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CUADERNOS DE CAMPAÑA

Nos hemos hecho (políticamente) mayores de edad

Foto: MARGA FERRER
12/04/2019 - 

La evolución política de la legislatura comenzada en 2015 a nivel autonómico, que más o menos ha coincidido con las legislaturas estatales 2015-2016 y 2016-2019, permite establecer la llegada a una cierta mayoría de edad política del (limitado) ámbito propio de decisión que tenemos reconocido los valencianos desde la aprobación de nuestro primer Estatuto de Autonomía en 1982. Si en 2015, por primera vez, la política valenciana pareció separarse, aunque fuera sólo en parte, de algunas dinámicas estructurales que han sido rasgos definitorios de la política española, con la cristalización como fuerza de gran importancia electoral de un partido valenciano clave para decantar mayorías y la conformación de un gobierno de coalición, ambas situaciones relativamente poco frecuentes en España incluso a nivel autonómico, las elecciones de 2019 ofrecen la oportunidad de comprobar si efectivamente se han consolidado dinámicas políticas valencianas propias o, por el contrario, éstas no han sido más que un espejismo temporal.

Además, y en cada caso por razones diferente, podríamos decir que tanto la izquierda como la derecha valenciana afrontan la cita electoral de 2019 con plena mayoría de edad política… y debiendo hacer frente a todas las dificultades y complejidades que conlleva la gestión de la madurez y la asunción de que la realidad a veces no es tan fácil de interpretar o afrontar como uno pensaba cuando era un niño y todo parecía sencillo o cuando, siendo joven, las fuerzas y las ganas hacían que las recetas unidireccionales parezcan atractivas y solventes. En 2019, y en la Comunitat Valenciana, nada es ya sencillo ni se puede resolver a partir sólo de lo que piensa un solo grupo político, porque en cada espacio tenemos varios que se repartirán la representación.

La derecha valenciana se presenta a las elecciones, en este sentido, más dividida que nunca, con hasta tres partidos en liza, tras la aparición de Vox, que se suma a la ya producida de Ciudadanos. Si bien este partido ya hizo su entrada en la vida política valenciana en 2015, en ese momento había quien dudaba en encuadrarlo en el bloque conservador. En la actualidad, pocas dudas caben al respecto a partir del explícito alineamiento anunciado por sus dirigentes. Así, podemos considerar que el desgaste del PP, tanto a nivel nacional como autonómico, ha dado lugar a la aparición de dos espacios herederos de partes de los votantes de ese partido: el que surge en un primer momento en torno a Ciudadanos y el que más recientemente ha logrado aglutinar Vox, que previsiblemente tendrá un generoso reflejo en escaños en unas semanas.

Es interesante comprobar cómo el PP ha asumido, en ese tránsito a la madurez tras los años gloriosos de mayorías absolutas, que la erosión de su base electoral, más acusada además en la Comunitat Valenciana por las consecuencias (y escándalos) derivados de sus años de gobierno, es algo que de momento parece haber llegado para quedarse. En este sentido, resulta inteligente que hayan optado por orientar su campaña a partir de su legado, con sus luces y sombras, reconociendo errores y, significativamente, buscando un anclaje en clave valenciana vinculado a su paso por el gobierno. Lo cual, a su vez, ha provocado el efecto de que parte de la crítica que recibe este partido por parte de sus rivales dentro de su espacio ideológico se decline justamente a partir de la dialéctica centro-periferia: Ciudadanos ha iniciado su campaña contra el PP valenciano acusando a este partido, directamente, de haber favorecido una política lingüística o escolar “pancatalanista”, mientras Vox es abiertamente hostil a las Comunidades Autónomas y sus instituciones, proponiendo en su programa una significativa recentralización.

El proceso de maduración de las opciones conservadoras en nuestro país nos ha permitido, pues, descubrir a un PP más centrado que Vox en cuanto al debate territorial o más empático con la cultura y lengua propias que Ciudadanos. Los resultados electorales nos van a dar, así, interesantes pistas sobre dónde se sitúan más los votantes conservadores valencianos respecto de esos ejes (reparto territorial del poder, cultura y lengua propias).

Foto: EVA MÁÑEZ

La izquierda valenciana vive también inmersa en sus cuitas y, de nuevo, los resultados electorales nos darán no poca información sobre por dónde van las preocupaciones y prioridades políticas de los ciudadanos valencianos de ese espacio. A mi juicio el elemento más relevante que se dilucidará es hasta qué punto existe o no un espacio independiente de suficiente peso en nuestro país para la consolidación de una fuerza progresista en clave valenciana no dependiente o parte de una organización de ámbito estatal con capacidad para condicionar la política valenciana. Es decir, si Compromís sigue siendo un actor clave de la política valenciana o vuelve a una condición subalterna y minoritaria.

