VALÈNCIA. Antes de la entrevista, una recomendación sobre el libro del que hablará Nuria Labari unas líneas más abajo, El último hombre blanco. No lo lea de camino al trabajo. Bueno, en realidad, léalo precisamente al ir o al venir de trabajar. Porque la novela, la historia de una mujer desdibujada por ese poder tan masculino que es el trabajo y sus estructuras enquistadas, busca incendiar precisamente los pilares absurdos que sostienen la ambición, el progreso y el entusiasmo en el ámbito laboral. Ni nuevos lenguajes, ni nuevos lemas, ni nuevas maneras de organización. Solo queda la potencia de la rabia y el hastío.
Labari escribe desde la fantasía de radicalizar la realidad un manifiesto lúcido sin un ápice de medias tintas. Pero lo hace a través de una voz ambivalente, que va alejándose y acercándose continuamente desde una posición privilegiada que rechaza. Para diseccionar ese personaje en fondo y forma, aprovechando su paso por València, Culturplaza se sienta con la escritora y periodista.
- Un libro tan incendiario, ¿qué quería provocar? O tal vez, ¿de qué sentimientos viene?
- El libro nace de ese sentimiento de estar muy perdida, de esa sensación a veces de “como no pare, me va a pasar algo”, una sensación casi de sentir que me estoy maltratando con el trabajo y la vida que tengo. Es muy difícil para cualquiera salir de una relación tóxica del trabajo. Y no se puede salir porque no hay ningún diálogo, ningún cruce de la imaginación, en nuestra relación con el trabajo. No es algo sobre lo que se pueda ni pensar, ni bromear, ni escribir. He escrito contra mi familia, pensando que los perdería, contra mis hijos, incluso sobre el 11M, donde había muchísimo dolor y víctimas. Pero esto del trabajo era horroroso porque no estamos acostumbrados ni a pensarlo de lejos más que desde una perspectiva materialista. Yo quería escribir una especie de American Psycho feminista, preguntándome qué pasará ahora que han pasado 20 años de Bret Easton Ellis y que ya ha sido El lobo de Wall Street.
De ahí empezó a salir la voz de esta novela, que es un dragón que se lo come todo, y me comió a mí y era mil veces peor de lo que es ahora. Al principio, el tono era mucho más Bret Easton Ellis. Yo estaba como muy poderosa porque era una voz pura sangre, pero no tenía capacidad de torsión, y el personaje tenía que ser el extintor, la gasolina y la cerilla.
- Claro, me da la sensación de que juegas precisamente con un personaje que ama y odia lo que le ocurre, que está como en casa y contra la casa a la vez.
- Sí, es una voz ambivalente. Ambivalencia y literatura creo que son casi un sinónimo, porque es ahí donde cabe la herida, donde caben nuestras contradicciones y aún pueden tener un sentido. La contradicción exprimida puede dar sentido solo en la buena literatura.
Esta voz la sentía por encima de mis posibilidades literarias, francamente no sé cómo se habrá resuelto, pero era muy compleja: es una mujer que se ha convertido en hombre (una primera torsión) sin cirugías, sin hormonas y sin vestir como un hombre, sino realmente a base de identidad pura. Además era una tipa que cobra 300.000 euros. No quería que fuera alguien que pudiera agarrarse a su precariedad para protestar, quería que el mejor de los casos no funcionara para que hubiera visto toda la toda la estructura.
Y luego, yo —sin ser ella— tengo un trabajo de dirección, y el libro era un suicidio profesional. La voz la tuve que ir a apaciguando porque lo que tenía era un enfado…
- Siento que los que trabajamos en medios de comunicación nos vamos volviendo más cínicos conforme vamos conociendo a gente con poder. La novela también parte del conocimiento de ese hombre blanco con poder en tu propia rutina como profesional.
- La novela quería cuestionar ese poder que se perpetúa, que no cambia, que nos exprime. Ningún poder es capaz de perpetuarse sin mayoría, ninguna dictadura funciona sin mayoría, el poder siempre tiene la fuerza de los que lo hemos aceptado. La monarquía, por decir una forma de poder, estará mientras sea una forma mayoritariamente aceptada. Así que si una persona cobra 100 veces más que otra en la misma empresa es así porque, por mayoría, es aceptado en vez de cuestionado.
