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CÓNCLAVE (CREATIVO)

Ser jurado, o qué se cuece en las bambalinas de los premios culturales

  • Fotografía de archivo de la Nit del Circ en el Principal
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VALÈNCIA. ¿Qué tienen en común el cónclave que eligió al papa León XIV y la última gala de los Premios Óscar? Además de trajes icónicos y escenografías majestuosas, en ambos es primordial el papel de un grupo de personas que votan, que toman decisiones, que a veces están de acuerdo y otras no. Porque detrás de cada galardón, sea divino o cinematográfico, hay un jurado con filias y fobias, con criterios que pueden converger o chocar aparatosamente.

En Culturplaza no frecuentamos mucho el universo de los cardenales, pero sí el de premios culturales. Esos en los que se pone en marcha el arte de deliberar sobre una película o un libro. Esos que, en ocasiones, se convierten en escenario de tensiones, filias y fobias. Y es que, más allá del fallo final, el trabajo de un jurado radica a menudo en la capacidad de habitar ese delicado equilibrio entre defender tus convicciones y ser capaz de dar tu brazo a torcer cuando resulte necesario.

Además, según cuenta el crítico Agus Izquierdo, participar como jurado en el Americana Film Fest, La mida no importa y el D'A Film Festival Barcelona ha reformulado su mirada sobre esos eventos: “te permite conocer sus entresijos y eso hace que les tomes cariño, porque son espacios donde has compartido experiencias, tiempo, trabajo y emociones con muchas personas”.

En ocasiones, sobre ciertos fallos recae una sombra de sospecha. Sobrevuelan suspicacias, rumores de amaños, vetos o presiones (ese famoso ‘el premio ya estaba dado’). Algo que el periodista, escritor y crítico literario Eduardo Almiñana combate desde una convicción profunda: “ser jurado no es sencillo si se hace con rigor y seriedad, como debe hacerse. Y esto es importante recalcarlo, porque si alguna vez hubiese sentido que un premio estaba decidido de antemano o no se tomaba con seriedad, no habría aceptado participar como jurado. No pondría en juego mi credibilidad por algo que no considerase legítimo. Por suerte, el nivel de exigencia que he encontrado ha sido siempre muy alto”.

Instrucciones para armar un buen jurado

Cualquiera que forme parte de uno de esos purgatorios digitales llamados grupos de WhatsApp sabe que llegar a un acuerdo (sea elegir fecha y sitio para cenar, un regalo de cumpleaños o cualquier otro foco de conflicto) puede convertirse en una tarea dramática. Y algo parecido ocurre si la construcción del jurado no se ha hecho de la manera óptima. Ahora bien, ¿qué instrucciones se deberían tener en cuenta a la hora de elegir a esos integrantes?

El periodista, crítico y programador Enric Albero parte de una premisa que quizás se perciba como una obviedad, pero que, a su juicio, no lo es tanto: “los elegidos deben contar con unos requisitos profesionales y de conocimientos mínimos para poder juzgar aquello a lo que se enfrentan. Eso, aunque parezca algo evidente, no siempre se cumple  Después, y esto también parece una perogrullada, pero hay que señalarlo, todos los miembros del jurado deberían ver las obras que compiten en las mismas condiciones”.

Curtido en cónclaves como los Premios de la Crítica, el Premio Literatura Breve de Mislata o el Premio Barreira al Mejor Guion en la Sección Amalgama de La Cabina, entre otros, Almiñana lanza aquí una dimensión fundamental: "No se puede ser jurado si uno no se toma el trabajo con absoluta honestidad. Y esto incluye no solo la relación con las obras y los autores, sino también con uno mismo. Si no tienes los conocimientos necesarios para evaluar una obra (por ejemplo, en una disciplina técnica que no dominas), lo más honesto es rechazar la invitación a ser jurado. En cambio, si puedes aportar una mirada válida desde tu campo, es legítimo y enriquecedor participar”. La honestidad, prosigue, también es clave “por respeto a quienes participan, a quienes organizan y al valor simbólico que tienen los premios. Como escritor, me he presentado a muchos certámenes y sé lo que significa que no te elijan. Lo que no puede pasar nunca es que sientas que te lo han robado. Eso es inaceptable. Para mí, este compromiso es sagrado”.

Una perspectiva que la crítica cinematográfica, agente cultural y programadora Paola Franco traduce en independencia. “Un premio puede marcar una diferencia real para alguien, así que la responsabilidad es enorme. Aunque suene evidente, lo primero en un jurado es mantenerse completamente independiente. Premiar es algo muy bonito. A mí me hace mucha ilusión. Pero para que sea justo, hay que hacerlo con conciencia, empatía y responsabilidad”, explica.

Crítico de cine, agente cultural y miembro de Didáctica de la Filmoteca, Ramón Alfonso reivindica la emoción como elemento central en esos lares: “por encima de cuestiones técnicas, económicas o de mensaje, una obra debe emocionarme de alguna manera; es lo primero que valoro. Hay que ser generoso y respetuoso con las películas que vas a descubrir y discutir. No entiendo la animadversión anticipada o los prejuicios con el arte o los creadores. Me preocupa la gente que, para empezar, ya se coloca en un púlpito decidido a juzgar severamente”.

