valència a tota virolla

Nueva vida en Reina 125, de una sentencia de muerte a ser el edificio paradigma

Viaje a uno de los edificios clave para entender una manera de habitar en el Cabanyal. Tras superar su promesa de derribo y ser la casa de los estudiantes, vuelve con fuerza

6/04/2019 - 

VALÈNCIA. Hay edificios que, más allá de su funcionalidad, tienen la virtud de simbolizar voluntades colectivas. Sintetizar aspiraciones. Vertebrar sin fin. Es la historia de Reina 125. Un edificio que casi aparenta ser un protagonista humano. Una casa. Con todo lo que conlleva. Como una anfitriona que utiliza su carisma para cobijar a los que vienen. Con una cara a modo de fachada, de un azul tan vital como si el mar se fugara de la bañera. Con una palmera, a modo de extremidades, a partir de la cual se arremolina el patio a la vida común. Un ladrillo vista, tal que la epidermis curtida, que cuando acaricias lees el contexto. Desde allá arriba, en la buhardilla, a través de una rendija del bloque Ruiz Jarabo, se ve la llegada de los barcos a modo de promesa. 

El edificio vuelve a echar a andar, aunque vio los clavos de su propio ataúd. A punto de asistir a su propio entierro. Con la inconsciencia de los prodigios, hizo como si nada fuera a ocurrir. Gracias a eso vio pasar el mal fario. Se rehizo. Hay una historia detrás. Unos verdaderos rostros tras ello. Una rehabilitación. Una resistencia. Un futuro. Vamos a ello.

La pareja que forman Pepa Crespo y Ernesto Pardos es singular. Muy singular. No son habituales los deseos a medio camino entre el riesgo máximo y la visión lejana. Él, de Teruel, vino a València a hacer la carrera. Conoció a Pepa. Ella, Pepa, tenía en el Cabanyal su Macondo, rodeado de una familia copiosa asentada desde tiempos inmemoriales en estas calles. “La suya es una familia muy mediterránea, tal cual el estereotipo”, dice Ernesto. Por eso, encontrar un edificio tan casa, en plena calle de la Reina (Reina 125 por un flanco, Barraca 128 por otro), colmaba muchas de sus aspiraciones emocionales.

Solo había un problema. Un pequeño problema. Un maldito problema. Un terrible problema. La encontraron en 2002. La casa estaba en mitad de la zona de expropiación. Aquí, donde la antigua papelería Gadea. Muchos años cerrada. “Psh, si esta casa se la van a acabar cargando”, hubiera pensado un casual. La zona afectada. La señal. El estigma. La casa con la cruz. Que se la cargan. Que se la van a cargar. Evidentemente Pepa y Ernesto compraron la casa. “La familia ya estaba ‘afectada’, así que era una manera de unirnos todavía más, de darle un vuelco a la situación. Comprar cuando todo lo que pensaba la gente era en vender. Crear un icono de resistencia. La calle de la Reina era antiguamente la calle de la Libertad y siempre creímos que teníamos razón, que nunca llegarían las máquinas y el derribo”.

Pepa recuerda el latido cainita de las calles al caer la tarde. Como a sus padres, viviendo sus últimos años en el lugar de sus vidas, otros vecinos les asestaban puñaladas en forma de comentarios: “ya te debe quedar poco en esta casa, ¿no?, ¿cuándo entran a derribarla?”. Este edificio de la Reina 125 si es algo, es la respuesta a todo aquello. 

