Bertrand Russell dijo que para medir la inteligencia de alguien es mejor no preguntar por sus estudios, simplemente “observa cuánta incertidumbre es capaz de soportar”. No sé si el inglés lo hacía aplicable al conjunto de la sociedad, ni tampoco si ahora somos más capaces -o no tanto- de aguantar la incertidumbre. De momento han inventado la palabra resiliencia que es el índice para medir si “cantas” con dos palos o soportas hasta cuatro.
En París, Milán, Madrid y Nueva York han presentado la colección de moda otoño/invierno de este año. No he leído los resúmenes de expertos porque cada vez se dice más aquello de que “uno es más de estilo que de moda”, que la moda no perdura y el estilo permanece, ese tipo de expresiones que se imprimen cada año como mínimo dos veces. He empezado a ver de nuevo kilts en pasarelas. Que si hay que utilizarla, la utilizaremos, pero que alguien tenga en cuenta que los kilts son uniforme para eventos, ceremonias o partidos de los Rangers o los Celtics hasta arriba de cerveza.
Vargas Llosa ha vuelto de uniforme a su París. Digo su porque es muy suya, y de Flaubert, que es tan de todos como suyo -sí, de nuevo-. Mario en la Academia. Ahora consagrado -ahora ya inmortal-, dijo en su discurso: “la novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá”. He de confesar que soy llosista (del primero, del que escribe), me conmueven siempre sus palabras. Dediqué una tarde a ese discurso y concluí que soy del Mario de ciudades y de perros, de cafés en catedrales y de hetairas en la selva. Hay quien dice que no existe la novela concebida como cuento, que asistimos a un momento de desprecio del relato, y es que hay tantos que nos narran desde púlpitos agnósticos. Uno empieza a estar cansado y rechaza la ficción del diecinueve, compra solo biografías noveladas y novelas en presente indicativo. El condicional y el subjuntivo son ahora patrimonio del que miente.
No sé quién acierta más cuando habla de Ovnis, no sé si fiarme más de Spielberg o Tim Burton, pero empiezo a preocuparme porque dudo y la duda solo cabe alejado del imperativo, del indicativo y de la tercera persona del singular. Que dudar sea tan rudo y revolucionario como unas chips con chocolate -preferiblemente de sartén y aceite bio, que lo frito, así, sí es sano-. Pobre Hamlet si supiera que en el siglo XXI nadie entiende diatribas tan sencillas. Deberíamos cambiar quizás el texto: “Ser y, al mismo tiempo, ser”.
Leo que ahora van a reescribir también a Roald Dahl. Qué sagaz e impertinente al mismo tiempo. Pues se borran unas líneas y ya está, y ahora todos tan contentos celebramos la ocurrencia con la peli de Tim Burton -la de Charlie-, rechazamos Lo que el viento se llevó, y cambiamos Cola-Cao por Cola-Cado o solo Cado, que la Cola está gravada con un plus por venenosa. Ahora se prohíbe sin los gritos del contrario y lo que no existe se olvida, y si se olvida se destroza el primer paso de la dialéctica. Puede ser que a Homero y a Herodoto hubiera que corregirlos también, pero claro, nadie lee a los griegos clásicos, como nadie lee El Quijote. Respiramos más tranquilos, por ahora.
He dicho que no a cambiar de coche. Ahora dicen que en el año treinta no fabricarán vehículos con motor de combustión. No recuerdo si Aldous Huxley ya predijo algo parecido, pero he empezado a estudiarme sus novelas por si encuentro vaticinios que me digan si comprarme un coche nuevo y qué modelo. ¿Qué nos queda cuando no tenemos nada? Pues el soma de su Brave new world, y la canción que recomienda el algoritmo de Spotify.
Hans Magnus Enzensberger subtituló su biografía Un puñado de anécdotas como Opus incertum, traducido del latín en su primera página como “obra irregular, muro romano hecho de piedras encontradas”. Aparentemente (y utilizo la palabra tan francesa por si quiere la Academia que yo sea inmortal), en la encrucijada se producen movimientos disruptivos de calado cuyas consecuencias son a duras penas perceptibles. En la encrucijada surgen formas, miedos, pensamientos, individuos y contextos que generan siempre el germen de lo que unos llaman creatividad, o en conjunto, el surgimiento de un nuevo paradigma.
Yo no veo el germen de eso nuevo, ni una nueva perspectiva, ni el talento creativo, ni el espectro o la semilla que en el tiempo se dirá que es el origen de lo nuevo. Yo no veo nada de eso y dudo, porque si la incertidumbre implica encrucijada y la encrucijada es un sinónimo de conflicto y del conflicto surge el creador-artista-o-pandemonium-de-lo-nuevo, no sé si vivimos un momento extraordinario o en la antesala de lo eterno, ese paso previo al resultado apocalíptico. Joao Gilberto entonaba Chega de saudade a finales de los cincuenta cuando se mascaba la tragedia en la Guerra fría, que, afortunadamente, no se clausuró con el We’ll meet again de Vera Lynn. ¿No resulta injusto que debamos elegir entre el conflicto o la ausencia de talento creativo? -shit, utilicé de nuevo el subjuntivo, no parece muy probable que me espere la Legión de honor-. Por el momento, el refugio es el champagne, ese medio insuperable para disfrutar de un espectáculo. Es posible que al final sea el pintor de Ohio, Robert Henri, quien se acercara más a lo que necesita el individuo creador: “El objeto no es hacer arte, sino estar en ese estado que hace del arte algo inevitable”. Es posible.