VALÈNCIA. Pierdes, de nuevo, el bus en tus narices. Se rompe la caldera en un momento en el que no te viene especialmente bien que se rompa la caldera. Tu agenda rezuma reuniones que podrían haber sido medio mail. El sábado te arrastran a un team building de la empresa donde debes fingir entusiasmo. Llevas toda la semana intentando realizar un trámite burocrático ideado por el discípulo más aventajado del mismísimo Satanás. En resumen, la vida se te hace bola. Pero en algún momento de esa ristra de sinsabores cotidianos, emprendes la recta final de ese libro estupendo. Diriges tus pupilas hacia el último capítulo de esa serie que te ha arreglado las noches de los martes desde hace varios meses. O consigues sacar tiempo para ver por fin esa película a la que tantas ganas le tenías. Y entonces ocurre la catástrofe. No puedes autoengañarte: odias cómo acaba esa obra con la que tanto estabas gozando. O, al menos, te sientes decepcionada.
¿Realmente este era el desenlace soñado por la autora? ¿Hacía falta ese último giro? ¿Esto era lo que tenía preparado para sus personajes? A fin de cuentas, como narra Nuria Castellote, técnica de programación de la Filmoteca, asomarse a una ficción supone “ir generando hipótesis sobre cómo evolucionará la historia. Hipótesis basadas en las expectativas que genera el propio relato, pero también en el género al que pertenece o en trabajos anteriores del autor o la autora”.
Alcanzar la última página y sentirse íntimamente defraudada es justo lo que le ocurrió a Sofía Zakhir, traductora e investigadora de la Universitat de València, con Dónde estás, mundo bello, de Sally Rooney. “Había disfrutado de su mezcla de desencanto, deseo y búsqueda de belleza en un contexto incierto y encontré el final como un deus ex machina: abrupto, incongruente, complaciente. Como si hubiera que encontrar el mundo bello por fuerza o inventarlo en su ausencia, en un par de páginas, sin aviso previo. Experimenté frustración, indignación y rechazo porque estaba dispuesta a hacer las paces con el horror del mundo, pero el relato escapaba de su propia complejidad por un atajo. Lo viví como una traición o una broma porque sentía que, de algún modo, esa historia ajena me pertenecía”.

- Past Lives -
Pero, ojo, la suya es una historia de redención: “Ahora, con distancia, siento ternura hacia ese desenlace. Me he reconciliado con él. Veo ese deus ex machina como un gesto milagroso en un páramo de fatiga emocional. Imagino a Rooney pensando: «¿Qué hago con todo esto? ¿Acaba la búsqueda? ¿Un respiro?» y decidiendo librarnos del agotamiento”.
A Castellote las expectativas le jugaron una mala pasada con Materialistas, de Celine Song. “Me encantó Vidas pasadas, la anterior película de Song, por cómo su maravilloso final ponía en cuestión los mitos del amor romántico y reivindicaba ese otro amor, cotidiano, doméstico, cómplice, menos fou pero también más sólido… Por eso el cabreo con Materialistas fue doble: ese desenlace –convencional, reaccionario e incoherente– no solo traicionaba a los personajes y al planteamiento de la primera parte de la cinta, sino también al punto de vista tan alejado de los caminos trillados que adoptaba Vidas pasadas. ¡Todas esperábamos que Dakota no renunciara a su carrera profesional ni se atase a una relación que no durará más allá de los créditos! Porque, como se intuye en Vidas pasadas, el enamoramiento-pasión-amour fou casi nunca es suficiente para sostener una relación”.

