La Diputación de Valencia ha decidido reinventar la relación que mantiene con su patrimonio y con los ciudadanos. ‘Memoria de la modernidad’ sacará a la calle algunas de sus piezas más singulares y marcará su estrategia futura de difusión de sus fondos. La muestra podrá visitarse hasta el próximo 11 de agosto en Casa de Cultura Marqués González de Quirós de Gandía
VALÈNCIA.- "Estamos hablando de un patrimonio perfectamente almacenado y bien custodiado, pero no estaba puesto en valor. Y un patrimonio que no se difunde es un patrimonio que no es apreciado y que corre el riesgo de desaparecer», explica Aarón Cano, responsable de Difusió i Investigació del Patrimoni de la Diputación de Valencia. Lo hace mientras recorre las salas que el Museo Florencio de la Fuente de Requena ha consagrado a la exposición Memoria de la modernidad. No es una exageración decir que las 80 obras que acoge desde mayo y hasta el próximo 3 de septiembre constituyen la muestra más importante en la historia de la localidad: desde Pinazo al Equipo Crónica, pasando por Joan Reixach, Carmen Grau, Joaquín Sorolla, Mariano Benlliure o Carmen Calvo. La Diputación se había puesto como baremo para considerar el objetivo cumplido las 2.000 visitas (aproximadamente el 5% de los habitantes de la comarca): la cifra se superó a los 15 días de abrir sus puertas.
Pero Memoria de la modernidad no es solo una exposición, es el primer ejemplo de una pequeña revolución que lleva fraguándose en la Diputación de Valencia desde diciembre de 2015 y cuyo objetivo es devolver a los valencianos más de 4.000 obras que son suyas y que, por diversos motivos, apenas han visto la luz. El origen de la muestra, en realidad, es mucho más antiguo: de la segunda mitad del siglo XIX. «En los años 20, muchas diputaciones optaron por crear un museo de Bellas Artes. La de Valencia, en cambio, abrió uno de Prehistoria y eso explica que nunca haya tenido un lugar para exhibir su impresionante colección artística y que gran parte esté en almacenes o colgadas en las paredes de alguna institución. Algunas son muy conocidas, como El crit del Palleter, pero no solo de Sorollas, Pinazos o Benlliures vive el arte valenciano», bromea Cano.
El ejemplo de esa obra de Sorolla sobre el primer valenciano que osó levantarse contra los franceses no es gratuito. Con ella, el pintor logró que la Diputación le concediera en 18848 una pensión (así se llamaban a las becas que concedía la institución a los artistas y que se anticiparon dos siglos al programa Erasmus) para poder formarse en Roma. Pero además, refleja cómo el costumbrismo y la pintura de historia casi se convirtieron en sinónimo de arte valenciano, lo que se ha traducido en cierta minusvaloración de otros estilos.
Los fondos artísticos de la Diputación, de los que se nutre la exposición, tienen varias procedencias. «Por un lado, están las donaciones —como las que hizo Alfons Roig en los 80 o de las distintas instituciones que históricamente formaban parte del organismo, como la Beneficencia o el Hospital General—; por otro, las adquisiciones, de las que la época de Antoni Asunción (1983-1987) es un buen ejemplo», apunta la comisaria y profesora de Historia del Arte de la Universitat de València Mireia Ferrer. «Pero lo más interesante son las pensiones que empezaron a ofrecerse en 1863 y que servían para que un alumno pudiera realizar una estancia de hasta cuatro años de formación en el extranjero. A cambio, la institución obtenía una serie de obras que hoy constituyen un tesoro artístico de un valor incalculable», añade.
Lo de incalculable está bastante cerca de ser literal. Por supuesto, todas las obras que conforman esta colección están tasadas y se podría llegar a una cifra total si alguien se molestara en hacer una suma. Pero en muchos casos son piezas que se han revalorizado (hay un caso concreto de una obra cuyo valor se ha multiplicado varias veces desde la última tasación) y en otros casos el precio (que no el valor) está para cubrir los daños de cara al seguro; el precio de venta sería muy superior.
además, la exposición ha permitido recuperar cuatro dibujos realizados por ignacio pinazo de cuya existencia no se tenía la menor noticia
Los tesoros de la Diputación siempre han estado a buen recaudo, pero faltaba ponerlos en valor. Es lo que ha hecho Mireia Ferrer, junto a otros cuatro profesores de su misma facultad, que también han actuado como comisarios —Esther Alba, Felipe Jerez, María José López Terrada y Rafael Gil Salinas— de la exposición. Se han dedicado trabajos a la colección artística de la Diputación pero no han transcendido del mundo académico y se han ceñido fundamentalmente a la documentación de las pensiones. «Lo que hemos hecho ha sido intentar dar un discurso diferente y completo a la colección, no sólo a las obras provenientes de las pensiones, un recorrido que aúne todas estas obras de origen y naturaleza tan dispar que incluye hasta piezas de Joan Reixach (1431-1482)», explica Ferrer.
