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EL MURO / OPINIÓN

La mirada al llac

La muerte se ha llevado a otros de nuestros grandes artistas, Ximo Michavila, maestro de generaciones. Nos queda el recuerdo de su integridad personal, compromiso y generosidad y también una extensa y brillante obra muy propia pero parte de nuestra identidad colectiva

28/08/2016 - 

Toda una generación de referencia se ha ido o lo está haciendo poco a poco. Es dura la ley de vida. Una mirada a la espalda muestra al mismo tiempo cierto vértigo y también miedo. Desaparecen los referentes de todo tipo. En cierto sentido, no hemos sido tampoco capaces de aupar a otros. Nos hemos despreocupado y el sistema ha ayudado a que las respuestas no existan. Además, durante años los poderes fácticos se han ocupado de que así fuera a base de contentar a los próximos con pequeñas recompensas inmediatas mientras intentaban silenciar a los independientes limitando sus espacios de expresión. Así nos ha ido y va como país, como sociedad crítica y reivindicativa.

Esta semana se ha marchado Ximo Michavila. Un gran artista, un gran pintor y humanista. De esos que entendieron que no existían fronteras salvo las que marca la propia integridad personal. Él lo demostró de muchas maneras. Como docente, artista, presidente de la Academia de Bellas Artes de San Carlos... Trabajador incansable en pro de su sociedad, como él mismo reivindicaba, aunque sólo sirviera para creer que los cambios siempre son posibles.

Se ha ido otro referente. Está muy bien la literatura; fantásticas las hemerotecas, la complacencia y las buenas palabras, el trabajo del que opinar. Pero ahí puede acabar todo. Y como en otros muchos ejemplos, no debería de ser el caso porque hablamos de un artista en mayúsculas.

 -Trae una pizarra y unas tizas de colores. Así pintaré un rato.

Mi amigo Ximo Michavila ha muerto. Quería reprimirme. Huir de  aquello que se organiza en torno a una despedida literaria, pero no he podido. Tengo la suerte de haber sido la última persona a la que Ximo acompañó en un acto público. Presentaba mi libro, “Els dies de l'aventura al parc natural de l'Albufera”, la misma que desde su imaginación y con tanta maestría nos había ido mostrado a través de esa deconstrucción figurativa del llac que convirtió en abstracción y que quienes lo conocíamos entendimos a la perfección después de haberlo visto pintar en la intimidad y el silencio de su coqueto estudio en Albalat dels Tarongers. Quise que él fuera el anfitrión en la presentación de la novela. Lo fue junto al Fiscal de Medio Ambiente y Urbanismo Joaquín Baños. Semanas antes, como hacíamos con regularidad, hablamos por teléfono. De todo: arte, familia, política, destino, esperanza, desencantos personales, malos momentos, dudas institucionales, renuncias políticas...

-Vente y comemos en Les Panses. Mándame el libro.

Lo hice. Después de varias semanas de silencio le llamé.  

-¿Qué libro?, contestó para mi sorpresa.

Francesc Ferrer, editor de Denes, me recogió a las puertas de la Finca Roja. Era primera hora de la tarde. Él tenía muchas ganas de conocerlo personalmente. Y yo de comprender su respuesta. Estaba adormilado en su sillón frente al televisor. Sonaba una ópera. Nos mantuvimos en silencio. Hasta que abrió los ojos y preguntó qué hacíamos allí. No le dije que habíamos quedado. Algo no cuadraba.

Hablamos de todo durante varias horas frente a su magnífico mirador orientado a ese pequeño valle de naranjos. Vimos atardecer. Lo encontré fenomenal, creí, pese a sus circunstancias de movilidad, sus momentos de altibajos desde que murió su mujer, sus dudas, energías y rabias... Le escuchábamos con atención en plena lucidez. Aquella tarde finalmente volvimos a hablar del libro y él se comprometió de nuevo a presentarlo.

