Y de pronto el Coronavirus. Lo inaudito. Lo que nadie hubiese creído un mes atrás. Habituados a las rutinas, las inercias y la repetición, el Coronavirus es un guantazo a nuestra percepción de la Realidad. Y una oportunidad para darnos cuenta del mundo pequeñito en el que vivíamos. Una rueda de hámster en la que había quedado presa hasta nuestra imaginación. Porque ya no éramos capaces de imaginar otros escenarios más allá de la hora de fichar y el bocata del almuerzo, el día de pago de la hipoteca, el polvo de los sábados y la comida para cumplir con la familia el domingo.
El capitalismo nos ha hecho creer que un asesor o un publicista valen más (pues su valor en nómina es mayor) que un barrendero, un cajero de supermercado o un enfermero. Tal vez sea momento de considerar los trabajos por la importancia que tienen en nuestras vidas cotidianas y no solo en la que tienen para que las grandes empresas ganen más dinero.
Nos ha hecho creer que lo que cuenta es la rentabilidad económica y por lo tanto lo público es menos rentable que lo privado. Tal vez sea momento de pensar la rentabilidad en cuidados y vidas en lugar de en euros.
Nos ha hecho creer que el estrés, la ansiedad y la depresión son inevitables y se combaten con medicina y terapia. Tal vez sea el momento de descubrir que con un estilo de vida más pausado y saludable nada de eso tiene por qué existir.
Nos ha hecho creer que debemos trabajar horas extras para comprarnos cosas caras y ya tendremos tiempo de ver a la familia más adelante, total siempre estarán ahí. Tal vez sea el momento de descubrir que los abrazos son más importantes que el traje y el reloj con el que los damos.
Que nuestras prioridades no eran nuestras. Que nos las habíamos creído pero eran mentira. Eran solo la forma que tienen las multinacionales de ganar más dinero: haciéndonos creer que las cosas valen tanto como su precio en el mercado y que nosotros somos esclavos al servicio del sistema: ni siquiera nuestra salud importa, si no eres productivo dópate para producir más...
Ni siquiera sabemos ya soñar. Desear. Porque los deseos de una sociedad, nos guste o no, se materializan. Ten cuidado con lo que deseas… Belén Esteban fue la heroína de la España del pelotazo: la analfabeta que triunfa sin esfuerzo. La estampita que Tele5 nos mostraba para que viésemos nuestro verdadero rostro como sociedad. Solo tenemos que fijarnos: Trump es la encarnación del neoliberalismo enfermo. Sus rostro anaranjado con peluquín y sus estupideces machistas y racistas son el espejo en el que se refleja el primer mundo. La sociedad americana materialista hecha carne. Greta Thunberg es la transubstanciación de la izquierda: adolescente y asperger. Con más ganas que estrategia. Con muchas ideas racionales pero incapaz de empatizar con nadie. He aquí los monstruos que nuestra sociedad ha creado. Los deseos tristes y deformados de nuestras sociedades engreídas y materialistas convertidas en iconos de carne. Putin es Rusia. Berlusconi es Italia. Sarkozy es Francia. El salvador de la patria con sus abdominales y su caballo a galope viene directo desde el pasado más casposo a salvar España de no sé qué enemigos generados por el miedo. Y la gente vota a Abascal como si fuese normal esa estampa ecuestre de otra época: una época antigua, preglobalización, donde todos estábamos cortados por el mismo patrón: un color, una religión, una bandera y un rey paternalista que cuida de que nadie piense por sí mismo…
Porque a lo mejor la culpa es nuestra por no pararnos a pensar. Por delegar en banderas y eslogans sencillos nuestra opinión. Tengo cosas tan urgentes que hacer que ya me ocuparé de pensar luego, mientras tanto que piensen por mí… Culpa nuestra, por no detenernos unos segundos a analizar si lo importante es un coche más grande o pasear una tarde con la familia por el parque. Si merecen la pena las horas que trabajamos con los salarios cada vez más bajos que nos pagan. La ansiedad y el insomnio. Si debemos rescatar al personal sanitario o a los bancos. Ahora tenemos tiempo de pensar, reconectar y valorar las cosas. Darnos cuenta de que ir a comprar y hablar con los vecinos es importante pues nos conecta al mundo. Y mandar de una vez a la mierda a Amazon. Que cocinar en familia puede ser más agradable que pedir comida a un pobre explotado de Glovo. Que un día de sol bien merece un paseo. Que abrazar a tu madre es más intenso que el sabor de un gran reserva. Que un móvil caro importa mucho menos que los amigos que estos días, sobre su pantalla, te hacen reír en un chat a cuatro.
El Coronavirus ha sido una bofetada. Y espero que nos haga despertar del sueño enfermo del capitalismo y su urgencia y su ansiedad. O sus monstruos se encarnarán y vendrán a devorarnos.