Desde la irrupción de la era punto.com, como muy bien definió recientemente el expresidente de Uruguay, José Mujica, en su memorable intervención de despedida de la política, ni mejor ni peor: distinta, que ha transformado las vidas de todos, hasta la de los mayores, al tuneado mes de noviembre lo hemos disfrazado y calzado de modas absurdas. El fenómeno de Halloween es una de ellas. En una época en la que no damos para más sustos, ni en un tiempo en el que tampoco estamos para celebraciones, en el casillero abundan más de las que hablo, perpetuando a noviembre en un insistente carnaval de ofertas, azotado por un aburrido black friday. Esta se suma a mi personal y nada ocurrente black list. Espero y deseo, por el bien de la sociedad española, que la visibilidad de la fiesta del terror, por llamarle así, se quede en un simple resfriado con remedio de los de antes, un lingotazo de coñac empapado sobre el algodón para anestesiar el dolor de muelas. Cada año que se acerca esta fecha en el almanaque me vacuno con buenas dosis de soledad y aislamiento ante tanta estupidez humana.
Noviembre es un espacio en el tiempo previo al calendario de Adviento, salpicado por una lluvia de insufribles corrientes que nada tienen que ver con las naturales costumbres que hemos mamado de pares a fills. Este año, dicha party, se festejará perimetralmente de puertas hacia adentro en menor intensidad, con la batería baja y la pólvora mojada. Vigilada por los de arriba, asediada, confinada, esta suspendida jornada de jolgorio nocturno debe servir a modo de reflexión para dilucidar el conjunto de la ciudadanía, endulzada por españoles de bien, patriotas y periféricos, si debemos regresar al pasado para hacer frente a un ejercicio de autocrítica, y revisar, con la responsabilidad individual que nos corresponde, el contenido y no el continente de nuestra historia. En nada de esto de lo que les suscribo interfirieron los músicos de Los Ángeles, los Gun's and Roses. Ellos pusieron la nota musical, ambientaron el mes y dieron con sus letras contenido al November rain.
Tampoco hizo falta descubrir del bendito pulgar de Roberto Saivano, valiente escritor, la máxima de Lavoisier: nada se crea y nada se destruye, todo se transforma, célebre frase citada en uno de los primeros capítulos de las páginas escritas de su brillante novela Gomorra. Dicha la dicha que le viene como anillo al dedo a esta intransferible opinión, Novembre es un mes salpicado por un sarampión de artificiales necesidades creadas para alentar, adelantar y agasajar a un consumo innecesario. Desviados de nuestro papel en el mundo, nos toca vivir nuestra vida y no la de los otros, no estando ausentes de responsabilidades y obligaciones con la memoria en una fecha tan señalada, que por encima de creencias o no, en la nit previa a la víspera de Todos los Santos, debe y es exigible primar el sentido común.
Este día D, el matutino, la mañana del después a la resaca, es de las pocas festividades que secundo. Lo comparto recluido en la más estricta intimidad con los inmortales recuerdos que sembraron mis familiares más cercanos, abuelos, padres, tíos, primos y amigos, recordándolos, ya que por desgracia no se encuentran presencialmente entre nosotros. Se marcharon con la música a otra parte. El alma de un país son sus ritos, aleluyas y tradiciones forjadas por el taconeo del tiempo, fabricando una identidad propia. Soy más de flores, de huesitos de santo o de recurrir a las lecturas de novelas del certamen de la València Negra, celebrada durante este mes, que de farándulas, ofertas y disfraces. Si fuimos capaces de madrugar a golpe de corneta para falcar en la tierra de los jardines o en la arena de las playas de nuestro país, desplegando miles de banderas españolas con el fin de honrar a los nuestros fallecidos por la Covid-19, no nos durmamos en los laureles sin dejar de engalanar nuestros escaparates con la enseña del respeto y demostrando la personalidad de nuestro pueblo. Va por ellos, los nuestros, los vuestros.