Entonces, algo tiene el poder que se perpetúa y cuenta con la complicidad de todas y todos. El poder masculino y el poder en general. Se perpetúa incluso aunque vaya invitando a nuevos jugadores, en este caso a las mujeres, pero también inmigrantes, neurodiversos, LGTBI… Los va pasando y por la rueda del poder sale otro poderoso dispuesto a perpetuar lo mismo. Por eso en el libro había una investigación en ver bien cómo funcionan estos engranajes. Como el poder jamás es crítico, no estaba escrito. Es la mirada de una escritora sobre un lugar donde no se suele posar, pero también tuve que hacer entrevistas a personas con sueldos de más de un millón de euros, mucho despacho, y mucha generosidad. Como en el poder hay tanta falta de intimidad, resultaron ser las entrevistas más fáciles que he hecho en mi vida. También investigué mucho sobre formas de organización empresarial. Y, por supuesto, tenemos LinkedIn, que es como un vertedero ideológico con muchísima información: los periódicos aún se contestan, los políticos aún se contestan, pero LinkedIn nos arrasa. La ideología del ser alguien, del éxito, nos pasa por encima.
- Y mientras construyes esa voz ambivalente, a la vez señalas las medias tintas. La protagonista plantea que, o lo reventamos todo o la misma dinámica de poder con palabras en inglés (que sería el emprendimiento y las nuevas tendencias de trabajo) no sirven para cambiar nada.
- Ella termina siendo radical porque va a la raíz del problema primero, y porque no puede haber nada más radical que al que no le funciona el mejor de los casos. Ese sabe que es un no como un castillo. En un sistema que solo beneficia a unos pocos, con que todos queramos ser esos pocos ya nos ha conquistado. Ella es uno de esos pocos y sabe que le va como el culo, entonces va a intentar averiguar por qué.
El libro no lo dice en ningún momento, pero sí que es revolucionario. Ella en realidad va pasando por muchos aros, como todos nosotros, pero lleva dentro esa revolución, que es íntima primero, y cuestiona una estructura de pensamiento. Cuando la gente busca soluciones, siempre busca una cooperativa, o una startup, o algo que se llame distinto. Pero si la estructura de pensamiento no cambia, entonces no cambia nada. Y las estructuras de pensamiento creo que cambian a través de la ficción y a través de la imaginación. El amor romántico lo hemos imaginado distinto, y nos enamoramos distinto; el trabajo lo pensamos con mentalidad medieval, y seguimos así.
- Cruzas la crítica al trabajo con la del sistema de género. Planteas el trabajo como un espacio en el que se va extinguiendo la propia identidad femenina. Cuéntame más sobre eso.
- El libro en esto es optimista, dentro de lo que cabe. Porque la aniquilación de lo femenino han sido los últimos 100 años de trabajo. Pero lo peor que puede pasarnos es la aniquilación de lo humano. Lo primero ha sido una asimilación de lo masculino bestial: la eficacia, la autoridad racional, el no llorar, la falta de empatía, la competitividad absoluta, la agresividad, y por supuesto toda la biología del varón —una medida de conciliación es congelar óvulos, que es un proceso bastante doloroso y agresivo, pero no se piensa conciliar teniendo los hijos a la edad que te dé la gana, o bueno, la menstruación parece que acabe de llegar al trabajo hace dos días y con resistencias—. Se asimila algo que no va ya contra la identidad, sino que llega a estar incluso contra la biología.
