VALÈNCIA. Las piscinas son un indicador de primer orden. Siguiendo el rastro de las piscinas (o de su ausencia) se puede averiguar cómo está configurado un territorio. La distribución socioeconómica. Por supuesto, el efecto electoral del avance de las láminas de agua (léase La España de las piscinas). La piscina, las destinadas al ocio puro, ya sea en privilegio individual o tumultuoso, delimitan la forma de progreso. Son una concreción del dolce far niente. Y por eso, en parte, un aviso sobre de qué manera una sociedad disfruta de uno de sus mayores logros: tirarse a la bartola. Otro libro, Piscinosofía, retrata con gran sensualidad el hecho piscinero.
Si un territorio tiene más de 30 piscinas por cada cien habitantes, será sencillo delimitar cuál es la función principal de la localidad (es el caso de Xàbia, con 31; 9.235 en total; de Teulada, con 38,6, y 4.832 en total; de Nàquera, con 35,4, y 2.866 en total). La ciudad de València, por su configuración y uso, apenas alcanza las 0,1 por cada centenar de vecinos, poco más de 613 en total. Algunas de sus piscinas, de la misma manera, definen la tensión urbana entre lo público y privado, entre lo abierto y lo cerrado, entre lo comunitario o lo restringido. Son piscinas con capacidad para contar la ciudad misma.
Piscina Parque de l’Oest: la plaza pública
El equipamiento que todo barrio necesitaría. Frente a la apología de la piscina deportiva como solución a todas las cosas, un salón de estar gigante para el verano con barreras de acceso lo suficientemente bajas como para integrar a buena parte de la ciudad. Como reseñaba hace unos días Eduardo Almiñana a propósito del poemario Piscina del Oeste, en la franja del año del calor se da cita una subciudad conformada por los habitantes de la del Oeste.
Es la piscina pública más popular de València porque encarna la idea del espacio acuático como plaza pública. Una playa interior que, ausente de protagonismo por su falta de sofisticación, mejora la vida de un vecindario amplio.
Piscina Espai Verd: la montaña mágica
Si Espai Verd, como gran acto de fe residencial, puede ser visto como una montaña mágica a la que subirse para buscar sanación, su piscina, suspendida, es un microcosmos entre vegetación que busca una convivencia estricta con una comunidad cerrada. Si una València muy concreta mira (miramos) al Espai desde la curiosidad y el afán por traspasar su puerta, la piscina es un secreto que no forma parte de la urbe. Bañarse en ella, por tanto, es un movimiento críptico, para mayor regocijo de Antonio Cortés, su creador. Es estar en la ciudad sin estarlo. Sobre ella misma.
Piscina de Santa María Micaela: la utopía con agua
El edificio Santa María Micaela, en los bordes de la avenida Pérez Galdós, es la expresión sesentera del sueño de un Santiago Artal efímero. El arquitecto, que se fugó de València y de la arquitectura, hastiado, dejó en cambio un legado a largo plazo. Sus dúplex tienen un planteamiento y potencia que no corresponden al estándar del entorno ni a la tipología de su construcción. Y es allí donde la piscina, mitad decorativa, mitad útil, ejerce de equilibrio en una trama repleta de guiños a Le Corbusier, Van der Rohe o Modrian. La ilustradora Virginia Lorente plasmó en una de sus obras la función de esta piscina como lugar de encuentro vecinal, donde se gestaron algunas amistades que, década tras década, siguen -aunque sea en la memoria- chapoteando donde lo de Artal.

- Piscina de Santa Maria Micaela -
- Foto: JOAN BAJO/WIKIMEDIA COMMONS
Piscina (efímera) de La Marina de València: el sueño de una mañana de verano
Cuando una piscina puede ser una experiencia pública. O un experimento. Un laboratorio social sobre una lámina de agua, en el propio mar. En el verano de 2019 La Marina testeó qué sucedería si creaba una piscina natural en las aguas del puerto, frente a la antigua Base. El carácter simbólico de la propuesta, y el fácil arraigo entre los usuarios, sirven para constatar que la sorpresa es uno de los motores más potentes en la implicación urbana. La piscina, pandemia mediante, no volvió a reeditarse, intensificando el carácter experimental y efímero de la propuesta.
Piscina del Hotel Las Arenas: en una obra de Renau
El aura balnearia de la València de los años 30 vive -con una estética bien diferente- en el Hotel Las Arenas. Su trampolín es la silueta de una época en la búsqueda burguesa de la salud y la exhibición. El lujo de la ciudad-balneario. El baño mirando al mar, pero distanciado de sus aguas. Renau retrató, en su cartel de 1935, una estética que, al pasar 90 años, mantiene una modernidad a prueba del tiempo. La piscina luminosa cuyo brillo vive, ya únicamente, en el rastro del cartelista valenciano que murió en el Berlín este.
Propuesta en el Jardí del Túria: imaginar nuevas piscinas
A medio camino entre la propuesta formal y el juego, hace tres años el estudio Mari & Sebastian Arquitectos lanzó, a golpe de render, un proyecto para integrar una piscina bajo el Puente del Mar. Les motivó, dicen, la incredulidad de que el Túria no cuente con ninguna zona de baño en la que poder interactuar directamente con el agua. Es más, las zonas de agua contadas que tiene el Túria están restringidas para el uso humano. La propuesta vistosa de estos arquitectos contribuía a señalar esa necesidad -en el terreno de lo simbólico- por un Túria donde el rastro del agua tenga una presencia mejor.
Más allá de su viabilidad, acertaba también en mostrar la superposición entre las piscinas y el espacio público como una buena vía que recorrer ante algunos de los veranos más tórridos de nuestra vida.