- Materialists -
Un chasco que se repitió con Sirat, de Oliver Laxe: “No es que todos sus elementos me estuvieran fascinando (hay un desequilibrio entre una fotografía y un sonido soberbios y un guion y una dirección de actores menos logrados), pero encontré su traca final caprichosa y sádica con el espectador. Las expectativas fueron cruciales en cómo recibimos ese final tan brutal”, explica. Además, introduce otra derivada: “Seguramente, la omnipresencia mediática de su director explicando los objetivos éticos y metafísicos de su película en teles y reels contribuyó a que bajáramos la guardia y no nos esperáramos el golpe bajo que iba a propinarnos”.
Consultadas al respecto Adriana Cabeza y Alexia Guillot, el dúo de prescriptoras audiovisuales que forman Las Entendidas, tienen clarísimo el final que les rompió el corazón: “Como amantes de Sexo en Nueva York, su último capítulo es uno de los mejores finales que recordamos: todas en su lugar, siendo fieles a los personajes y con You've Got the Love sonando de fondo. Lloramos cada vez que lo vemos. Por ello, no podemos estar más decepcionadas con el atroz final de And Just Like That. Era un spin-off innecesario y que ha dado tumbos durante tres temporadas, pero ya que terminas (otra vez) una serie, déjala a la altura. Pero no pasó. Fue una traición a los personajes y al público”.

- And Just Like That -
¿Puede el párrafo final arruinar un libro?
Crearse expectativas ante una historia con la que estás disfrutando, con la que has conectado de un modo profundo o de la que has oído maravillas es un ejercicio absolutamente humano. Igual que sentirse defraudada cuando dichas expectativas no se cumplen. Pero, ¿hasta qué punto ese tramo final arruina una obra? ¿Pesan más los últimos párrafos que todo el recorrido anterior? Así lo cree Maria Colomer, prescriptora de cómics en el pódcast La Còmicteca y responsable del club de lectura Viejoven en la librería Arribada: “Odio ser tan tajante, pero un final pésimo puede provocar que le cojas tirria a un libro. Y ese mal recuerdo incluso condiciona la lectura de otros textos de su autor”.
La postura de Zakhir es más matizada: “No creo que un final arruine toda la experiencia, pero sí altera nuestra percepción de la obra (como en la vida cuando algo termina mal). La clausura funciona como un marco que organiza todo lo anterior, pero eso es un error, no deberíamos enfocarlo así”. Es más, le echa parte de la culpa a la estructura tradicional del relato: “Si no nos aferráramos tanto al modelo clásico (introducción, problema, desenlace), el final no cargaría con tanto peso y podríamos concebir cada creación como un conjunto de procesos, más que como un objeto que juzgar con hiperfoco en la conclusión. Si esa manifestación cultural dialoga con el mundo, no deberíamos quedarnos con la última palabra o gesto”.
Ante un desenlace decepcionante, Las Entendidas admiten quedarse “con el morro torcido un rato. Pero importa más si ese final traiciona la idea inicial de la cinta o la tesis que su autora o autor decide sostener que si satisface anhelos personales. A un final le pedimos que sea fiel y coherente con lo que ha desarrollado. No necesitamos que nos sorprenda, sino que tenga sentido”.

- Los puentes de Madison -
Un prisma que rima con el de Castellote, para quien resulta difícil que un final sea tan determinante en la vivencia global de una obra: “Valoro tanto o más la forma en que esa historia se cuenta que las peripecias del relato. Cuando una película está bien construida, suele ser en su globalidad; es raro que la experiencia se desequilibre tanto por un desenlace que no responde a mis deseos. Si no funciona, suele percibirse desde el principio o empezar a torcerse mucho antes del final”.
Si ajustamos la lente y nos enfocamos en las series, Castellote señala un elemento extra: “A menudo se alargan para seguir recaudando, más allá de las necesidades y de la coherencia del relato. Eso provoca que muchas veces se sacrifique un final más digno para una historia que empezó bien y podía (y debía) contarse en una temporada, pero se estira con dos o tres entregas más”. Claro, si hablamos de series y finales controvertidos, un título invade los altavoces de la mente colmena: Perdidos. “Se habla de ese desenlace como uno de los peores para sus seguidores o que más conflicto genera, una lucha entre el ‘a favor o en contra’. Para nosotras el final es irrelevante porque la última temporada en sí fue un desastre… poco importaba cómo terminase”, narran Las Entendidas.