Las circunstancias de partida para la coalición, en principio, no pueden ser peores. Se suman tanto una convocatoria hecha para que coincida con las elecciones generales como el enorme oleaje generado por el debate político estatal y el proceso que detectan las encuestas de concentración del voto en torno al PSOE (por el rédito derivado de estar en la presidencia del gobierno y por el voto útil congregado en torno al partido más potente de cada espacio ideológico ante el riesgo de que el otro bloque, y más si se percibe como muy extremo, pueda ganar las elecciones). Si en un contexto tan complicado Compromís logra conservar niveles de voto en torno a lo logrado en 2015, o incluso menores pero aun así apreciables y claves para la gobernabilidad o para darle protagonismo en la oposición, podremos considerar que la izquierda valenciana ha pasado a ser plural y con cierto equilibrio de fuerzas (más allá de que puntualmente las diferencias a favor de unos partidos u otros puedan ser mayores o menores según los momentos), ya con carácter estructural. La Comunitat Valenciana se uniría así a las Comunidades Autónomas donde esta situación es la norma, que no son tantas, pero que son relevantes, y con efectos en la política estatal: Cataluña y País Vasco, esencialmente; pero también Galicia, Navarra e incluso Canarias y Baleares (aunque esta última comunidad autónoma nunca ha enviado un diputado propio al congreso).

Un elemento adicional a no perder de vista, dentro del bloque de la izquierda, sobre el que obtendremos dentro de nada bastante información, y también relacionado con esa adquisición de cierta madurez, tiene que ver con las relaciones entre los partidos políticos que integran este espacio. Tras lo ocurrido en 2015, donde Compromís y Podemos muy rápidamente aportaron sus escaños para construir un pacto liderado por el PSPV a pesar de que contaban conjuntamente con bastantes más votos y diputados en las Corts Valecianes, así como las dinámicas de esta legislatura, con un comportamiento leal de todos los socios e incluso un apoyo poco menos que a cambio de nada en todas las votaciones en el Congreso de los Diputados al gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) surgido de la moción de censura de junio de 2018, es de prever que cierta madurez se imponga también poco a poco en el futuro en estas relaciones. Por ejemplo, el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, no ha dudado en anticipar los comicios para obtener un resultado lo más favorable posible para su partido a costa, esencialmente, de Compromís. Ha buscado, para lo que tiene toda la legitimidad, el momento más conveniente para su partido, que haga más fácil atraer voto de formaciones próximas. Como es evidente, no se puede reprochar en política una maniobra semejante, absolutamente normal, pero da la sensación de que en el resto de formaciones de izquierdas ha servido de aldabonazo para sacarles de ciertos ensueños de juventud y ponerlas frente a la realidad más fría e ineluctable de lo que es la actividad política. 

Previsiblemente, por esta razón y tras esta experiencia, si hay una posible mayoría de izquierdas en la Comunitat Valenciana tras el 28-A y esa mayoría parece lógico que sea liderada por el PSPV (si no es así, ya veremos qué pasa, dependiendo o no de que haya otras alternativas de pacto posibles o no para este partido), parece claro que no será tan fácil y tan rápido lograr un pacto de gobierno como en 2015. Y, adicionalmente, también da la sensación de que los votos de Compromís en el Congreso de los Diputados, acaben siendo éstos muchos o pocos y caso de ser mínimamente necesarios o decisivos, van a salir mucho más “caros” de lo acostumbrado. Es muy significativo, así, que en la formación valencianista ya no se diga que hay que “montar un pollo” para lograr una mejor financiación, sino que, directamente, Mónica Oltra haya ya advertido de que nadie será investido presidente del gobierno con los votos de Compromís sin un compromiso firmado, con números y calendario claros y puestos negro sobre blanco, en materia de mejora de la financiación autonómica. Y es que, en definitiva, parece que sí, que nos hemos hecho todos ya definitivamente mayores… Lo que quizás da un poco de pena y nos haga añorar viejos tiempos, pero también tiene la ventaja de que, a lo mejor, podemos empezar a arreglar viejos problemas de una vez.

Andrés Boix Palop es profesor de Derecho Administrativo en la Universitat de València

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