VALÈNCIA. Las historias de vida de los presos raramente llegan a los medios salvo en los momentos de crímenes atroces, un hecho que, en gran parte por culpa de los medios, llevan a la sociedad a pensar en ellos como monstruos. Craso error. España, un país cuya Constitución recoge la reinserción tiene uno de los códigos penales más duros de Europa. La reinserción no da votos, pero, aun así, España es uno de los países europeos con menor reincidencia.
La Ciudad de la Justicia de València, de la mano del Casal de la Pau, acoge en su salón de actos una exposición fotográfica titulada 'Nudos', donde una serie de retratos de expresidiarios pretende mirar de otra manera a los que conocemos como delincuentes. Como dice su autor, el abogado penalista Juan Molpeceres: "una mirada integral, más directa, más humana, para percibir 'nudos' nudos que se les han ido produciendo a través de las vivencias que han tenido".
Las miradas y la piel de estos hombres y mujeres cuentan su historia sin palabras. Unas historias que, en muchas ocasiones no tienen un final feliz, aunque, a veces, y gracias al casal, la conocida por la sociedad como carne de presidio consigue lo imposible. Y aunque no es un final de cuento de hadas, aquí nadie come perdices, sí es un final humano, digno.
Andrés no lo tuvo fácil nunca. Con un historial delictivo a sus espaldas, tuvo un enemigo mucho peor que las rejas, la droga. Intentó en innumerables ocasiones salir el agujero. Tuvo épocas en las que mejoró y, en una de esas épocas, fue cuando conoció a su mujer. Con ella tuvo dos hijos, pero la sombra de su enemigo íntimo le acechaba. Volvió a caer y contrajo VIH. Durante ese periodo perdió la batalla por sus hijos. Finalmente, Andrés volvió al Casal de la Pau, pero esta vez no iba para reinsertarse, iba a morir.
El casal, además de la reinserción de los presos sin familia ni recursos económicos, tiene una parte en la que se ocupan de los presos terminales, que son puestos en libertad por Instituciones Penitenciarias para que no mueran en la cárcel. Andrés volvió al casal. Allí murió. Pero antes de eso, y gracias a la mediación del casal, Andrés se volvió a acercar a su familia. Su mujer y sus hijos le acompañaron en sus últimos momentos. ¿Fue un final triste? Depende de la mirada de cada uno.
El abandono de los presos terminales sin recursos por parte del Estado es una evidencia innegable. Por la planta de enfermería del casal han pasado infinidad de casos. Unos casos de los que se debería hacer cargo el Estado, pero que si no fuera gracias a instituciones como el Casal de la Pau llevaría a cientos de presos terminales a morir dejados de la mano de Dios, o, mejor dicho, del Estado.
Entre el final de Andrés, y salir completamente de la delincuencia y las drogas hay un camino largo lleno de paradas. En ese camino es donde se pueden enmarcar algunas de las historias de vida que han pasado por el Casal de la Pau. Ese es el caso de Domingo y Paco. Ambos tienen un recorrido similar. Explica Molpeceres que no es una historia de éxito rotundo, pero sí de éxito relativo. Ambos han tenido problemas mentales, como muchas personas de este país, y muchas entradas y salidas de prisión, pero ahora han encontrado su sitio.
Ambos han sido tratados de los problemas mentales que padecen y han mejorado. Tras mucho esfuerzo han conseguido reducir el consumo de drogas al mínimo. Sí, siguen consumiendo, pero poco, muy poco, como muchos yuppies que los fines de semana se 'meten' y tienen una vida "normal". El casal los ha acompañado en todo el proceso y no han vuelto a la cárcel. Actualmente, viven en un piso compartido con otros compañeros que pagan entre todos.
La salud mental es otro de los problemas invisibles del mundo penitenciario. Las estadísticas dicen que alrededor del 40 por ciento de los presos tienen problemas mentales. Desde el Casal de la Pau trabajan con la fundación Ambit, especializada en este tipo de problemas. Otra vez, es la solidaridad de terceros y no el propio Estado quien ayuda a los invisibles.
Pero también hay historias con un final feliz. Patrick es de Guinea y estuvo tres años en prisión. Cuando llegó al casal no podía andar porque tenía parálisis. Gracias a los trabajadores de la enfermería consiguió que le atendieran en un hospital y le hicieran rehabilitación. Poco a poco, y con mucho esfuerzo, consiguió andar con la ayuda de una muleta.
Patrick cuenta: "He vivido 12 años en el Casal de la Pau y no he contado con ningún recurso económico, ni social, solo con la ayuda que me ofrecía el Casal. Hace poco tiempo, gracias a todo el equipo y al voluntariado, he podido conseguir una paga que ha hecho que me sienta más tranquilo y con la que puedo pagar la residencia donde estoy viviendo. Ahora puedo afrontar mis pequeños gastos y pensar en un futuro tranquilo".
Su historia es una historia de superación personal, como la de todos los Patricks, domingos, juanes y andreses que han pasado por el Casal de la Pau. Unas veces el final no es el esperado, pero otras muchas desde este pequeño oasis han demostrado que la reinserción no solo es posible, sino que es una realidad diaria. Ahora solo falta que la sociedad crea en estas historias de vida y superación, y se abra un poco más. Cada pequeño paso es un logro para todos estos hombres y mujeres que, aunque cometieron errores, luchan cada día por reinsertarse en la sociedad.
El calor es lo habitual en verano, los días con temperaturas más elevadas y de poniente también, aunque cada año seguimos convirtiendo en noticia el intenso calor en verano y las nevadas en invierno. Lo que no es normal es la ola de atracos, robos y agresiones violentas.