CASTELLÓ. "Dibujar, dibujar y echar portfolios a estudios que te digan que no. Volver a dibujar y volver a echarlos. El plazo es conseguirlo. No tener 'plan b', porque si lo tengo, lo miro. Y trabajando en otras cosas te olvidas de lo que te gusta. No me gustaría nada verme en esa situación. Pero, me debato entre estar de puta madre o estar en la miseria". Tal y como se siente Núria, se sienten tantos y tantos jóvenes. Y lo más puñetero, no importa la carrera profesional que se escoja. Aunque Núria siempre ha querido dedicarse a las artes, un oficio muy precario desde hace infinidad de tiempo, tampoco David encuentra estabilidad en la ciencia. Metido en un doctorado desde hace cuatro años, este valenciano no ha logrado superar el año en ninguno de sus contratos, porque anualmente se le evalúa. "Convivir con la incertidumbre es algo que se aprende", asegura. Pero esta inestabilidad le hace imposible independizarse. "Entre fundirme el sueldo o quedarme en casa de mis padres, me quedo en casa de mis padres. La generación nuestra es así", afirma.
Cuando Lucía Sáiz habló con este mismo diario hace tres años, vivía en Reino Unido, donde trabajaba en la hostelería y en los tiempos libres estudiaba inglés. Nunca fue este su primer plan, pero fue a raíz de la pandemia que terminó volviendo a casa. Aquí, aunque domina la lengua y tiene más recursos cerca, tampoco puede dedicarse a lo que le gustaría. Saíz se graduó en Comunicación Audiovisual por la UJI y lo que le interesa es el cine documental. Pero como la mayoría de jóvenes, su tiempo lo dedica a un trabajo que le proporciona dinero y poco más. "Al final da igual si estudias una carrera u otra, todos nos encontramos igual. Por eso, hay que dejar de ver el problema de manera individual, no solo es esforzarse por conseguir algo, la falta de oportunidades va más allá".
Su propio desencanto por el mundo laboral le ha llevado a grabar un nuevo documental donde diferentes jóvenes, de entre 24 y 30 años, reflexionan sobre su situación, los problemas y miedos que los envuelven, y unos objetivos que ven cada vez más lejanos. Bajo el nombre de La promoción, su obra ha sido seleccionada para formar parte del catálogo de cortometrajes del Institut Valencià de Cultura y ha podido salir adelante gracias a un programa de residencias impulsado por el Ayuntamiento de València. Ahora el corto de Lucía Sáiz va a empezar un proceso de distribución por festivales.
"Mi propia experiencia se refleja en el documental, pero como no se expresarlo, he buscado a diferentes personas que lo hagan por mi. Son todas personas que me conocen. Jordi y Núria estudiaron conmigo Bachiller, David es parte de la banda de música en la que estoy, y Marina es amiga de otros amigos. Somos una promoción entera con el mismo problema", incide la creadora.
En La promoción el espectador se topará con la breve historia de cuatro jóvenes que no pueden vivir de lo que les gustaría. Y es un relato que, aunque parezca raro, nada tiene que ver con la pandemia. La covid-19 aparece solo a pinceladas y es que el problema laboral que existe en el país no es fruto de la última crisis, viene arrastrándose desde hace mucho tiempo. "Lo grabamos en abril del año pasado, pero la idea empezó a asentarse en enero. El problema nunca ha sido la covid. Esto nace de tomar cafés o cervezas con amigas en el bar. De darte cuenta que incluso en círculos distintos hay gente que ha cogido una carrera con salida profesional y tiene los mismos problemas, o parecidos. El objetivo no es dar un mensaje esperanzador, evidentemente, sino mostrar que detrás de las cifras de estadística de paro y de las carreras con menos salida, hay personas. Gente que no lo está pasando bien. Hay que pararse a pensar en eso. Especialmente las generaciones de 50 o 60 años que les cuesta empatizar, porque sus objetivos vitales no son los nuestros".
Hace dos años Marina vivía sola, pero con la pandemia tuvo también que volver a casa. Se quedó sin trabajo, pero ahora su vida, como dice ella misma, "ha mejorado". Tiene curro de camarera. Aunque le gustaría dedicarse al stop motion, hace meses no tenía ningún tipo de ingresos y esto le permitirá organizarse el tiempo libre para intentar hacer sus propios proyectos. "Ya en la carrera se decía mucho que hay que esforzarse. Tú no sabes la mochila que tiene cada uno detrás (...) Si los objetivos que tenía eran de aquí a dos años, ahora serán de aquí cuatro".
Por su parte, Jordi, empezó una carrera y la abandonó. Dice el valenciano que no se le daba bien estudiar, prefiere otros caminos. Sin embargo, tampoco estos son sencillos, ni mucho menos le proporcionan estabilidad. Trabaja en dos sitios diferentes y no logra Jordi una jornada de más de 24 horas semanales. "Se impone la competitividad y el ser productivo. Todo lo que no sea seguir ese cánon significa ser un perdido y que no aprovechas tu tiempo. Pero no se es ni más ni menos por ello", asevera Saiz.
En su caso, la cineasta solo encuentra oportunidad para sus trabajos a través de convocatorias que la seleccionan. Así logró gran recorrido para su primer corto, Nada que contar (2018) y así parece que lo obtendrá ahora con La Promoción. ¿Pero por cuánto tiempo se puede sostener un sueño así? Como Lucía, también Marina o Núria temen cansarse de un presente que no les da el futuro que necesitan. La generación 'sin futuro' quiere y lucha más que nadie por conseguir un futuro. ¿Pero a qué precio? "Te da rabia, porque ves que tienes reconocimiento en algunos aspectos, pero no te puedes dedicar a lo que te gusta y da rabia. Por eso, el problema vendrá cuando, como yo, otra gente nos cansemos de seguir intentándolo. Igual ahí nos habremos perdido a grandes profesionales. Pero es bien lícito no querer aguantar."