- Lost -
Aceptación o rebeldía
Llegaron los títulos de crédito. Te inundó la ira furibunda o la desilusión total. ¿Y ahora qué? En la vida real, cuando una peripecia no acaba como esperábamos solo nos queda aceptarlo, pero en la ficción es posible deambular por la insumisión. Negarse a aceptar el desenlace propuesto e imaginar, o producir, alternativas. De esa pulsión nacen muchos fanfictions, esas piezas creadas por devotos de un relato donde plantean tramas alternativas que satisfacen sus anhelos.
Zakhir elige realidad o ensueño a conveniencia: “Asumo los finales de los autores cuando me contentan. Cuando me disgustan, vuelvo sobre ellos, ideo alternativas, pienso por qué se han desarrollado así. A veces, con el tiempo (como con la novela de Rooney), me reconcilio”. Respecto a los fanfics, admira cómo el público se apropia de las narraciones “y las reinterpreta, manosea, retuerce o continúa. Los personajes salen, charlan, siguen sus caminos. Me fascina que el relato deje de ser ‘propiedad’ del autor y se convierta en un espacio de juego. Es emocionante pensar en las posibilidades. De hecho, los finales cerrados a veces parecen artificiosos, mientras que aquellos abiertos o ambiguos proponen una charla”.
Aquí Colomer abre la espinosa puerta del universo Harry Potter, las polémicas en torno a su autora, J. K. Rowling, y el alud de textos de fans que exploran las grietas del relato original: “Si llego a saber hace años que me compraría tres libros inspirados en fanfics sobre cierta autora TERF… no me lo creería. El fenómeno de la nostalgia, de no abandonar a personajes con los que has crecido o seguir leyendo partes de sus historias que no conoces me resulta muy atractivo”.

- Sirat -
Manejar las expectativas en la era del hype
En plena recta final de 2025 (¿dónde se ha metido el resto del año?, ¿qué invento es este?) resulta obligatorio señalar a uno de los principales culpables de los chascos que nos llevamos con ciertas ficciones: el hype (o, si queremos escapar del anglicismo, la expectación exagerada) creado en redes en torno a estrenos y publicaciones. Si cada semana nos encontramos con el libro, el film o la serie del año, la frustración está asegurada.
En ese sentido, Colomer critica la burbuja en el mundo literario “de las ediciones especiales, de lo que ‘todos’ están leyendo, del texto que no te puedes perder, de la saga que hay que leer”. Así, resulta complicado escapar “de la última novedad y escoger títulos que realmente te interesen y tengan papeletas de gustarte. La capitalización de los libros y la mercantilización de la lectura se están convirtiendo en mi Imperio Romano”.
Desde el prisma cinematográfico, Las Entendidas se muestran más optimistas: “En un encuentro reciente que organizó Cuaderno Blablabla, hablábamos de que en estrenos como La sustancia se percibía que parte del público no era la audiencia objetiva para esa película, pero seguramente querían verla por no quedarse ‘fuera de la conversación en redes’. Más allá de que algunos salieran decepcionados (a nosotras nos encanta el final, pero para una mayoría es una ida de olla), ese fenómeno ha permitido arrastrar a un tipo de público que quizá ha llegado para quedarse. Aumenta la afluencia y el cine (las salas, la industria…) termina ganando. Eso es lo importante”.
Zakhir también prefiere buscar posibles vetas positivas en ese billete directo a la desilusión: “Ante el hype que se genera en Internet, el descontento es inevitable. Pero también puede ser algo creativo, porque cuanto más se anhela algo, más se imagina. En ese tiempo de espera puede iniciarse un proceso de adivinación e invención sobre la obra. Una fantasía que probablemente se desplomará, pero que es hermosa”. Porque quizás lo único peor que una expectativa frustrada es una vida sin el gusanillo revoltoso de la expectativa.

- Los puentes de Madison -