experiencias

Antes se escupía más, y mejor

Estaba el otro día en Nueva York (siempre quise empezar así un artículo) y pensaba que la gente era tremendamente educada

| 02/09/2016 | 5 min, 5 seg

Ya fuera en restaurantes con estrella Michelín –cenamos en uno en Brooklyn, al que se accedía por una puerta roja y punk, que daba paso a una pizzería, que daba paso a una barra de melenudos bebiendo bourbon y cerveza, que daba paso a una terraza/criadero de hípsters, que daba paso al fin a una selecta barra donde servían un menú ciertamente exquisito– ya fuera en una cafetería del downtown, cabinas de presurización donde se refugia uno del frenético ritmo gran manzanero y recupera la gravedad por unos instantes, la gente era en general más educada, más amable.

Los empleados con los clientes, los clientes con los empleados, los clientes con los clientes. Incluso con esa raza deleznable que son/somos los turistas, se mostraban amables.

A pesar de estar codo con codo a lo parisino, el de la mesa de al lado no gritaba de esa forma centrífuga, tan española, ni miraba con indiscreción tu plato, tu ropa, o tu conversación. El camarero te servía sin servilismo, te atendía con atención.

No quiero concluir con esto ninguna clase de superioridad continental y absoluta, no soy nada fan de ese demencial sistema de propinas que hace que toda sonrisa termine en dólar, que toda serie lógica termine en dólar, sólo constatar que en general eran más educados.  

Aquí en España somos más de despreciarnos por costumbre, los empleados a los clientes, los clientes a los empleados, los clientes a los clientes. No sé bien por qué. Como también somos más de considerar el eructo una grosería, a diferencia delos árabes que lo consideran una brisa agradecida, vemos un cumplido en el hecho de rebañar el plato mientras los chinos ven una acusación de racanería, o le damos un cachete al niño si sorbe los fideos mientras un japonés lo aplaude porque es una forma de elogiar al cocinero.

Todo es relativo. Las costumbres varían según los países y también según las épocas.  Resulta curioso repasar las normas de etiqueta en la mesa recogidas en el Codex Romanoff que aseguran escribió Leonardo Da Vinci. Ahí van algunas:

· No dejar aves sueltas sobre la mesa
· No poner la cabeza sobre el plato
· No dejar trozos de tu propia comida a medio masticar en el plato del vecino
· No tomar comida y guardarla en la faltriquera para comerla más tarde
· No enjugar el cuchillo en las vestiduras de tu vecino de mesa
· No escupir ni hacia delante ni hacia los lados.

Francesc Eximenis por su parte recomendaba encarecidamente que “si has escupido o te has sonado la nariz, no te limpies las manos en el mantel”, y también que “siempre que tengas que escupir durante la comida, hazlo detrás de ti y en ningún caso por encima de la mesa o de nadie”.

Ah, es que antes se escupía más y mejor, que dirían los nostálgicos (y eso que en España no hay que echar mucho la vista atrás para encontrar las famosas escupideras en nuestros bares).

Tampoco en Europa hace tanto que abandonamos esa costumbre de comer con las manos para hacerlo con el tenedor, ese instrumentum diaboli como lo llamó el Vaticano.

Arthur Thomas, en el siglo XVII se burlaba de esos absurdos modales esnobs que se estaban imponiendo en la corte. “En la mesa, no tocan nunca la carne con los dedos sino con tenedores que se acercan a la boca estirando el cuello. Pero el verdadero espectáculo se da cuando los comensales intentan agarrar los garbanzos o  los guisantes”.

Erasmo de Rotterdam por su parte, en un manual destinado a la educación del joven Enrique de Borgoña instaba a la mesura: “Algunos, apenas se han sentado, echan las manos a los manjares; esto es propio de lobos”. Advertía asimismo de que “en guisos caldosos, sumergir los dedos es de pueblerinos”.

Algunas costumbres antiguas se han mantenido, aunque ya no tengan ningún sentido: en Francia por ejemplo es de mala educación cortar la lechuga con cuchillo. Antiguamente los cuchillos eran de plata y oxidaban la lechuga.

Otras siguen siendo necesarias: en oriente medio o en la India es una grave ofensa comer con la mano izquierda, la que se usa para la higiene personal.

Otras habría sin duda que difundirlas con ahínco: en Japón está muy mal visto rellenar tu propio vaso, es de alcohólicos. La buena educación dice que hay que rellenar el de la persona que tienes al lado y esperar a que el otro haga lo propio. Solo aplicando esta norma, en dos días, España se nos volvía exquisita.

Queda demostrado por tanto que esto de la educación y las buenas costumbres es algo elástico, tan frágil, tan delicado como la belleza, sus partes nunca acaban de sumar el todo. Como con la moral, nos gustaría hallar ese conjunto de normas  básicas universales, esas máximas que conciten unanimidad, pero siempre aparece algún masoquista con ganas de joder, alguna tribu de una isla perdida donde el incesto es una práctica entrañable y los niños crecen sanos y felices, algún imbécil que prefiere a los camareros antipáticos.

Quién sabe si dentro de muchos años, alguien leerá una norma de etiqueta de principios de siglo XXI que diga que es una falta grave de educación  sacar el móvil, plantarlo en la mesa y mirar constantemente los mensajes con el resto de comensales delante,  y con suficiencia pensará: qué cosas tan básicas había que recordarles a esos bárbaros.

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