No piensen que voy a recrear la Guerra del Peloponeso en la Grecia clásica. El título lo tomo prestado de una expresión que pronunció el catedrático de Ciencia Política, Fernando Vallespín en la inauguración del III Congreso Internacional Calidad Democrática, Buen Gobierno y Lucha contra la corrupción, organizado por UCH-CEU y AVAPOL en Valencia
VALÈNCIA. Uno se sienta delante del ordenador y a veces tiene un tema pensado de antemano y otras surge a raíz de alguna de las noticias que nos llegan constantemente. La última semana ha sido una de esas donde hay una especie de tormenta perfecta mediática. La política internacional con la delicada (y esperanzadora) situación que viven nuestros hermanos venezolanos, Dios quiera que pronto recuperen cierta normalidad (porque el proceso no será rápido ni sencillo) en sus instituciones y los países democráticos podamos sumar uno más a la causa de la libertad.
En España mientras, vivimos con especial atención y tristeza el fatal desenlace del pequeño Julen que una vez más demostró algo que muchos sabíamos, la grandeza de este pueblo, no sólo por el abnegado y arriesgado trabajo de mineros, guardia civil, policía y sanitarios, sino por esas personas anónimas, entre las que estaba el cura del municipio malagueño que también colaboró activamente en la logística junto a los vecinos. Por desgracia, no podemos hablar en los mismos términos elogiosos del trabajo de algunos medios de comunicación.
No acaban aquí las noticias que están llenando titulares y tertulias de bar estos últimos días, es más, me atrevería a apostar que se lleva la palma el enconado conflicto del mundo del taxi con las licencias VTC, tema complejo donde se mezcla la regulación de unos y otros, pero también las nuevas tecnologías, la adaptación al cambio de manera casi continua y a su vez los nuevos hábitos de consumo por parte de todos. En definitiva, una época de revoluciones y novedades que tenemos que gestionar para no convertirla en una época de frustración y enfrentamientos constantes.
Así lo hizo Fernando Vallespín la semana pasada en el III Congreso Internacional Calidad Democrática, Buen Gobierno y Lucha contra la corrupción, organizado por UCH-CEU y AVAPOL en Valencia. El catedrático razonaba sobre la democracia y la sociedad actual y con total sinceridad dijo: “mi casa era Esparta, la ropa se heredaba de hermano a hermano, y en la nevera había agua y leche”, refiriéndose a la austeridad con que se vivía en aquellos años, y añadió: “la generación de los 50 pasamos de Esparta a Atenas y la actual generación tendrá que pasar de Atenas a Esparta y eso genera una gran frustración.”
Entre esta vorágine informativa, me gusta que reflexionemos sobre el tiempo que nos ha tocado vivir, estos cambios en la manera de consumir y comportarnos, esta dependencia del mundo tecnológico y esa idea de volatilidad constante de la que tantos expertos hablan y que no sabemos si será como la imaginamos o quizá no. Probablemente la idea de que una o dos generaciones han vivido con las necesidades más que cubiertas y reclamando más derechos en cualquier ámbito, es verdad. Como también lo es que hay que adaptarse a un estilo de vida más espartano, es decir, austero, sobrio, firme. La cuestión es, ¿acaso esto es malo? ¿No es más sano y educativo que retornemos a una razonable austeridad y una severidad en muchos aspectos de nuestra vida? No piensen que propongo una vida militar o monacal, pero creo que el frenesí de la modernidad nos ha llevado a esa frustración a la que se refirió Vallespín y tal vez la solución es más una cuestión personal que de pedir a los gobernantes que hagan algo para que todo siga igual.