“Siempre estuvo presente el ‘no futuro’ de la casa, la posibilidad -sigue Pepa Crespo- de que al final la tiraran. Sabíamos que no podíamos ir a vivir allí y, seguro, por mucho tiempo. Así que queríamos que fuera un espacio de lucha. La cedimos a Escoltem el Cabanyal cuando les hizo falta. Tenía que ser una manera de decir que El Cabanyal seguía teniendo futuro y siempre lo tendría. La gente no lo entendía al principio, primero decían que estábamos locos por ‘tirar’ el dinero, luego, con el tiempo, que teníamos información privilegiada. Se creó ‘la duda’ respecto a que no todo estaba perdido, no nos íbamos a rendir. La casa es un proyecto de vida que une nuestro sentimiento por el barrio, con la resistencia frente a la injusticia y con la experiencia de compartir vivencias y culturas. Con todo este romanticismo, la casa había que pagarla y eso era determinante”.

La casa hay que pagarla. Pero no de cualquier modo. La solución de Crespo y Pardos con este edificio de 1927 fue crear una comunidad de estudiantes. Darle la vuelta. Aprovechar el magnetismo comunitario que ofrecía -¡ofrece!- el inmueble. 

Y aquí es cuando enumeran las fases del calvario…

•“El banco no nos daba el crédito”.

•“Hipotecamos nuestro piso”

•“No podíamos emprender la rehabilitación integral que queríamos porque ni siquiera nos daban licencia”.


Pero a cambio… 

• “Queríamos llenarla de gente”.

•“Que sirviera para dar a conocer la situación del barrio en Europa”.

• Que trajera vida a una zona que se estaba despoblando”.

•“Por todo lo que hemos viajado queríamos algo abierto, compartir experiencias, plural”.

•“La ubicación era ideal para estudiantes extranjeros. Así que el planteamiento lo teníamos claro, una casa Erasmus, no había nada así, nos motivaba mucho, el contraste con las formas de vida”.

La casa de los estudiantes. Se pusieron a reformarla. Ernesto estaba deseando que llegara el lunes para volver a su lugar de trabajo y dejar de hacer de ‘manitas’. “Trabajábamos los fines de semana durante meses. Cada lunes nos dolía una parte del cuerpo según lo que hubiéramos estado haciendo. El concepto era una gran familia con ocho habitaciones, cuatro en cada piso, con servicios independientes pero donde lo importante eran las amplias zonas comunes. Empezamos a buscar en internet, hacíamos carteles para las universidades. Al principio nos preguntaban mucho por la seguridad del barrio porque incluso en la universidad o los taxistas les decían que era peligroso, así que les explicábamos que era nuestro barrio y les acompañábamos. Lo que más nos gustaba era que quien decidía quedarse era porque se enamoraba de la casa, del ambiente. Lógicamente era gente también diferente, que no quería vivir en un piso convencional de estudiantes. Con los años se reservaban las habitaciones sólo con el boca-oído, nos llamaban directamente. Había estudiantes que se quedaban varios años, que ampliaban la estancia”.

Durante cerca de doce años pasaron más de 400 estudiantes. Unos 45 países de todo el mundo. Desde Europa a Corea, Túnez, Islas Reunión, toda América, Islandia (“les tuvimos que explicar que no se puede ir a la playa a las 14h. Lo arreglamos almorzando en la bodega Flor”).

No sólo quedó ahí. Esta casa, señora anfitriona, fue un catalizador. Un buen puñado de aquellos estudiantes hoy forman parte del día a día del Cabanyal. Algunos de los restaurantes, centros de trabajo o negocios que han ido aflorando, llevan la firma de viejos habitantes de Reina 125. “Varios se han quedado a vivir aquí, no en València, en El Cabanyal, han comprado casas, formado familias, han emprendido negocios. Muchísimos vuelven cada año, normalmente con sus familias, hijos, amigos, para enseñarles todo lo que hacían aquí. Querrán València para siempre”. 

La casa está a punto de afrontar una fase decisiva. Pero no nos adelantamos. Por allí llega David Estal, arquitecto. Junto a Arturo Sanz ha sido el encargado de preparar, revitalizar, el esqueleto del futuro del edificio.