Muy pronto vamos a empezar a ver cómo la asimilación es a la máquina, el cuerpo ya se ha desterrado y con el teletrabajo más aún. Se nos va a decir que no hace falta encarnar nuestro trabajo, y que no hace falta ni oler, ni sudar, ni tener ojos, y que cada uno pueda estar como una maquinita en su casa. Si uno vive hacinado y otro tiene aire acondicionado, ya no queda ni ese espacio de igualdad que daba el trabajo. Vamos camino a la eficacia de la máquina y el algoritmo, y de nuevo es un proceso de asimilación. Y esto no solamente es que sea un problema para nosotros porque casi todo el mundo se siente mal y con una opresión grande, sino que ecológicamente es insostenible, no garantiza ni bienestar, ni felicidad, ni sostenibilidad, ni tampoco nos está evitando la precariedad, ni sirve la excusa de que el capitalismo funciona, porque bueno, vamos a otra gran crisis y no sé qué es funcionar para la gente, pero es evidente que no está funcionando.
- El libro plantea otros espacios de conflictos como la familia, pero yo te quería preguntar precisamente lo contrario. ¿Qué espacio hay de liberación? ¿Dónde está la bocanada de aire?
- La bocanada de aire es el libro: ese espacio donde podemos quedarnos sin espacio, donde podemos derribarlo todo, donde podemos pensar. De ese lugar tan distópico, el resultado final creo que es un soplo de sentido para el lector y la lectora. Lo ha sido para mí como autora. Es esa pequeña revolución íntima que hace que cambien las cosas, o, al menos, tu manera de ver las cosas.
La resistencia pasa hoy por la cultura y por los libros. Una resistencia absolutamente necesaria a lo peor de lo digital, a lo peor de la deshumanización, a lo que en todo termina, que es que se están comiendo nuestra intimidad.
- También habrá sido un proceso de investigación la asimilación de un lenguaje y un vocabulario muy concreto del ámbito de trabajo y el poder.
- Es que además de ser mundo donde no hay intimidad, tampoco hay mucho lenguaje. Esto era otro reto para el libro. Yo siempre me acuerdo de una novela que hizo Martin Amis sobre la telebasura que para mí era su peor libro porque claro, si escribes de basura termina oliendo mal. Si escribes desde un lugar donde no hay literatura, donde hay un código que casi puede manejar un chimpancé, dónde te queda la poética. Así que tenía que buscar todo ese código, tenía que conocerlo para darle legitimidad a la voz, y tenía -de nuevo- que romperlo para que lo poético lo renombrará desde otro lugar y lo dejara más desnudo aún.
- Una última pregunta, el libro conversa muy bien con la novela Manuel Guedán, Los sueños asequibles de Josefina Jarama. En la entrevista que concedió a este diario comentaba que lo complejo del mito de la meritocracia es que hay a quien le sirve, y eso hace que una mentira sea, de manera puntual, verdad. ¿Qué opinas tú?
- Literariamente, yo a la protagonista le tuve que hacer pobre de pequeña, no por la meritocracia, sino porque es que al principio en la novela no lo era y no había nada con lo que empatizar con ella, era solo alguien a quien querías matar y ya está. Así que le rebajé alguna cosa.
Yo creo que la meritocracia es una basura que no funciona en absoluto, ni en ese 0,1% que dice mi colega Guedán. La meritocracia es una mierda, francamente. Otra cosa es la excelencia. Creo que el rigor, el trabajo bien hecho, el esfuerzo, está en todos los sitios. ¿Y qué es la meritocracia en literatura? ¿es lo que vende un libro? Por otro lado, aún se reconoce la excelencia literaria, a lo mejor un autor no ha vendido ni un lápiz pero ves que hay algo detrás. Pues eso que vemos, puede coincidir (o no) con el éxito o con no sé qué.
Se nos dice que hacer lo bueno no va a ser un lugar de éxito, que la librería pequeña se irá a la mierda y que Amazon se lo comerá todo. Yo creo que no, que ahora vamos a un mundo en el que estarán los que tienen todo y los que defienden algo. Y el que defiende algo y le pone pasión, tiene un un tesoro, y eso no es la meritocracia. La meritocracia está más enfocada hacia tenerlo todo y hacia un éxito viejuno que no va a funcionar a nadie. En cambio, tener algo que nadie te pueda quitar, algo tan sencillo como desear, debería ser la nueva bandera de los que aspiran, no a tenerlo todo, sino una tener algo, que me parece un cambio importante.