Así, Memoria de la modernidad se divide en seis ejes: el sistema de pensiones, retratos, paisajes, mujeres artistas, identidad valenciana, tradición y modernidad (la sala que, probablemente, más llame la atención). Esta estructura tiene otra ventaja, apunta Cano. «Las 125 obras seleccionadas que conforman la exposición completa no podrán exhibirse en todos los lugares a los que irá —Alzira, Gandia, Ontinyent, Sagunto y Torrent— ya que los espacios son distintos, pero con esta agrupación temática sí se puede variar el contenido sin que el conjunto pierda lógica», añade el técnico de la Diputación.
Este dato es importante porque el objetivo de la Diputación no es solo exponer las obras ‘a peso’—como cuando la muestra Patrimoni de la Diputació de València de 2014— sino acercarlas al público. «Hasta ahora, las exposiciones fuera de València son una suma de paneles y reproducciones, y si alguien quiere más tiene que venir a la capital. Pero si para ver una muestra son 70 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta —caso de Requena— solo los más concienciados acudirán. Nosotros queremos llevar el arte a la gente», apunta Cano.
Y la cosa va en serio. El destino de muchos de los tesoros de la Diputación ha sido el de colgar en las paredes de las instituciones. En Memoria de la modernidad hay obras que hasta hace bien poco decoraban el Palau de la Generalitat (propiedad de la Diputación, curiosamente), como Fray Juan Gilabert Jofré amparando a un loco perseguido por los muchachos (Sorolla, 1987). «La idea es que todos estos cuadros acaben al alcance del público y su lugar actual lo ocupen reproducciones de calidad», señala Cano.
La historia de las pensiones comienza en 1863. Se trata de un concurso al que solo pueden optar los alumnos más brillantes de Bellas Artes, y el premio es una bolsa para poder irse cuatro años (en principio) a estudiar al extranjero a cambio de realizar una serie de trabajos que pasarán a formar parte del patrimonio de la institución. El primer beneficiario fue Bernardo Ferrándiz, quien optó por París, y allí pintó El Tribunal de las Aguas en Valencia, considerada una de las obras fundacionales del costumbrismo valenciano.
El sistema, con alguna modificación, siguió vigente hasta 1981. Luego fueron sustituidos por la becas Alfons Roig (con lo que se abrieron las puertas a otras disciplinas como la instalación, la fotografía...) y las Becas de Estudios Universitarios de Bellas Artes.
«Es más de siglo y medio de historia del arte valenciano y al existir un eje permite estudiar cómo se introducen las vanguardias en València o el papel de la mujer», asegura Mireia Ferrer. Ese sistema de premios estaba dividido en cuatro pruebas, dos de las cuales eran secretas, y las obras se firmaban con seudónimo. «Eso permitió a muchas mujeres esquivar la creencia tan extendida en otras épocas de que estábamos menos dotadas para las disciplinas artísticas», explica.
La pintora Aurora Valero, la primera en ganar la pensión en 1961, concursó como ‘Titón’, el mismo año que aspiraban al premio José Vento o Ramón Pólit. Luego se la llevaron Josefina Inglés (1966), Carmen Mateu (1968) y más tarde Carmen Lloret (1975). Se acaba la pensión y luego llegan las becas Alfons Roig y las universitarias, y una de las primeras en conseguirla es Carmen Calvo. A partir de ahí, Victoria Civera, Ángeles Marco, Natividad Navalón, Carmen Grau, Francisla Francés, Teresa Cebrián, las escultoras del Laboratorio de Luz (Maribel Domench, Trinidad Gracia...), hasta Tania Blanco, que la gana en 2005.
