Artistas como Ignacio Pinazo, de origen humilde, y burgueses con un barniz ilustrado hicieron posible, hace un siglo, que Valencia viviera un renacer artístico. Esa ambición se echa en falta hoy en nuestras élites, más preocupadas en salvarse a sí mismas que en el progreso de su ciudad
Un artículo es un estado de ánimo. Una mañana te levantas, miras el sol a través de la ventana y te dices: “Este es mi día”. Por el contrario, hay otras mañanas en que no estás para nadie, ni siquiera para ti mismo. Son días en los que si te dieran a elegir, te quedarías quieto como un muerto escribiendo tu esquela debajo de una manta, en el último rincón del mundo. Hoy es uno de esos días, un día triste, lluvioso, cabizbajo, como el mes de noviembre que nos espera.
"Si el mundo existe dentro de cien años, ¿qué obras artísticas de hoy admirarán los valencianos del siglo XXII? No veo ni una sola con visos de perdurar"
Me gustaría que este ánimo espeso no contaminase el artículo pendiente por escribir. Mi propósito es diferente, en especial por el tema del que voy a hablar, pero a menudo mi voluntad desfallece, es frágil, cómo frágil es la carne, y me sucede como al personaje de John Malkovich en Las amistades peligrosas, cuando repite ante una mujer hermosa: ”No puedo evitarlo”.
Yo tampoco puedo evitar comparar esta Valencia de vuelo gallináceo con la de hace cien años. Se preguntarán a que viene tal comparación. Hace unas semanas, con motivo del día gratuito de los museos, fui al MuVIM un sábado por la mañana. Confieso que era la primera vez que entraba en el edificio, que tiene una terraza muy coqueta y recomendable. Elegí este museo al azar aprovechando que no me costaría nada la entrada. Por supuesto ignoraba que el MuVIM, al igual que el IVAM y el Museo de Bellas Artes, se había sumado al Año Pinazo con una exposición dedicada a los últimos años del pintor valenciano (1912-1915).
La pintura es una de mis asignaturas pendientes. Apenas me manejo con un catálogo de lugares comunes adquiridos en el COU. Imagínense mi nivel. De cuando en cuando visito algunas muestras pero me pongo como condición que los artistas sean de antes de la II Guerra Mundial. Después la pintura se entregó, en gran parte, a mercachifles dotados de una gran labia y descaro para vender las excelencias de su presunto arte conceptual.
La exposición sobre Ignacio Pinazo Camarlench despertó mi interés desde el primer momento. Sabía muy poco del artista que, junto a su hijo, da nombre a una de las plazas más concurridas de la capital. Me gustaron sus cuadros y dibujos, como también las obras de artistas jóvenes que pretendieron renovar el arte de principios del siglo XX. En la muestra, creo recordar, hay lienzos de Antonio Vercher, José Capuz, Enrique Cuñat y Arturo Ballester, entre otros.
Aunque lo desconozcas casi todo de la vida artística de aquella época, no tardas en concluir que aquellos jóvenes compartían una ambición por ensanchar los límites de la pintura. Esa voluntad halló un terreno fértil en una ciudad que se gustaba a sí misma. Aquel 1916 fue el año en que se acabó el Mercado de Colón, el Central se estaba construyendo y no tardaría de inaugurarse la Estación del Norte bajo la dirección de de Demetrio Ribes.
Hoy nos sentimos orgullosos de esos edificios. Detrás de ellos hubo un decidido empeño de las clases dirigentes —la necesaria burguesía— por modernizar Valencia. Artistas como Ignacio Pinazo, de origen humilde, y burgueses con un barniz ilustrado hicieron posible, hace un siglo, que Valencia viviera un resurgir artístico. Esa ambición se echa en falta hoy en nuestras élites, más preocupadas en salvarse a sí mismas que en el progreso de la ciudad. Hoy sería impensable un Banco de Valencia, por ejemplo. Esto abona mi pesimismo, por otra parte, innato.
Aquellos jóvenes artistas que tenían a Sorolla como maestro; aquellos capitalistas que hacían dinero sin olvidarse de su tierra, nos dejaron un legado del que nos orgullecemos. En cambio, ¿qué les dejaremos nosotros a los que nos sucedan, además de mierda, resentimiento y frustración? Si el mundo existe dentro de cien años, ¿qué obras de hoy admirarán los valencianos del siglo XXII?
Uno mira a su alrededor, lee los periódicos, ve la televisión, bebe en los bares, escucha las conversaciones de la gente y no da con la más mínima pista que apunte a una obra de un artista vivo con visos de perdurar, un cuadro, una novela, una sinfonía que sea el orgullo de los hijos del porvenir. Achaquen esta visión sombría a que noviembre, con su olor a muerte y a crisantemo ciego, no va conmigo, y a que la lluvia, tan necesaria para los llauradors, me pone de una melancolía indescriptible.
Concedo que pueda existir un pintor abnegado y brillante como aquel Pinazo que hacía dibujos hasta en el reverso de un tique de la compra. Ojalá sea así y yo, agorero en todas las fiestas, portavoz de tantas calamidades, esté equivocado. Ojalá alguien con suficiente talento y medios tenga la osadía, la voluntad y la inteligencia de abrir nuevos caminos en el arte como aquellos valencianos de principios del siglo XX que ignoraban, al igual que nosotros ahora, la tragedia que partiría sus vidas algunos años después.
Frente a una obra de arte casi todo quedará por descubrir por mucho que la observemos como aficionados. Frente a centenares todo es un misterio. Llega el “Año Pinazo”, un buen momento para reencontrarse con un artista más que notable que debería servir para valorar su obra pero también para resituar a una brillante generación que pintó nuestro segundo Siglo de Oro
El artista solo dejó de pintar un año antes de su muerte y sus últimas obras se presentan cojuntamente con los pintores que le sucedieron.