestros posibles hogares, el único límite es el cielo). Una temporada de aglomeraciones en las calles que dificultan la supervivencia de los vecinos. Mucho cartón piedra, mucho rótulo de neón, mucho cocktail para VIP y, tras el telón, las habituales toneladas de trabajo precario y subcontratas explotando a los empleados más débiles de la cadena. Meses y meses de turra propagandística XXL, de discursos grandilocuentes sobre lo afortunadísimos que somos de acoger el encuentro que sea y de cómo va a suponer un punto de inflexión en la imagen que el resto del universo tiene sobre nuestro rincón del universo.
¿Quién no querría que su entorno fuera de nuevo escenario de todas estas maravillas? ¿Qué clase de aguafiestas podría oponerse a una ocasión histórica tan trascendental para nuestra imagen en el exterior? ¿Que cómo de sostenible va a ser montar un guateque así? ¿Y eso a quién le importa? En el caso del Mundial, se le suma el bochornoso espectáculo que han dado las instituciones futbolísticas patrias en los últimos meses. No tengo palabras para expresar la ilusión que me hace saber que ciertos personales van a tener todavía más protagonismo (y poder). Llevo días tirándome por encima bolsas de confeti. Perrosanxe ha destacado que esta celebración supondrá “un plus de reconocimiento europeo e internacional” a España. Ahora sí, organizar este encuentro interplanetario era justo lo que nos faltaba para poder brillar con todo nuestro esplendor, para demostrar lo muchísimo que valemos. Para dar una lección a nuestros enemigos. Menudo orgullo. Pues mira, yo casi prefiero que nos dejen en paz.
Claro, también tenemos la otra vertiente de cualquier fantasía faraónica: todo el tiempo y recursos que dediquemos al enésimo gran evento que nos toque transitar (ya sea a alabándolo o sobreponiéndonos a sus efectos secundarios) será tiempo y recursos no destinados a solucionar los problemas que nos carcomen en el día a día. A esos asuntos que realmente apuntalan nuestra trayectoria, los que sí que nos cambian, nos condicionan, nos hunden o nos impulsan, aunque abordarlos suponga mucha menos fanfarria y mucha más rutina.
Pero nunca será el momento de atajar brechas estructurales que nos desangran si cada veinte minutos encontramos una coyuntura megalómana en el horizonte, una nueva fecha trascendental que marcar en el calendario y a la que prestar toda nuestra atención. Un acontecimiento que se vuelve prioritario y deja en un cuarto plano eso de echar un ojo lo que nos está pasando en el aquí y en el ahora. Una cita ineludible con la historia frente a la que parece absurdo intentar construir futuros no regidos por el cortoplacismo salvaje.
Sé que la mía es una plegaria imposible, condenada a no ser atendida. Porque no se trata de este Mundial en concreto (la gente que mira por encima del hombro a los aficionados al fútbol es pesadísima, no seáis esa gente), sino de una corriente mucho más amplia e instalada en el imaginario colectivo: la histeria por las grandes citas. Hace mucho que nos convertimos en una sociedad ‘eventizada’, saltando de colosal acontecimiento vacío a colosal acontecimiento vacío como un cervatillo hasta arriba de anfetaminas. De feria de la tapa a feria de la tapa hasta alcanzar la feria de la tapa definitiva.
La narrativa del gran evento es infinita y no tiene vuelta atrás: uno de los rasgos fundamentales de su ADN es el deseo constante de seguir creciendo. Siempre se puede planear un sarao más potente, más fastuoso, más apabullante. Siempre se puede aspirar a una masificación más masiva. Más metros cuadrados, más días, más presupuesto, edificios más altos, infraestructuras más tremebundas. Más, siempre más. Más siempre es mejor. Y de fondo, la ciudadanía anónima convertida en comparsa, en figurantes sin frase pero con mucha vida pendiente.