Izquierdo pone el énfasis en recordar que, como integrante de un jurado, “no estás ahí solo como espectador. Estás en un rol que exige mantener la mente abierta y, digamos, ‘suspender el juicio personal’. Valorar con criterio, desde el respeto y con una mirada más amplia significa también alejarte un poco de tus gustos. Quizás una película, de entrada, no me dice mucho, pero al analizarla con la distancia que exige el papel de jurado, reconozco sus méritos, incluso si no conecta conmigo del todo. Esa capacidad de relativizar es crucial. No es solo lo que a ti te gusta: es lo que la obra propone, cómo está hecha, qué impacto tiene, qué aporta...”.

Del desacuerdo al consenso… y todo lo que sucede en medio

Donde hay una votación, hay un potencial desacuerdo; es parte estructural de cualquier proceso de elección. Sin embargo, el riesgo está en convertir el disenso en una batalla campal (aunque solo sea verbalmente).

“Nunca he vivido un fallo unánime desde el primer momento —reconoce Almiñana—. Siempre hay debate, y eso es lo más valioso: que haya puntos de vista distintos, que se defienda una posición. Eso eleva el nivel del premio. ¿Surgen fricciones? Si hablamos de desacuerdos encendidos, claro que sí. En jurados de poesía, por ejemplo, las discusiones pueden ser intensas, pero siempre dentro del marco del respeto. La pluralidad no solo enriquece el proceso, sino que protege al premio de decisiones unilaterales o sesgadas”.

Jurada en el Festival de Cine de Sitges y el Atlàntida Mallorca Film Fest, para Paola Franco, la falta inicial de consenso no solo es inevitable, sino, de hecho, deseable: “a menudo se tiene miedo a debatir y eso es un error. La clave está en aceptar que la opinión de uno no es la verdad absoluta y trazar puentes. Si todos entienden que están ahí por una responsabilidad común, no tiene por qué haber problemas”.

En ese sentido, Ramón Alfonso habla de la necesidad de “arrinconar individualismos y egos improcedentes. Un jurado se reúne para decidir qué expresión artística o qué creador debe sobresalir frente a un conjunto integrado por títulos que, en líneas generales, no se parecen. Es una labor injusta y delicada. ¿Por qué premiar A y no B, si en realidad no guardan demasiada relación, más allá de lo elemental?”. “Hablamos de arte y no de competiciones deportivas. No es sencillo. Todo esto no puede afrontarse desde el egocentrismo o el conflicto: inevitablemente, aparecerá”, recuerda quien ha sido miembro del jurado en Sitges, el REC de Tarragona, el D’A o el DocsValència.

Cuando tu caballito ganador pierde

Aceptar que tu preferido no gane es, para todos los consultados, parte inevitable del oficio. Ver a la niña de tus ojos derrotada es una potencial decepción que va con el cargo. Al fin y al cabo, ser jurado no es solo tener un punto de vista formado, sino ser capaz de convivir con otros radicalmente opuestos. Pero el dilema está claro: luchar por la victoria de tu candidata o asumir que no sea la reina del baile.

“Aquí interviene la tolerancia y el respeto por la opinión ajena. Se trata de defender con argumentos y escuchar mucho”, expone Paola Franco. Por su parte, Ramón Alfonso señala que la conexión con una obra es una cuestión “muy íntima, incluso influida por tu estado de ánimo. Es complicado compartir eso con otros. Por eso hay que gestionar el desacuerdo con diálogo y afecto”.

Quizás por ello, Izquierdo recuerda de nuevo la importancia de abandonar la opinión propia como medida totalitaria y absoluta: “La clave está en confiar en el criterio de los demás jurados y respetar su palabra tanto como la tuya. El peso de cada voz debe ser igual. Sería egoísta imponer tu opinión de forma férrea porque crees que una película ‘tiene que ganar sí o sí’. La labor del jurado exige precisamente aceptar que el resultado final no siempre coincidirá con tu visión inicial. Y eso está bien”.

Aceptar la decisión ajena cuando uno queda en minoría, reconoce Albero (presente en el jurado del Festival de Cine de Málaga, de Sevilla y el D'A, además de secretario del jurado de la Mostra durante cinco ediciones), es lo más habitual, pero “si hay otros que opinan como tú, se trata de convencer a los demás. Cuando esto no ocurre, suelen buscarse películas de consenso, algo que pasa con frecuencia”.

Más complejo resulta afrontar otro escenario: ese en el que no es solo que tu obra predilecta no gane, sino que el galardón se lo lleva (o, al menos, tiene todas las papeletas para ello) un título que te horroriza; una obra que, a tu juicio, jamás de los jamases debería alzarse con la victoria. Otra oportunidad para dudar entre el encono o la aceptación.

No en vano, ‘Para que gane esta película tendréis que pasar por encima de mi cadáver’ es, según Albero, un lugar común que sigue vigente en los festivales. “No me parece una buena postura, pero sucede y seguirá sucediendo. Si eres la excepción y no crees que esa película deba ganar, siempre tienes la opción de señalar en el acta que disientes, aunque la obra se lleve el premio. Si se exige unanimidad y no mayoría, dependerá mucho de tu carácter. En cualquier caso, tendrás que ofrecer una alternativa de consenso a esa película que detestas”, cuenta.

Hay que preguntarse qué te lleva a pensar que una obra o persona no debe ser galardonada. —narra Alfonso—. A veces el motivo está muy claro y puede ser sencillo de explicar a las compañeras. En otras ocasiones, es más abstracto, sutil y nos mueve solo a nosotros por distintas causas. No tiene sentido premiar una obra que a uno de los sujetos no le gusta. Todos, creo, sabemos hasta dónde podemos ceder”.

Luces, cámara, debate, votación (y, lamentablemente para los amantes de una buena performance, nada de fumata).

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