Estal se fue al Cabanyal a los 20 años desde San Marcelino, su barrio. Alquiló una casa con dos amigas y comenzó a generar “relaciones afectivas”. Descubrió esta casa al pasar por la calle de la Reina. Vio el escaparate de Papelería Gadea. “Un taller de participación ciudadana busca alternativas para El Cabanyal”, titulaba Sara Velerte en El País en 2003. Estal habló con Pepa y Ernesto. El taller, ‘Escoltem El Cabanyal’, se instaló en el antiguo escaparate de la papelería, en un frontal de la casa. “Los conocí entonces -continúa Estal-, escuchábamos opiniones en torno a la ampliación de Blasco Ibáñez. Ellos tenían una idea muy contemporánea. Gracias a que decidieron inventarse una manera de habitar su casa, lograron conservar un gran nivel de protección”. 

Casi 18 años después de aquel primer contacto, Estal recibió el reto. La casa debía cumplir una nueva función. Sin pretenderlo, debía seguir siendo un altavoz del camino adecuado. En 2016 reciben el encargo: “debíamos hacer un edificio de viviendas donde el espacio común fuera la clave. Justo lo contrario de la especulación. En lugar de ganar espacio para hacer más viviendas, mantener el espacio compartido para generar más relación entre los vecinos”. 

A Pepa Crespo, desde hacía unos cuantos meses, algunos vecinos le dejaban caer un “¿haréis apartamentos turísticos, verdad?”. O un “¿por qué no lo vendéis para hotel?”. Ernesto y Pepa otra vez vuelven a hacer lo inesperado. La casa será para alquileres largos. Vivirá gente apegada al barrio. Lo explica: “Con la paralización definitiva de la prolongación quisimos que, como nosotros, la casa evolucionara. Una nueva reinvención de nuestro proyecto. Todo ha evolucionado. Todo ha cambiado, nosotros también. Había que pensar en algo que fuera lo mejor para el barrio. Las zonas para estudiantes ya se estaban planificando, también la eclosión de los apartamentos turísticos, así que queríamos algo distinto, igualmente personal y diferente. El objetivo era mantener la esencia de la casa respecto a la convivencia común de las personas que, además, era también parte de la esencia de la manera de vivir en El Cabanyal. Vivir en la calle, con los vecinos, eso es el patio de la casa. Compartir los momentos de ocio, las comidas, eso nos gustaría que fuera. Lo mismo que pasó con los estudiantes”.

Un graffiti allá arriba, junto a la palmera, recuerda los últimos días de los estudiantes. Since 2002, reza. Estal y Sanz decidieron que la casa, además de mirar más de puertas para afuera que no al contrario, debía ser epítome de la forma de vivir de este enclave. Mucho ladrillo vista, persianas alicantinas, luz a borbotones, una terraza para tender la ropa. Sin tentaciones folclóricas. Solo actualizando una cultura de habitar. Y en el centro, el patio. La palmera. 

Para el arquitecto David Estal había dos prioridades:

1.Poner en valor el espacio en común: “lo primero que esbozamos fue el patio, el espacio común, un espacio abierto, un patio en torno a una palmera. A partir de ese patio cada vivienda tiene una zona de privacidad, graduando tu nivel de implicación. Retoma la idea de vida que se producía en El Cabanyal toda la vida, pero ahora dentro del edificio". 

2.“Aprovechar la parte trasera que da a Barraca. Nuestra idea era poner en valor esa parte trasera, poner el acceso por detrás, provocando una nueva vida para la calle. Se ha pasado de una tapia en una puerta a otro material muy expresionista y habitual del barrio, el ladrillo vista, un material identitario, no solo pintoresco”.

El edificio, con cuatro viviendas, está a punto de abrir sus puertas habitado por vecinos de El Cabanyal que han decidido quedarse. 

"No és ser veí, és fer veïnat", regalan Pepa y Ernesto, que vieron pasar las máquinas del derribo por su puerta y dar media vuelta. Aquí se quedan. 

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