«También cabe citar a Carmen Navarrete, Ana Navarrete o Victoria Contreras, que introducen una perspectiva de género en su trabajo. Es importante porque el nuevo sistema no impone el tema al artista, sino que es este el que hace la propuesta. Además, luego tiene la oportunidad de exponer en la sala Parpalló, con lo que su obra llega a más gente y, a la vez, se convierte en influencia para otros artistas», explica Ferrer.
juan genovés, ganador de la pensión en 1952, ofreció como trabajo final ‘apóstoles y cirialots’ y la reacción del jurado fue de estupor
La primera mujer en aspirar a la pensión aparece en 1934 pero no pasó el primer corte. A ella seguirían otras como Jacinta y Enriquet Gil Ronclaes. «Un dato curioso», añade la comisaria, «es que en 1959 el número de mujeres que aspira al premio es el mismo que el de hombres, lo que demuestra que ellas ven en estas ayudas una oportunidad de ser reconocidas. Hay que tener en cuenta que se les exigía estar en cuarto curso y con un excelente expediente, lo que permite que nos hagamos una idea del talento que había». Un dato lo confirma: cuando Aurora Valero se presentó por primera vez, compitió nada menos que con Rafael Solbes y José Vento.
La aportación de las pensiones a la evolución de los artistas valencianos es difícil de valorar, pero fácil de entender. Basta imaginarse (o recordar) cómo era aquel páramo cultural llamado València, una de esas grises capitales de provincias que el cine de la época reflejó en obras como Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956). De esa época datan obras tan luminosas como Panorama de la ciudad vista desde las Torres de Serranos, de Enric Planells (1965), o tan rompedora como la Vista de Valencia, de Joan de Ribera Berenguer (1957); dos piezas en las que hasta el más profano puede ver la bocanada de aire fresco que era, para los pensionados, poder salir al extranjero.
Por supuesto, mientras los jóvenes pintores abrían las ventanas a otras influencias, sus profesores en València se encargaban de recibirlas, aunque, a veces, la relación no era tan fluida. Juan Genovés, ganador de la pensión de 1952, ofrece como trabajo final Apóstoles y cirialots. La reacción del jurado fue de estupor, no se sabe si por su estilo vanguardista o por tocar un tema tan serio en la España de la época como era el Corpus Christi con una visión tan alejada de lo que se espera del arte sacro. Poco faltó para que el futuro Premio Nacional de Artes Plásticas de España pasara a la historia por ser el primero al que se le obligaba a devolver el dinero del galardón, cantidad que —por cierto— no tenía. Por suerte, los buenos oficios de Genaro Lahuerta, miembro del tribunal, consiguieron que la sangre no llegara al río.
Las pensiones no garantizaban una carrera profesional pero sí eran un importante trampolín. «Ha habido artistas que han llegado más lejos que otros, que son más recordados, pero no hay casos de alguien que la ganara y luego desapareciera», explica Mireia. Eso es algo que todos los aspirantes sabían, por lo que existía mucha rivalidad. La anécdota más recordada es que cuando José Pinazo, uno de los hijos de Ignacio, quedó finalista con Lázaro y el rico Epulón (1903), otros aspirantes intentaron impugnar el resultado alegando que era extranjero, pues había nacido en Roma mientras su padre estaba pensionado. Finalmente, la queja no prosperó.
Pero Memoria de la modernidad no solo mejorará el conocimiento sobre el patrimonio y el arte valenciano, sino para enriquecerlo, ya que ha deparado alguna sorpresa como es la aparición de varias obras desconocidas de Pinazo. «Durante su estancia en Roma envió cuatro dibujos y ahora, al proceder a su restauración, hemos descubierto que detrás había otros trabajos ocultos», comenta Aida Roda, jefa de restauración de la Diputación. Se trata de dos dibujos completos y dos apuntes cuya existencia era absolutamente desconocida.
«Los anversos sí estaban catalogados y están firmados, pero los reversos no. Estamos a la espera de una confirmación oficial, pero todo apunta a que su autor es el valenciano», añade. Según Roda, la aparición de este tipo de ‘tesoros’ no es habitual, aunque tampoco es el primer caso. «Lo que no suele ocurrir es que sean obras de tanta importancia», aclara. Según dice, para ella y su equipo este hallazgo supuso «una alegría tremenda» y lo mejor es que estos dibujos se podrán ver, ya que el montaje actual deja visibles ambas caras.
«Hay un caso muy conocido de Pinazo siendo pensionado, el de El guardavías, que en su reverso está el boceto de Juegos icarios. Por eso siempre se suelen exponer juntos», concluye Roda.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 36 (julio/17)de julio de la revista Plaza