VALÈNCIA. La primera vez que Francisca Brull franqueó la puerta del Gestalguinos, era “una niña vestida con uniforme del colegio”. Corría el año 1968, y este pequeño local de la calle Poeta Liern era una de las muchas tascas de la zona donde se reunían los estudiantes cuando salían de clase en la sede de La Nau de la Universitat de València. “Los fines de semana no se podía ni andar por todas estas callejuelas. Esta, junto con los alrededores del actual Centre del Carmen, donde estaba la sede de Bellas Artes, fueron las zonas de marcha de la ciudad hasta que, a principios de los años ochenta, con la Transición, empezaron a abrir otras en calle Pelayo, Cánovas, etcétera”, recuerda.
Era una tabernita con un altillo de techo bajo, situado en una ubicación recoleta; idónea para los estudiantes y sindicalistas que querían tomar unos vinos y conversar tranquilamente sin que la policía del Régimen les tocara las narices. Cuando el local anunció su cierre en 1975, Paca, que entonces contaba solo 21 años, adquirió el local. “Estábamos en plena crisis del petróleo y los préstamos eran durísimos, pero nos metimos en el lío igualmente”, recuerda.
Tesoros de la antigua judería
Dos años después llevaron a cabo una remodelación que descubrió, bajo el suelo del local, dos plantas de casas de varios siglos de antigüedad, además de un altillo. “Este es uno de los edificios más antiguos de la antigua judería de València -nos cuenta Paca, sentada en uno de los característicos taburetes bajos del local-. Juan, un catedrático de Prehistoria que era habitual del bar, dirigió las excavaciones. Apareció de todo. Vasijas, tazas, socarrats, vidrieras… y las llevaron al Museo de Arqueología que estaban montando en ese momento”.
En los 45 años que han transcurrido desde entonces, el Gestalguinos ha permanecido como el último bastión de aquella antigua zona de tascas, siempre con Paca y su marido Vicente al frente. Ambos resistieron la presión de los comisarios de la Brigada Político-Social en las postrimerías del Franquismo –“No les gustábamos nada porque venían mucha gente de izquierdas y hippies”-; aguantaron el embate de la heroína a finales de los años ochenta, cuando la calle se convirtió en una zona marginal de compraventa de droga –“Este fue el primer barrio de València donde hubo protestas vecinales por este motivo. No se podía vivir”-. El Gestalguinos superó la crisis de 2008 y ha permanecido ajena a los procesos de gentrificación. Y ahora, ¡boom!, el coronavirus.
Noche tras noche, detrás de esa puerta discreta en medio de una calle estrecha y poco iluminada se abre un mundo paralelo donde se mezclan “feligreses” de toda edad y condición en una atmósfera bohemia que invita a la conversación. “Aquí la gente solo tiene nombre propio -aclara Paca-. No hay apellidos, ni estatus social. Sí es cierto que, en general, la gente que ha pasado por aquí a lo largo de las décadas tiene por lo general un nivel cultural e intelectual medio-alto. Pero el verdadero denominador común de todos ellos es el respeto”. Estudiantes, catedráticos, abogados, músicos, camareros, funcionarios…. incluso genetistas. “Me contaron que la idea de clonar a la oveja Dolly surgió aquí, entre mistelas, cuando el grupo de investigadores escoceses vino a visitar a un genetista valenciano que es habitual del bar”.