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No puedo creer que no vaya a verlo en el próximo concierto

2/06/2018 - 

VALÈNCIA. Todavía no puedo creerme que en el próximo concierto no vaya a encontrarme con él. Me niego a soportar que no estará allí, con su vaso de cerveza en la mano, sonriendo (siempre sonriendo) y mirando al escenario a través de sus gafas de pasta negras mientras contonea la cabeza. El otro día, en una actuación de la Sala Wah Wah, me sorprendí rastreando la suya entre las caras del público; sin duda, era una puesta en escena rock de las que le gustaban: trufada de guitarras vibrantes y generosa en volumen.  Nada, me sumí en una angustiosa ansiedad, no lo hallé.

Pasa en cualquier ciudad, los asiduos habituales a conciertos nos conocemos; todos, en mayor o menor medida, conformamos una extraña, pero bien avenida, familia. A veces basta con saludar con la mirada, aunque en la mayoría de los casos nos estrechamos en un abrazo y hablamos de cualquier cosa. Y en Valencia él era un miembro importante de los nuestros; no era cualquiera, era el hermano al que todos amábamos. Basta con ver la cantidad de gente que congregó el día de su despedida. Dejó rota de pena a la València musical.

Si fuera una canción sería “Buddy Holly” de Weezer.  Divertido, nervioso, adictivo, fibroso, feliz y mítico; pues eso: como ese maravilloso tema del grupo de Los Ángeles. Es injusto, queremos más; se ha hecho cortísima su compañía; nos quedaban muchísimas horas de conversación en el tintero. Tal que un buen corte de powerpop, su presencia se nos ha pasado volando, nos ha sabido a 3 minutos de magia, como el título del último libro de su amigo periodista al que tanto quería y admiraba.

La última vez que lo vi fue, no hace mucho, en 16 Toneladas. Presentaba disco La Muñeca de Sal, más que un grupo para él. Era casi un miembro más de la formación, se colaba en ensayos y, por supuesto, nunca faltó a ninguno de sus conciertos. Íntimo, sí, pero también fan y, en cierto modo, parte de los farragosos y emocionantes paisajes sonoros que la banda propone. Composiciones que a veces arrojan luz y otras sombras. A nuestros ojos él siempre fue luz, pero algo no debía ir bien cuando se quedaba solo, algo dolía por dentro.

Hace unos días València amaneció con un nuevo muro grafiteado. No era cualquier pared, no era cualquier dibujo. Tenía que ser frente a Gestalguinos, la taberna en la que tantos buenos ratos pasó. Músicos, ilustradores, fotógrafos, literatos y demás gentes de la cultura desfilan cada semana por las mesas de madera del acogedor local del centro. Y allí estaba casi siempre él, charlando de música, echando un trago. Y ahora, al salir de allí, nos toparemos de nuevo con esa contagiosa sonrisa parapetada tras unas elegantes gafas.

Me gustaría que supiera que escribo esto desde el Primavera Sound, un festival que le encantaba. Y que sí, que anoche viendo a Belle and Sebastian levanté mi vaso hacia el cielo estrellado y le vi. Que se haya ido no quiere decir que no vaya a estar siempre.


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