Días después hablé con Carmen, su hija. Entonces lo entendí. Pensaba que entre tantas obligaciones personales y profesionales nuestras conversaciones se habían convertido en divertimentos de amigos que se dicen tantas cosas que luego ninguno recuerda. Fue entonces cuando ella me contó que a veces tenía la necesidad y la duda de ponerle delante un papel y una caja de colores. Pero que también tenía miedo de que le contestará “¿y ésto para qué?”. Que hubiera olvidado o pudiera olvidar en algún momento el magnífico artista que era, su carácter frente al lienzo en blanco, a la mezcla de colores sobre el cristal en el que buscaba el tono deseado, de sus miedos ante el silencio que ofrece una superficie de grandes dimensiones plana y limpia que nunca sabes cómo acabará o por dónde comenzará. De su pasión por la música.

Pero aquel día de finales de marzo, allí estaba él. Con su presencia enérgica, aunque en el fondo fuera un sentimental y la fragilidad no le fuera ajena como a cualquier buen artista e íntegro ser humano.

Ingenuamente, aparecí aquella tarde con la pizarra y las tizas de colores. Carmen lo recogió con amabilidad. Guardó el paquete. Él no lo vio. Tampoco preguntó. El destino ha permitido que ahora una imagen me haya devuelto a la realidad. Aquella tarde Ximo estuvo brillante ante la audiencia, como si la luz de La Albufera sobre la que yo le preguntaba insistentemente para que nos explicara cómo era a través de su mirada, qué tenía y qué había descubierto en ella para enamorarse tan profundamente nos iluminara.  

El tiempo, sin embargo, fue borrando su propio paisaje. Pero nunca su obra. La misma ante las que nos quedábamos sorprendidos cada vez que creaba una nueva serie, desde la figuración al constructivismo, la geometría o la abstracción.

Ximo nos ha dejado. Qué añadir. Se ha ido otro de nuestros referentes, uno de los grandes artistas que hemos tenido y no sé si socialmente y en toda su extensión han sabido valorar en profundidad esas generaciones desmemoriadas por los tiempos inmediatos, las prisas o la ausencia de reflexión a la que nos obligan. Quizás simplemente olvidan que cada uno de nuestros esfuerzos individuales nos hacen más grandes y nos permite avanzar como sociedad: desde los que estudiábamos en la biblioteca de la antigua Escuela de Empresariales, cuyo mural es un lujo que nos deja, hasta quienes llegaron a él gracias a las últimas retrospectivas en San Pío V, Bancaixa o la Nau de la Universitat. Nunca es tarde. Fue un grande. Desde su más que enorme y desbordante capacidad artística y apenas ruidosa, el compromiso con su sociedad y la Historia, y su honestidad y firmeza intelectual y creativa.

La figuración temperamental, la descomposición del paisaje más próximo para hacerlo propio, la abstracción contundente, la sensibilidad y maestría en la mezcla de colores, la rebeldía ante una sociedad y un momento que como muchos no siempre lograba entender desde su Albalat dels Tarongers, sus naranjos, su fina ironía, sus silencios más que expresivos, la personalidad innegociable, la generosidad... Todo ello estaba en él. Era su personalidad. Tuvimos suerte quienes lo conocimos de cerca. Heredamos un extensa y brillante obra en forma de pintura, obra gráfica, collage, simplemente tinta...Un auténtico legado artístico de gran valor y proximidad paisajística.

El IVAM nos dejó en su día sin la gran antológica que hace años había merecido y nadie se explica aún por qué nunca llegó. Ni él. Aunque jamás se quejó en voz alta cuando la dejaron anclada. Así era Ximo: referente artístico. Uno de los nuestros. Maestro de generaciones.  

Nunca terminó aquel cuadro que tantas veces imaginé pintaría y él decía debía guardar como algo muy propio y personal. Solo mío. Pero sí conservo sus catálogos dedicados y esas miniaturas tan personales y bellas que por Navidad, por sorpresa, recibía. Siempre puntuales y sinceras. Y, sobre todo, guardo su recuerdo y amistad. Los recuerdos que él desgraciadamente poco a poco fue olvidando.

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